La mitad de las mujeres chilenas que no se realiza la mamografía anual, reconoce que no es su prioridad
Un estudio de la femtech chilena My Nipp reveló que la principal razón por la que las mujeres no se hacen la mamografía es que no se priorizan a sí mismas. Detrás de esa postergación hay un problema más profundo: la falta de tiempo, apoyo y espacio para cuidarse. Por eso, hablar de cáncer de mama también es hablar de redes —familiares, laborales y comunitarias— capaces de acompañar y transformar el autocuidado en una práctica compartida.
Hoy, el cáncer de mama sigue siendo una de las principales causas de muerte de mujeres en Chile y en el mundo. En 2023, más de 2.260 chilenas murieron por esta causa y, si bien esa cifra continúa en aumento, gran parte de esos casos pudo haberse evitado. ¿Cómo? Con un examen anual. La mamografía es la herramienta más efectiva para detectar el cáncer de mama a tiempo, ya que con la detección temprana el 92% de los casos tiene éxito en el tratamiento. Sin embargo, en Chile seis de cada diez mujeres mayores de 40 años no se realiza su mamografía anual.
“¿Por qué no nos hacemos la mamografía en Chile?” es el primer estudio cuantitativo en el país que busca comprender las razones detrás de la falta de autocuidado frente al riesgo de cáncer de mama. Fue realizado por la femtech chilena My Nipp junto a Netquest, con el propósito de entender por qué ocurre esto. Se encuestó a 810 mujeres de distintas edades, realidades socioeconómicas y regiones, y el principal hallazgo no sorprende: a las mujeres nos cuesta priorizarnos. La principal barrera para no hacerse la mamografía es la postergación.
Así es: un 49% de las encuestadas que no agenda su mamografía anual dice que no lo hace porque no tiene tiempo o porque “no es una prioridad”. Pero al profundizar en las razones, las respuestas se diluyen: el problema no es la falta de tiempo, sino la falta de espacio para sí mismas.
Entre quienes sí se realizan la mamografía, las motivaciones cambian con la edad. En las más jóvenes predomina la opción “porque me toca” (47%), mientras que en las mayores se impone “porque soy responsable con mi salud” (68%). Este contraste muestra algo crucial: el aprendizaje sobre la importancia de priorizarse llega tarde, y muchas veces, no a tiempo.
Estos resultados evidencian una urgencia clara: instalar el autocuidado como un acto cotidiano. Pero también es necesario entender que no puede ser solo responsabilidad de las mujeres. La familia, el entorno, la sociedad completa deben apoyar. Si una mujer es cuidadora 24/7, es evidente que no tendrá espacio para sus controles médicos; lo mismo ocurre si vive en zonas alejadas o no cuenta con los recursos para movilizarse.
Ahí es donde las redes de apoyo son claves. Así lo ha comprobado Beatriz Palma, creadora de My Nipp, quien dice que hablar de cáncer de mama también es hablar de vínculos: de las redes visibles e invisibles que sostienen, acompañan y transforman el miedo en acción. “En el estudio que realizamos para determinar las causas de por qué las mujeres no se hacen su mamografía, se muestra que una de las principales barreras para la detección temprana no es la falta de acceso, sino la dificultad para priorizarse. Precisamente ahí es donde las redes —familiares, laborales, comunitarias y sanitarias— pueden marcar la diferencia”.
Las redes no solo previenen el aislamiento, también facilitan la prevención. “Cuando un entorno recuerda, normaliza y acompaña, la detección temprana deja de depender únicamente de la voluntad individual y se convierte en una práctica colectiva. La acción de una persona puede detonar la de muchas más: una amiga que recuerda el examen, una empresa que genera espacios de cuidado, un equipo médico que coordina la atención o una vecina que se ofrece a acompañar o cuidar”, agrega.
Estas redes —continúa Beatriz— son esenciales en cada etapa del tránsito por el cáncer de mama. En la prevención, promueven la conversación, comparten información confiable y facilitan el acceso a exámenes y beneficios. En el diagnóstico, brindan contención emocional y ayudan a navegar la incertidumbre, acompañando con empatía y apoyo. Durante el tratamiento, permiten organizar apoyos prácticos, laborales y familiares, y fortalecen la comunicación con los equipos médicos. Finalmente, en el alta y el periodo de reconstrucción, contribuyen a la reintegración a la vida cotidiana, a la aceptación del cuerpo y a eliminar esa sensación de orfandad o el temido “¿y ahora qué?”. También son parte clave de la búsqueda de bienestar integral.
En definitiva, las redes transforman la intención en acción y el miedo en acompañamiento. “Cuando el entorno está presente, se facilita la detección temprana. Y durante el tránsito por la enfermedad, las redes pueden ser el puente entre la medicina y la vida diaria, entre sobrevivir y tener calidad de vida. Sostienen, coordinan y ayudan a reconstruir el proyecto de vida y la identidad”, asegura.
Y concluye: “Porque la verdad es que es muy difícil reconstruirse sola, y debemos aprovechar que para eso podemos sostenernos unas a otras”.
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