Culto

Discos chilenos 2025: estampas al oído

Esta es solo una selección de momentos sonoros dignos del play, entre nombres famosos y debutantes, vocación masiva y repliegue experimental, pulso bailable o pensativo.

14.08.2025 Angelo Pierattini Serqueira Músico y compositora de rock chileno. Foto Pablo Vásquez Pablo Vásquez R.

En nuestra memoria sentimental, la escucha de un año no se ordena como una sucesión de títulos en competencia, sino que va registrando cada impresión al oído en la forma de algo así como estampas sonoras; inasibles, pero no por eso fugaces.

Las marcas que deja la música que nos conmueve nisiquiera se trata de canciones, sino que de momentos.

Reducida a esos fragmentos emotivos, la música chilena tuvo en 2025 un despliegue pródigo en provocaciones dignas de la atención y el recuento. Fue inquietante en el spoken-word oscuro de Hasse Kassel al inicio de su abrasivo disco La brea, así como coqueto en las invitaciones de Andrés Landon durante el colorido Era (“no sé qué sea mejor / solo se que los dos hacemos vibración…”). Consiguió hacernos bailar en casi todos los temas de Rumba criolla, de Hombre Bomba; y extender un meneo suave en El tren fantasma, de Banda Volante, o más sofisticado en la cadencia electrónica de chicarica, en Invierno en la playa. Devolvió el imperecedero eco de la tradición punteando las cuerdas de dos discos emparentados en nombre y espíritu: un nuevo LP de Catalina y Las Bordonas de Oro, y un álbum tributo a Humberto Campos (1924-1982) coordinado por el Conjunto Bordonas. Y ascendió a planos nuevos, con el cruce de, por ejemplo, Nano Stern hacia el jazz (el barniz de Refugio era hasta ahora inédito en su discografía), Ángelo Pierattini a la canción mexicana (en título e invitado —Juan Cicerol— de Lo que se ve no se pregunta) y el fogueado baterista Sebastián Arce (Panico, Yajaira) a las melodías ligeras y adherentes en su sorprendente disco solista Slic.

Otros momentos por los que atesorar la escucha de este 2025 están también en la precisión inteligente con la que Paz Court se cuestiona asuntos vitales en Preguntas, la bella descripción del talento mayor de la que es capaz Elizabeth Morris en Violeta (“divina y humana / profana y sagrada / lo cierto en tu boca / la justa mirada…”) o el juego entre romance y creación que establece Javier Barría en Mi nueva canción. No se olvida la proclama incomparable de Al gobierno, uno de los 28 tracks que el muy independiente Andy Moletto se las arregló para publicar este año en dos LP separados, ambos recomendables.

Una estela en el oído puede quedar luego de ver una película, como con la estupenda banda sonora de Sebastián Orellana para Los años salvajes; o gracias a las texturas y experimentos de las mujeres convocadas a Escuchas frágiles (sello Pueblo Nuevo). A veces las dan sorpresas, como lo que Luciano Rubio, un nombre asociado hasta ahora sobre todo a la dirección de videoclips, ha logrado en su disco Volcanes, certera prueba de música capaz de delinear imágenes.

“Esta tierra Latinoamericana sigue cantando incluso en el silencio. Enseñar música es enseñar a vivir con el alma despierta”. Son palabras de una profesora de San Carlos, Luciana Ortega, que hace unas semanas recibió el “Premio al Educador de Música Latina” de los Latin Grammy. Su conquista internacional merecía más difusión (le fue indiferente a nuestro Ministerio de Cultura), y recuerda que nuestra música todavía se mueve en ámbitos no amplificados ni lucrativos. El deber hacia ella es, por eso, una escucha activa, de búsqueda y descubrimiento. Pero es un trabajo con alta recompensa.

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