Montaje país



Por Pablo Ortúzar, investigador del IES

Luis Morales Balcázar estaba muerto. El detective, al igual que el cabo Eugenio Nain Caniumil, cayó abatido en La Araucanía por armamento de grueso calibre, confirmando así que el “conflicto Mapuche” ha entrado en una nueva y macabra etapa.

Poco tiempo después, en un soleado Santiago, un grupo de personas con sueldos millonarios dedicada al entretenimiento comentaba el suceso en un programa estilo matinal. Aquellos donde se habla en exceso y livianamente sobre cualquier cosa. José Antonio Neme, en tal circunstancia, y mientras el texto en pantalla señalaba “funcionario PDI fallece tras operativo de tráfico y armas”, dijo: “Lamentablemente uno, también la opinión pública, no sabe qué creer porque, la verdad, nos han acostumbrado a una serie de montajes”. Y remató con un muy chileno “yo no quiero sembrar la duda aquí”. La piedra y la mano que se esconde. Pero con respeto.

Al rato, alguien que se identificaba como el hermano del policía asesinado tuiteaba más en tono de activista que de deudo. “¿Dónde están las pruebas de presencia de drogas al interior de las comunidades?”, se preguntaba. Y remataba, contradictoriamente, con “¿Cuánta violencia y cuántas vidas por mil plantas de marihuana?”. Luego conocimos el rostro tras el tuit, cuando el mismo Ramón Morales apareció junto a su madre en Temucuicui, en fraternal abrazo con el padre del asesinado Camilo Catrillanca, a pesar de no existir ninguna claridad respecto a lo que le había ocurrido a Luis Morales.

“Ardieron las redes”, por supuesto. Casi todo el mundo, incluido Neme, quería empatizar con un gesto comunicacional que parecía lleno de esperanza, aunque no resultara del todo comprensible. No había justicia, no había claridad en los hechos, pero había abrazo. No entenderlo era no entender nada. Empatía, empatía. Dignidad, respeto. Chile cambió.

Pero no mucho. Al otro día apareció Paula Morales Balcázar, hermana de Luis y Ramón, aclarando que su hermano y su madre no tenían contacto con el detective caído desde que él tenía 13 años y que ni siquiera habían asistido al funeral. Junto a ello presentó una demanda, auspiciada por la PDI, contra Neme por sus dichos.

El vacío sigue creciendo. Neme se victimiza, se siente -irónicamente, dado el caso- mártir. El Colegio de Periodistas acusa censura, atropello a la libertad de expresión. Los matinales siguen convirtiendo todo esto en plata. Las redes continúan repitiendo consignas y reproduciendo verdades recortadas.

El absurdo avanza. Palabras y gestos que se suponen repletos de sentido circulan y se transan como monedas de aluminio. Vamos asesinando la palabra, al usarla como adorno del interés. Hablamos sin conversar. Transmitimos. Cada cual pensando que los manipulables son los otros, y tratando de torcerlos con estrategias discursivas que insultan la inteligencia. País de montajistas, de tramperos, de “liberen a los presos de la protesta”. País imbunche.

En la televisión ahora dicen estar preocupados porque la gente que se sube a las balsas de piquero no se distancia mucho. Que no tienen aforo. Eso compite, en la ronda de comentaristas, con una fila para comprar zapatillas. Fiscalización y claustrofobia. Será hasta el próximo muerto. Empatía, empatía.

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