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Autorretrato

Esta vez fuimos nosotros quienes nos introdujimos en su mundo y en ese escenario diario donde se genera la inspiración que luego adopta tras su cámara. Es la casa de Ana María López, quien nos reveló además su modo de ser y forma de vida ahí en el corazón de Pedro Valdivia Norte.

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Ana María López es un nombre dentro del mundo de la fotografía. Su trayectoria y talento lo confirman. Más de 35 años detrás del lente captando paisajes, formas de vida y momentos casi tangibles.

Una destreza artística que fue forjando en sus viajes y años de vida en España y Estados Unidos, donde realizó estudios de fotografía que luego puso en práctica al llegar a Chile en revistas como Paula y Caras, para finalmente echar raíces en revista ED, donde lleva 15 años retratando arte, arquitectura y decoración. Pero esta vez fue al revés, fuimos nosotros quienes nos introdujimos en su mundo, en ese rincón familiar donde vive junto a sus dos hijos artistas, Benjamín y Ángela, donde -debo confesar- nos recibió como reyes. “A mí, que soy muy acelerada, me tranquiliza el espíritu y el alma tener una casa tan blanca, transparente, con materiales en sus expresiones más sencillas”, confiesa Ana María, quien hace cuatro años abandonó el sector de La Pirámide, donde vivió por más de 20 años, para aterrizar en esta construcción mediterránea construida en 1968 a los pies del cerro San Cristóbal.

Esa vida de barrio, que en pocos lugares de Santiago se da tan bien como en este sector, es algo que a estamujer no deja de impresionar. “Si estoy en la cocina y me faltan lechugas o tomates llamo al triciclo del almacén de la esquina y en un rato llega con las cosas hasta acá”, cuenta; o esas improvisadas caminatas que surgen hacia Providencia para situaciones tan simples como, por ejemplo, “comprar la tinta que falta para la impresora”, agrega. Anécdotas, fotografías, estilo; todo se reúne en la vida de Ana María y podríamos contar un millón de historias, y si de matices se trata, ella sabe ponerle color, sabor y ritmo a cada día. De hecho a sus 56 años es también una bailarina profesional. “Hace 17 años a diario salgo a las 8 de la mañana a clases de baile”, dice mientras nos encamina hacia la cocina, su refugio predilecto, y donde sagradamente almuerza junto a sus hijos y Gaspar, el golden retriever que no se pierde detalle detrás del ventanal.

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