El desafío de la generación dorada

Presidential candidate Gabriel Boric, of the political alliance "Apruebo Dignidad," or I Approve of Dignity, gestures before supporters after polls closed and partial results were announced at his election day headquarters in Santiago, Chile, Sunday, Nov. 21, 2021. (AP Photo/Aliosha Marquez)

Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política de la Queen Mary University of London

La generación de Gabriel Boric ha conocido, principalmente, de triunfos políticos. Desde la dirigencia estudiantil promovieron la gratuidad universitaria cuando la discusión versaba sobre lucro. Junto a Giorgio Jackson y Camila Vallejo, saltaron exitosamente al Congreso en 2013 iniciando un camino que los llevaría a la fundación del Frente Amplio. En 2017, aumentaron sorprendentemente su participación en el Congreso y Beatriz Sánchez logró el 20% de los votos en primera vuelta. Incluso, cuando muchos llamábamos la atención de sus errores, nos taparon la boca con un resultado admirable en la Convención Constitucional y un triunfo contundente en la primaria de Apruebo Dignidad. Estos triunfos pueden llevar a creer que la única forma de triunfar es la que los ha traído hasta aquí, pero no alcanza.

El sesgo de sobrevivencia es el que tiene quién cree que la única forma de triunfar es copiar el camino de los que han ganado antes, incluso si son ellos mismos. Tanto en política como en otros ámbitos de la vida, conocer la historia de los triunfos es menos importante que comprender los fracasos. Así, no es posible entender por qué alguien puede ser electo si no se aprende, primero, qué es lo que hace que una candidatura pierda. El principal problema del sesgo de sobrevivencia es lo difícil que es deshacerse de él cuando no se conocen los fracasos. A eso se enfrenta Boric y su entorno: por primera vez ven el fracaso a la distancia y, esta vez, las consecuencias son muchísimo más graves.

El gusto que nos dejaron los discursos del domingo fue agridulce. Kast, escondió efectivamente sus inclinaciones autoritarias y aplicó el mismo tono calmado que ha usado para decir barbaridades, pero esta vez con un discurso aparentemente convocante. El candidato de la ultraderecha, un político tradicional de muchos años, pareciera comprender mejor el fracaso y cómo evitarlo. A Boric se le vio incómodo ante la perspectiva de perder. A pesar de tener un discurso sobre la importancia de sobreponerse a la adversidad (algo que ha hecho con éxito en el pasado), habló con gestos y mensajes que le hacen sentido a los que ya votaron por él, no a quienes lo dudaron. Pero para gobernar se necesita mucho más que eso.

No hay fórmulas mágicas para hablarle a los que no están convencidos. Por ejemplo, no se puede llegar y hablar de seguridad y orden cuando ese tema no ha sido primordial en la campaña. Avanzar fuera del nicho requiere movimientos programáticos y simbólicos. En primer lugar, el programa ambicioso de primera vuelta se vuelve impracticable con la nueva conformación del Congreso. Mientras antes se asuma esa derrota y se corrija el rumbo, mejor. Asimismo, es importante que los gestos y caras no sean las que le hablan a ese nicho: se necesitan nuevos mensajes y nuevas voces. El programa de Boric es uno que habla de la desconcentración del poder, y eso es precisamente lo que debiera hacer en el seno de su campaña.

Algunos llaman a eso moderación, pero eso confunde la ética de la responsabilidad con la inmovilidad. No se trata de moderar para no hacer nada, si no que de ampliar para hacer mucho.

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