Augusto Pinochet: El espectro
Esta columna fue escrita en el marco de un Especial 75 Aniversario de La Tercera, basado en una encuesta de Descifra que indagó sobre los personajes más relevantes desde 1970 para tres generaciones de chilenos.
Pinochet es el espectro insepulto de la política chilena, una figura desmaterializada, desencarnada, que sólo puede suscitar vagas evocaciones. Desde hace ya muchos años -incluso desde antes de su muerte en 2006- no hay grupos que defiendan o reivindiquen a Pinochet.
El culpable fue Osama bin Laden. Después del ataque a las Torres Gemelas, el Congreso de Estados Unidos autorizó la revisión de las cuentas de políticos extranjeros. Allí aparecieron los dineros encubiertos de Pinochet y una gran parte de quienes lo habían apoyado consideraron más inadmisibles esos desfalcos que su récord en derechos humanos.
Y a pesar de todo es considerado como la figura más relevante de los mismos 75 años que cumple
La Tercera. Eso ocurre incluso en la más joven de las tres generaciones analizadas, aunque su peso se reduce a la mitad. Todos los que entran en este último segmento nacieron, como máximo, en el inicio de la transición, cuando el poder de Pinochet mermaba año por año. Cabe suponer que en la que sigue serán muchos los que ya no conozcan su nombre ni sus circunstancias. El tiempo de la historia siempre se va alejando del tiempo de la vida.
El Pinochet espectral está construido, en su mayor parte, de componentes míticos, al que se atribuyen poderes que casi están más allá de los seres humanos. El mito es lo que lo sostiene en el protagonismo de 75 años. Del Pinochet real, en cambio, se sabe más bien poco. Las biografías que se han publicado no han podido evitar los sesgos; a veces los han cultivado exprofeso, como si el ensayo biográfico consistiera precisamente en satisfacer un clima de opinión.
En muchas dimensiones, el Pinochet real fue un hombre común, en el sentido en que lo eran los altos oficiales de las Fuerzas Armadas chilenas antes de 1970. Cuando se puso al frente del Golpe de Estado de 1973 le faltaban dos meses para cumplir 58 años; sin la situación política de aquel año, su horizonte más probable, como el de otros compañeros de generación, era una jubilación silenciosa y apacible.
Pero nada era apacible en esos días. Su propia generación estaba ya quebrada, todos eran sospechosos. En ese ambiente envenenado, el 23 de agosto de 1973 Allende lo nombró como nuevo comandante en jefe del Ejército, sin sospechar que en ese momento le entregaba el bastón que lo sostendría en una posición protagónica durante los siguientes 25 años.
El poder de Pinochet no radicó principalmente en la jefatura del Estado ni en el posterior sillón de senador vitalicio, sino en el mando del Ejército, que vino a dejar en 1998, como el soldado más viejo de la historia de Chile. Siete meses después fue arrestado en Londres.
En esos 25 años, Pinochet estuvo en el centro de un largo drama nacional, pero nunca quiso ver su lado trágico, sino sólo lo que deseaba su cabeza militar: una tarea de dimensiones heroicas. Ese maniqueísmo alimentó el de sus enemigos y partidarios. Se convirtió en la figura más divisiva de su época, un paso antes del momento más amargo de su vida: la derrota en el plebiscito de 1988.
Todo lo que hizo y rodeó a Pinochet es parte de otra era, ilegible para la actual. Por eso merodea únicamente como un espectro, un eco lejano, una sombra de remembranzas que poco a poco se van también desvaneciendo.
Por Ascanio Cavallo, periodista y analista político.
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