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Lluvioso

Como buenos santiaguinos siempre estamos esperando que caiga agua. Tenemos el pesar del aire, y la lluvia es nuestro recreo respiratorio; pocos se resisten al deseo de lluvia. Hay una cosa energética fuerte también, la gente se protege pero celebra, hace rituales, habla de ella e, inevitablemente, la contempla. A mí me gusta porque es como la pataleta del invierno, cuando se marca la estación, se continúan ciclos y a grandes modos la ciudad disfruta de un refrescón.

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Paisajes

La lluvia en sí es un espectáculo. Los colores cambian, los árboles se ven vivos, felices. La ciudad huele distinto y si la función es con tormenta eléctrica, ya hablamos de fiesta en los cielos. Truenos, relámpagos, lluvia y viento. Ingredientes perfectos para un bocado natural poderoso, guardando las proporciones, claro está. Dosmaravillas durante y después.

- Lluvia cae: donde se esté. Tomarse el tiempo para mirar la lluvia es un ejercicio bello que las canciones románticas lo han explicado regio. Más allá de melancolías, es una terapia, relaja, centra, vuela. Pueden ser las gotas en las pocitas, las hojas, el vidrio, el farol, la gente. Lo que sea pero no perderse la escena, aunque sean 10 minutos.

- Poslluvia: nadie se cansa de decirlo y yo menos de repetirlo. Lo descaradamente bella que se ve la cordillera nevada después de un día lluvioso es como para dar gracias a la vida, a la ciudad y a nosotros que podemos disfrutar de ese pedazo de mundo. Apoteósica es poco. Es como si a propósito, después de partirse el cielo, nos despertaran con un cielo azul resplandeciente, brillante, nítido. Un privilegio.

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