Tomás de Gavardo: “Mi papá me enseñó a no agachar la cabeza, sino que a ir siempre para adelante y buscar los sueños”

Tomás de Gavardo, posando con su moto en el taller que tiene en el fundo familiar La Vega, en Huelquén. Foto: Andrés Pérez.

Ya recuperado de un grave accidente, el piloto nacional comienza a preparar su debut en el Dakar, la prueba donde su padre hiciera historia para el deporte chileno. Aquí habla de sus sueños, de sus recuerdos, de la muerte y de su vida más allá de las motos, donde Colo Colo y los documentales son sus otras pasiones.



La lluvia rebota con fuerza en la techumbre del taller del Fundo La Vega, en Huelquén, el lugar donde están mejor guardados los secretos del legendario Carlo de Gavardo y donde su hijo Tomás (Santiago, 22 de febrero de 1999) prepara el asalto al Dakar, la misma prueba que su fallecido padre acercó a Chile en los 90.

No habían pasado ni dos días desde que el joven piloto anunciara, a fines de julio, su participación en la prueba, cuando un complicado accidente compitiendo en Illapel le hizo pasar un susto. De hecho, todavía se pueden apreciar algunas secuelas en su rostro tras el choque.

“Pienso que perdí la conciencia un poquito. No creo que haya sido más de 10 minutos. Al despertarme, me acuerdo de lagunas. Me he caído fuerte antes, entonces me toqué las extremidades para ver si las tenía rotas o algún hueso salido. No tenía nada. Dije ‘chuta, qué bueno’. Me levanté y al parar la moto, que pesa casi 600 kilos, me di cuenta de que no tenía nada en la espalda ni en la médula, y seguí”, relata.

No obstante, un poco más allá le tomó el peso a lo que pasó. “Seguí corriendo, pero cuando miré para abajo me di cuenta de que el asiento y la ropa estaban llenos de sangre. Y me toqué la boca y no sentí nada, vi las paletas abiertas y pensé que se me había caído un diente”, dice.

“Paré porque era una estupidez seguir corriendo y la carrera tampoco tenía importancia internacional. Mi meta era llegar a algún lugar donde me atendieran, porque sabía que llamando por teléfono iba a preocupar a gente y no estaba en peligro de muerte. Pillé una posta rural en un pueblo que se llama Quilitapia y estaba cerrada”, cuenta sobre lo que vino después.

Foto: Andrés Pérez.

Luego, se produjo un diálogo bastante curioso. “Me bajo de la moto, veo a alguien y le digo ‘oiga, señor, necesito que me atiendan’. Y me dice, ‘no compadre, está cerrado’. Entonces, me saqué el casco y ahí me dice ‘nooooo. Sí, compadre, vamos a entrar altiro’. Llamó al doctor, que estaba durmiendo. No me hizo nada y llamó a la ambulancia y me mandaron al hospital de Combarbalá”, detalla.

Finalmente su hermano menor Matteo, también en la carrera, acudió a su rescate. “Agarró las riendas de la cuestión, firmó algo, me pusieron morfina y me llevó en auto a Santiago. No sentía dolor, sentía la sangre seca y cada vez que hablaba me salía sangre por los lados”, rememora, junto con mostrar una foto de cómo quedó ese día, la que luego compartió en sus redes.

Tras la cirugía en que se trataron sus heridas y se corrigió una fractura maxilar, la consulta es inevitable. ¿Cómo se enfrenta una disciplina en la que la muerte ronda seguido? La respuesta del deportista es clara.

“Las cosas pueden pasar, más aún en deportes de alto riesgo como este. Uno está preparado para participar, entrenamos muy duro en gimnasio, arriba de la moto... Son muchos años de experiencia que te va dando el conocimiento. Le puede pasar al mejor. Quedó demostrado hace 20 años con los compañeros de equipo de mi padre. Murieron los mejores franceses, italianos, australianos... Pilotos con Dakares ganados y con más de 35 años. No eran ni jóvenes, ni debutantes. O hace dos años Pablo Gonçalvez, campeón del mundo, mejor piloto de Portugal, que muere a alta edad. Es tan impredecible este deporte: entramos a un desierto en que no sabemos por dónde vamos a ir. Tenemos la hoja de ruta que nos indica los caminos, pero nada más que eso”.

Y en ese sentido, remata con una contundente reflexión. “No nos morimos ni el día antes ni el día después. Yo pienso así: cuando tenga que pasar, va a pasar y, por lo menos a mi parecer, qué maravilloso que sea haciendo lo que te gusta, si es que llegara a ser así. Yo lo veo de ese aspecto, porque partí tan pequeño en este deporte y sufrí tanto viendo a mi padre llegando como si viniera de la guerra”, confiesa.

