Cassettes de The Clash y Vinchukas en el Liceo: González, Tapia y Narea antes de Los Prisioneros
Este lunes, una placa en el Liceo Andrés Bello de San Miguel homenajeó al trío de amigos y músicos que formaron Los Prisioneros. Acá damos una repasada a cómo fueron esos años formativos, cuando alteraban nombres como Los Pseudopillos o Los Vinchukas.
A veces, la historia se plasma en físico. En una estatua, un obelisco, el letrero de una calle, o una placa. Este lunes 9 de septiembre, el actual Liceo Andrés Bello decidió homenajear a Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia, acaso sus exalumnos más célebres. El trío de muchachos que se transformó en Los Prisioneros.
“Esta placa conmemorativa celebra el legado musical de Los Prisioneros que comenzó aquí en el Liceo Andrés Bello”, dice el reconocimiento situado en uno de los accesos del recinto.
Del conjunto, el único presente en la ceremonia de descubrimiento de la placa fue Narea, y es quien ha relatado esos primeros días formativos del conjunto en su libro Los Prisioneros. Biografía de una amistad (Thabang, 2014). “Aún no cumplía 14 años cuando en los primeros días de marzo de 1979 ingresé al primero medio C del Liceo A-94 Andrés Bello. Todo el mundo lo llamaba por su antiguo nombre: Liceo 6. Construido a mitad de los años cuarenta, era uno de los liceos emblemáticos de San Miguel y estaba ubicado en pleno corazón de la comuna. Estudiaban ahí los chicos que no tenían muchos recursos, como yo. Los más pudientes iban a otros, religiosos y particulares”.
Fue en esa sala cuando conoció a los otros dos nombres con que haría historia en la música chilena. Detrás de él, se sentaba Miguel Tapia, de quien no tuvo una buena impresión inicial. “Mientras estábamos en clases, Miguel acostumbraba a empujar mi silla con sus piernas aprisionándome contra la mesa. En otras ocasiones me golpeaba con fuerza la cabeza. Me caía mal Miguel. Llegué a detestar a los Beatles solo porque él era un fanático de su música”.
Poco después, Narea empezó a conversar de música con Jorge González, porque uno de los dos tenía una foto del lenguaraz Gene Simmons, de Kiss, en la tapa de uno de sus cuadernos. El nexo se dio de inmediato. Ambos escuchaban al cuarteto y ambos se pintaban como Paul Stanley, el hombre de la estrella negra. “No pasó un día y ya estábamos en mi casa oyendo mis vinilos. Nos veíamos casi todos los días, nos volvimos inseparables, los mejores amigos. Siempre era él quien me iba a visitar, yo no tenía idea dónde vivía, pero sabía que era bastante lejos”.
Con el tiempo, González se hizo amigo de los amigos de Narea, en especial de los hermanos Álvaro y Rodrigo Beltrán, quienes vivían al frente de la casa de Narea. Ellos, en base a su enorme melomanía, no tardaron en conformar un cuarteto vocal, Los Pseudopillos. “Éramos un cuarteto vocal con percusiones. Por esa época no sabíamos tocar instrumentos así que golpéabamos cualquier cosa que tuviéramos a mano: el respaldo de una cama, la parte posterior de una guitarra acústica, una mesa”. El grueso de las canciones las componían Jorge y Claudio, y eran más un divertimento.
Pero el trío definitivo aún no nacía. “Jorge se juntaba conmigo o con Miguel, una de dos. Si estaba conmigo era probable que anduviéramos dando vueltas por San Miguel o grabando algo con Los Pseudopillos. En cambio, si estaba con Miguel seguro estaban planificando algo musical”. Sin embargo, el hito que comenzó a acercar las veredas fue el descubrimiento de González y Narea de un cuarteto de ingleses, The Clash. En concreto, el ecléctico y fundamental Sandinista! (1980). Por supuesto, recurrieron a Tapia como unos misioneros llevándole el nuevo evangelio. “Nos costó un año convencer a Miguel de que ese era el camino a seguir. Le prestábamos casetes y no los escuchaba. Creo que cuando Miguel se rindió y comenzó de verdad a oír a The Clash, ahí recién empecé a pensar en ser su amigo”.
Aunque todavía faltaba un pasito. “En tercero medio Jorge y Miguel estaban componiendo juntos. La dupla Lennon-McCartney los inspiró a trabajar así. Mis amigos pensaban equivocadamente que los ingleses trabajaban a dúo, uno supuestamente hacía las letras, y el otro, las melodías. Decidieron entonces que Miguel escribiría los versos y Jorge compondría la música. Yo no tuve nada que ver con los inicios de la banda”. González tocaba la guitarra, Tapia aporreaba una maleta. Ya era algo un poco más “formal” que un grupo coral. Ese dúo eran Los Vinchukas.
Hasta que llegó el momento. “Cierta noche en que salimos a caminar juntos por la población San Miguel, ellos me preguntaron si estaba interesado en unirme a Los Vinchukas. Supuse que la invitación tenía que ver con que veían en mí ciertos progresos como guitarrista, pero creo que sobre todo me estaban invitando por amistad. Me puse muy contento y les dije que aceptaba. Quedamos de acuerdo en que yo tocaría la guitarra y que Jorge se pasaría al bajo”.
Y pronto se les unió un “refuerzo” desde Los Pseudopillos, Álvaro Beltrán, a quien le habían regalado una guitarra eléctrica Ibanez y un amplificador. Ahí comenzaron a llegar los instrumentos algo más profesionales que los acústicos. Miguel obtuvo una batería roja que le regaló su hermana, y Narea, una vieja guitarra eléctrica Cimar negra que le vendió un amigo de Beltrán. Esa formación fue la que debutó el 14 de agosto de 1982 en el salón de actos del Liceo. Luego, una pelea entre Jorge y Miguel, por un bando; y Claudio y Álvaro, por el otro, distanció al cuarteto en una amarga guerra civil que parecía interminable, hasta que un amigo en común consiguió que Narea se volviese a reunir con los otros dos.
“Me dijeron que querían volver a tocar conmigo, pero sin Álvaro. Sentían que su hermano intervenía mucho y preferían no tocar con él. Entonces me dijeron que fuésemos un trío. Acepté”. Ahí pensaron en un nuevo nombre y quedaron como Los Prisioneros. Debutaron el 1 de julio de 1983 en el auditorio del colegio Miguel León Prado. El resto es historia.
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