Culto

Columna de cine de Héctor Soto: The Dawn Wall, un documental contra los límites

La producción de Netflix da cuenta de la hazaña de dos jóvenes que escalaron, por su cara más difícil e inexpugnable, una de formaciones rocosas más imponentes del planeta,

The Dawn Wall (Netflix), dirigido por Josh Lowell y Peter Mortimer, es un documental cautivante y conmovedor. Da cuenta de la hazaña de dos jóvenes que escalaron, por su cara más difícil e inexpugnable, una de formaciones rocosas más imponentes del planeta, en el Parque Yosemite, California. No parece una montaña sino más bien una pared monstruosa, de casi mil metros de altura, desaplomada y de granito puro. Hay que estar demente para intentar escalarla y no tiene nada que raro que Tommy Cadwell haya trabajado en ese proyecto sin desmayo por espacio de años.

¿Qué lleva a un joven a embriagarse en ese disparate? No hay respuestas muy claras. Con este personaje, Werner Herzog seguramente habría hecho una epopeya metafísica. Este documental, claro, no llega a tanto. Tommy fue un niño tan retraído del que incluso se sospechó retardo. Siempre se entendió mejor con las rocas que con la gente y estuvo a punto de perderlo todo cuando a los 22 años se fue a meter al Kirguistán, en Asia Central, y terminó secuestrado por una banda islámica.

Pero, con todo lo solitario que fue, advirtió temprano que la aventura no la iba a poder cumplir solo. Necesitaba un socio, no solo como apoyo sino como coprotagonista de la epopeya, y lo encontró en Kevin Jorgeson. Hicieron juntos varios intentos, estudiaron el muro que se ilumina majestuoso al amanecer (de ahí el nombre, Dwan Wall). Y un buen día partieron. Iban a necesitar casi tres semanas para doblegarlo. Tendrían que dormir en nichos colgantes que rechazarían hasta los pájaros. Estaban dispuestos a desafiar los límites, a hacerse pedazos los dedos de manos y pies y a contrariar punto por punto las leyes de la gravedad.

Los que sufrimos vértigo no lo pasamos bien, desde luego, con estas imágenes. La hazaña está muy bien documentada y la escalada fue en su momento noticia mundial.

Aunque escalar no es lo mismo que practicar montañismo, mientras veía la cinta me acordé de un libro de James Morris, El enigma (1974), que habla de la primera vez que se hizo cumbre en el Everest en 1953. El autor cubrió la proeza para el Times de Londres con gran arrojo profesional. Fue una operación logística de enorme complejidad; intervinieron cientos de personas. Morris comunicó el éxito al mundo por ondas radiales que nunca supo si habían sido recibidas. De ahí un mensajero corrió por acantilados y valles con la noticia. Fue la última vez que el mundo se enteró de una noticia a través de un mensajero veloz y constituyó unos de los golpes históricos del Times.

Años después Morris, que murió hace poco, cambiaría de género y dice que en su cabeza de mujer la hazaña del Everest dejó de tener sentido. Y señala que esta épica es incomprensible si no se la lee desde la masculinidad. A juicio suyo, los hombres, mucho más que las mujeres, tienen esta pulsión desafiante al imposible. El psicólogo Jordan B. Peterson compartiría su mirada: la gran cantidad de skaters urbanos -dice él- que se lo pasan maltratando su integridad y costaleándose solo para probarse ante sí y su tribu, a otra escala, remite a lo mismo. La biología llama.

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