“Las mismas heridas que tengo en el cuerpo; volver una vez al año mínimo con alguna cosa, estar en cama un tiempo, subir el ánimo y tal es complicado... Pero hoy en día entiendo muchas cosas del porqué me gusta este deporte. Es algo tan único entrar a tanta velocidad por el desierto, otra cultura, la gente... El ambiente es súper amistoso porque sabemos a lo que nos dedicamos y todos sabemos el riesgo que nos compete. Estamos poniendo nuestra vida en juego y por eso hay un respeto súper importante y el fair play, que fue algo que dejó mi papá y muchos otros pilotos”.

Vivir el Dakar

El Dakar conecta a Tomás con su padre, pero paradójicamente lo que aprendió de las motos vino después del 4 de julio de 2015, el día en que, a 700 metros del lugar de esta conversación, perdió la vida el deportista.

“Para mí el Dakar es una carrera importante y es un sueño de niño ir a correr esta carrera, que es la más importante de mi disciplina, pero no es más que eso: una carrera muy importante de dos semanas, que es súper visible al ojo del espectador, de los patrocinadores y de los medios”, parte diciendo.

Foto: Andrés Pérez.

Por ese lado intenta poner los sentimientos en otra dirección. “Ya llevo tantos años corriendo en África, que ya pasó esa época de tanta nostalgia. Siempre va a estar, obviamente, pero yo voy al Dakar porque me gusta a mí, no es por mi papá ni nada al respecto. Si bien él me enseñó mis bases como persona y mis valores, el tema arriba de la moto de rally lo fui desarrollando solo. Cuando él murió, ya no corría en estas motos y él dejó de correr cuando yo iba en primero o segundo básico. Yo empecé a los 17. Nadie me incentivó”, establece.

“El Dakar es como Roland Garros, la Champions League. Además, en esa época del año no hay nada, solo el Abierto de Australia, que es después. Y en Europa es mucho más fuerte que acá, todos los medios están pendientes, y más ahora con tanto piloto de la Fórmula Uno, del Moto GP, del World Rally Car, como Loeb o Petrucci, que el año pasado corrió, y eso le da más parafernalia a la carrera”, se ilusiona.

Las metas son claras y de acuerdo a las posibilidades que hoy tiene: “Este es mi primer Dakar y voy a terminar. Todo lo que venga después de terminar va a ser positivo para mí. Creo que tengo hartos años para lograr los objetivos que busco, que los voy a ir encontrando a medida que pase el tiempo. Con la experiencia, la madurez y la frialdad pienso hacer buenos resultados en el futuro”.

Si bien cuenta con solo 23 años, su bagaje es amplio, con títulos mundiales en junior y en Bajas, donde en los últimos dos años ha sido subcampeón planetario.

Ahora firmó por el equipo neerlandés Bas World KTM Team, lo que le entregará buenas condiciones para competir. “Yo nunca he andado en una moto tan nueva, siempre voy más atrasado. Esta máquina me permite acelerar con más confianza en un desierto que no conozco”, confidencia.

Actualmente, está en pleno estudio de la mecánica. “Un amigo tiene una moto parecida y se la voy a pedir para desarmarla y armarla, para saber cómo si me pasa algo en el desierto”, cuenta, junto con adelantar que volverá a competir en el Andalucía Rally, el 18 de octubre, donde conocerá a su nuevo equipo y probará la máquina en terreno.

Colo Colo y un museo

La otra gran pasión de Tomás es el fútbol. Vibra con Colo Colo y su referente es Matías Fernández. “Alguna vez me lo encontré en kinesiología en Meds. Es súper sencillo. Me ha tocado estar con muchos futbolistas ahí, pero me daba vergüenza hablarles. Matías era un ídolo de ese Colo Colo del Bichi Borghi, a quien también tuve el honor de conocer”, admite. Y agrega: “Me gustaría correr el Dakar con la insignia de Colo Colo”.

También le apasiona el periodismo, carrera de la que le queda un año y medio para egresar. Eso sí, hoy está abocado a la realización de pequeños documentales: “Estoy con un shortfilm sobre un salar muy especial en el norte”.

Foto: Andrés Pérez.

Un poco de eso hay también en su deseo de ordenar el taller, donde convive su moto con las distintas motos de su padre. “Viví aquí en estos pasillos, cuando chico. Han pasado siete años y nunca me había dado el tiempo de ordenar. En algún momento a lo mejor haremos un museo”, anticipa.

¿Sus sueños? “Mi sueño es poder tener un resultado en el Dakar. No te voy a decir ganarlo, porque soy súper pequeño y no me siento preparado, pero estoy trabajando para darme cuenta yo mismo de que lo puedo hacer. Sé que tengo las condiciones y la cabeza. Siempre cuando entro al desierto, trato de dar lo mejor de mí. Esa es una de las cosas que me enseñó mi papá: a no agachar la cabeza, sino que a ir siempre para adelante y buscar los sueños. Al final la vida es tan corta y hay que empujar, empujar y empujar hasta que resulte. Pero no nos quedemos ahí, porque es muy fácil no cruzar el río. Arriesgarse es lo entretenido y ese es el gustito que tiene la vida”, reflexiona.

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