Todo es impunidad

sofia
FOTO: HANS SCOTT / AGENCIAUNO


El caso de la pequeña niña asesinada a manos de su padre en el sur de Chile aparece como el punto final, irrepresentable, de un hilo horroroso de naturalización de la violencia y abuso de poder, que se presenta privilegiadamente en espacios privados, en una sociedad cada vez más ahogada en la soledad de sus individuos.

La larga lista de evidencias previas, en este caso, no llegó a constituir en ningún punto una verdad suficiente que permitiera una legitima protección de quienes fueron abusadas, golpeadas, arrastradas por el piso y, en el caso de esta niña, torturada, abusada sexualmente y asesinada. Porque no existe algo así como una verdad desprovista de la complejidad del entramado de la sociedad en la que se construye. Y en la nuestra, parece no haber evidencia posible que permita reconocer el horror de esa violencia.

Así lo demuestran la indolencia frente a la muerte de miles de niños en centros de un servicio que dice protegerlos o en medio del conflicto mapuche; la caricaturización de los femicidios que inundan las páginas policiales como relatos de crímenes pasionales; la inaccesibilidad de las violencias domésticas sobre mujeres, niños y niñas; el silencio cobarde sobre los abusos de los curas sobre los jóvenes, niños y niñas, o la completa ignorancia sobre los asesinatos premeditados de tantas mujeres transexuales a lo largo de los años. En ese sentido, las palabras del Papa Francisco sobre Juan Barros son un ejemplo paradigmático de esta negación sistemática de la violencia: "No hay una sola prueba en contra, todo es calumnia".

Todo es calumnia. Y donde todo es calumnia, todo es acusación falsa que intenta perjudicar al imputado. La violentada, la abusada, engaña, exagera, selecciona parte de la realidad. No ha lugar. Nada es verdad, pero cuando por una pequeña fisura es posible demostrar un hecho y volverlo verdadero, entonces la operación es comprender y justificar la violencia, por ejemplo, volviéndola psicopatología individual, un hecho aislado, involuntario, surgido de la naturaleza algo torcida de ese abusador o comprendiéndola por el hecho de que las víctimas provienen de la "vulnerabilidad", como si aquello fuera también una justificación para que los pobres y excluidos debieran ser considerados a priori como posibles víctimas.

Estos horrores se desplazan en nuestro país por un camino sinuoso, oscuro, irrespirable donde lo que aparece una y otra vez es la impunidad. Y esta impunidad de largo aliento, como diría Elizabeth Lira, Premio nacional de Ciencias Sociales 2017, es producida por el ocultamiento y el olvido, frente al cual quienes han sido violentadas y violentados deben resignarse.

Hemos construido una sociedad donde la violencia es privatizada, silenciada y acallada. Es la naturalización de esta violencia la que permite que esta pequeña niña muera a manos de un padre que tiene un registro largo de malos tratos y agresiones. Y es, por cierto, un extremo de miles de violencias diminutas y gigantes de las que no es posible hablar y mucho menos reparar.

Si el papa Francisco dice que todo es calumnia, respondo aquí: todo es impunidad.

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