Carlos Altamirano, el controvertido líder del PS durante la Unidad Popular que prefirió ocupar un rol secundario en la transición

CARLOS ALTAMIRANO
Foto: Patricio Fuentes Y.

Secretario general del partido durante el gobierno de Salvador Allende y figura emblemática del socialismo chileno, jugó un rol clave en la "renovación" de la colectividad y se mantuvo activo en cuanto a reflexiones políticas tras regresar a Chile, pero sin ocupar ningún cargo público o partidario.


"Ubicar y detener". La mostraba con cierto orgullo y picardía, pero lo cierto es que no era ningún detalle menor que Carlos Altamirano Orrego encabezara el cartel, ahora enmarcado en su casa. Ahí estaban las figuras que el régimen militar había indicado como las más peligrosas. "Ahí estoy. El primero que mandaba Pinochet a detener. Ubicarme y detenerme. Ubicar y detener. Yo era perverso para ellos", decía en septiembre pasado el líder socialista a Reportajes de La Tercera, en la última conversación que tuvo con un medio de comunicación.

Porque Altamirano, fallecido este domingo a los 96 años, había sido nada menos que el secretario general del Partido Socialista durante la Unidad Popular, con todo lo que ello significaba: el presidente, Salvador Allende, era militante de esa colectividad, y debía administrar una coalición de izquierda donde las disputas se resumían -de forma quizás reduccionista, pero ilustrativa- en dos conceptos: "avanzar sin transar" o "avanzar consolidando".

Sería esta pugna la que perfilaría la imagen del dirigente, cuya trayectoria lo tuvo ligado prácticamente toda la vida al PS. Diputado, senador y líder máximo de su partido, a Altamirano se le cuestiona haber respaldado visiones más radicales durante el gobierno de Allende. Y hay un hito que lo marcaría: su discurso del 9 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, donde señaló tener información de que la Armada preparaba un levantamiento contra Allende e instaba al pueblo a resistir. En su momento, la entonces oposición lo catalogó como "un llamado a la violencia". El golpe de Estado se daría dos días más tarde.

Apenas las Fuerzas Armadas llegaron al poder, y con Salvador Allende muerto, Altamirano se convirtió en el principal objetivo a localizar para el régimen de Augusto Pinochet. Sin embargo, el dirigente lograría burlar todos los controles y reaparecer en el día de Año Nuevo de 1974 en La Habana, Cuba, para luego radicarse en Berlín Oriental, en la Alemania entonces controlada por la Unión Soviética.

Sería en ese contexto donde realizaría una de sus acciones políticas más arrojadas. En 1979, en plena dictadura, Altamirano encabezó un movimiento que buscaba la renovación ideológica del Partido Socialista y que, justamente, pasaría a la historia como los "renovados", distanciándose de la URSS y del marxismo, lo que le implicaría ser expulsado del PS junto a otros dirigentes, en una ruptura que incluso se mantuvo hasta las primeras elecciones tras el retorno a la democracia.

Radicado en Francia, aunque apoyaría los procesos de la transición en Chile, recién volvió al país en 1993. Su decisión en ese entonces fue clara: no participar más de la política contingente ni buscar cargos públicos. Aun cuando hay textos de reflexión que muestran su postura más bien crítica con la Concertación -entre ellos sus diálogos con el Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar-, siempre se mantuvo en un segundo plano, aun cuando mantenía contacto y compartía reflexiones políticas con figuras como los exministros Jorge Arrate, Juan Gabriel Valdés y José Antonio Viera-Gallo.

Quizás el último gran acto público de su vida fue uno de los más simbólicos. En 2016, cuando falleció el expresidente Patricio Aylwin -presidente de la DC en 1973 y uno de sus rivales políticos históricos-, Altamirano llegó hasta su funeral y se hizo parte, por unos breves minutos, de la guardia de honor del féretro. También su última aparición sería para una despedida: el funeral de Víctor Pey, uno de los más cercanos consejeros de Salvador Allende, fallecido en octubre pasado.

"No quiero que me recuerden", decía Altamirano a Reportajes de La Tercera hace menos de un año. En esa misma entrevista, decía que no tenía miedo a la muerte. "Ya me tengo que morir nomás", afirmaba con humor, al tiempo que lanzaba una frase que hoy tiene sentido, cuando decía que no le importaba lo que hablaran de él después de que partiera.

-Ahí qué importa, si uno está debidamente enterrado.

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