La Fuente: Solo contra todos
Luis Gnecco protagoniza La Fuente, película inspirada en el caso de Carlo Siri, el dueño de la ex Fuente Alemana enfrentado al asedio en el estallido social. La labor del actor es lo mejor de un filme que se sostiene a pesar de la falta de matices en la representación de los manifestantes.
Hace 25 años se estrenó en Chile la película Solo Contra Todos (1998), del director francoargentino Gaspar Noé. Era básicamente la historia de un pobre hombre, un carnicero recién salido de la cárcel que trataba de reconstruir inútilmente su vida y era rechazado en cada entrevista de trabajo a la que se presentaba. Resentido contra la sociedad, los ricos y los inmigrantes, el protagonista le daba un sentido final a su existencia de la manera más brutal.
El filme fue la crónica de un proto-fascista, pero también contaba el viaje inexorable de un hombre acorralado por las circunstancias. La historia del cine ha presentado este personaje en diferentes sabores y colores, particularmente en los desolados años 70 con clásicos como Taxi Driver (1976), éxitos masivos a lo El Vengador Anónimo (1974) o versiones policíacas del sujeto en cuestión como Harry, el Sucio (1971).
Los materiales narrativos de aquellas encrucijadas son fecundos en términos dramáticos. ¿Qué hace alguien al que la justicia ordinaria no le sirve? ¿Qué lo motiva a seguir viviendo si ni su propia familia lo apoya? ¿Quién está equivocado? ¿Es un error haber nacido?
En La Fuente, película inspirada en el caso del dueño de la ex Fuente Alemana, Carlo Siri, tenemos la versión chilena de un personaje que busca justicia por sus propias y febles manos. Lo interpreta Luis Gnecco, quien es capaz de otorgarle suficiente “gravitas” al papel como para que nos tomemos en serio el asunto y no nos riamos al primer diálogo.
Es muy difícil sostener una historia basada en la contingente realidad local (en este caso, el estallido social), sin perder cierto equilibrio y hacer creíble lo que se ve. El caso de la reciente La Ola, que se inspiraba en los movimientos universitarios feministas del 2018, fue un ejemplo al respecto. Quizás pecó de ambiciosa, si es que eso es un pecado.
La Fuente, al revés, es más modesta. Se circunscribe al caso de Siri y desarrolla una historia familiar diferente para entregarle más niveles de angustia y desesperación al personaje central, que ahora se llama Luca Barella. El pobre hombre no solo debe defender con cuchillos (literalmente) y dientes su local de Plaza Italia, sino que además es engañado por su mujer y no logra conectar bien con su hija universitaria, quien siente una evidente conexión con los movimientos de protesta.
Sólo encuentra paz en al arte marcial del iaidō, que es el control del envainado y desenvainado de la katana, la espada de los samuráis. El guiño a los códigos de honor de lo japonés puede resultar algo obvios, pero sirven al fin dramático de la historia.
Dónde las cosas tienden a descarrilarse es en la escala de matices que va del negro al blanco. La gama de grises tiende a desaparecer muchas veces en esta historia y ahí, claro, sí que dan ganas de reír. Un ejemplo es el interés amoroso de la esposa de Barella (Paola Giannini), quien no podía ser otro que un funcionario de gobierno. O el líder de la pandilla de Plaza Italia, Mirko (Roberto Farías), un matón casi unidimensional. O la propia hija de Luca (Josefa Quiroz), prototípicamente milenial y comprometida con la “causa”, al menos en un principio.
Aun así, La Fuente resulta una película interesante por su intento de representar la agonía y la desesperación individual en medio del caos colectivo. Que de esa aflicción y enojo surjan nuevos monstruos es parte de otra historia. Una que también ya se conoce.
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