LT Domingo

Columna de Héctor Soto: Emergencia

En adelante el país no será sino lo que quieran los sectores medios. Son los que están al mando. Son los que le dieron piso y apoyo al reventón. Son los que ahora último se lo están quitando, porque simplemente no se llevan bien con la violencia. Son los que oyó el Presidente al convocar a sus acuerdos por la paz, la justicia y la nueva Constitución. Y son los que tuvo en cuenta la oposición al elaborar sus demandas y sentarse a conversar con el gobierno.

Fotos: Jose Francisco Zuñiga/ Agencia Uno

Así como Pinochet decía que en Chile no se movía una hoja sin que la moviera él, así también en el Chile de hoy no se mueve una hoja sin que lo haga la clase media. No es la antigua clase media, claro, esa de la cual provenía el Presidente Lagos con mucho orgullo y que era hija del liceo, de la Universidad de Chile y del empleo público. Esta es otra, básicamente emergente, producto de su propio esfuerzo y del modelo, que salió hace poco de la pobreza, que vive enrejada en barrios periféricos, con un auto en la puerta a lo mejor, con hijos que han ido a la universidad por primera vez en la historia familiar, con una mochila de deudas que simplemente no cuadra con su nivel de ingresos, con una fuerte sensación de precariedad como espada de Damocles sobre la cabeza y que se viene levantando todos los días, desde hace ya tiempo, con expectativas de superación en la vida que la economía, desde hace cinco o seis años, a lo menos, no ha podido sustentar, básicamente porque el crecimiento ha sido miserable.

Hay razones para pensar que el reventón del 18 de octubre pasado es el de esa clase media. Reventón puede ser una palabra equívoca y, por lo mismo, conviene aclarar que se refiere no a la operación terrorista que tuvo lugar ese día en 20 estaciones del Metro de Santiago, que es lo que está en el origen del movimiento, sino a la súbita expresión de furia y malestar que en cuestión de horas movilizó a cientos de miles de personas, en su mayoría jóvenes (pero no solo jóvenes), contra la injusticia y el abuso, en el más abrupto cambio del paisaje político, anímico y social que haya visto el país en los últimos 50 años.

Esto es lo realmente nuevo. Y es lo que marca un punto de inflexión, porque pone al descubierto el momento en que el país se sale del control de las élites y pasa a ser rehén de una mesocracia que dice hasta aquí no más. Nunca antes a las élites se les había escapado el país como ahora. Ni siquiera en los tiempos de la UP, cuando la clase dirigente decidió que el país no se le iba a ir de las manos así como así. Ojo, en Chile hoy las élites son mucho más variadas que entonces y más diversas de lo que se cree. El concepto cubre tanto a los sectores tradicionales y más poderosos en términos de prestigio y de poder, como a los estratos dominantes de la política y la cultura, que fueron básicamente los que generaron la épica de la Concertación y que desde allí se hicieron de posiciones expectables en el establishment.

Todo eso es lo que ahora está quedando atrás. Desprestigiadas y vencidas, las élites están dejando de gravitar en las instancias en que lo hicieron siempre -la educación, la Iglesia, los partidos, las universidades, los medios, la política- luego de que una manga de ilustres delincuentes acabó con el prestigio y la confianza de sus respectivos estamentos. Es lo que consiguieron curas abusadores, empresarios coludidos, carabineros ladrones, militares aprovechadores, políticos financiados tras bambalinas...

En adelante el país no será sino lo que quieran los sectores medios. Son los que están al mando. Son los que le dieron piso y apoyo al reventón. Son los que ahora último se lo están quitando, porque simplemente no se llevan bien con la violencia. Son los que oyó el Presidente al convocar a sus acuerdos por la paz, la justicia y la nueva Constitución. Y son los que tuvo en cuenta la oposición al elaborar sus demandas y sentarse a conversar con el gobierno.

Lo que salió de esa negociación dependió menos de las partes -gobierno y oposición- que del piso que les podían dar a los acuerdos los sectores medios. Ellos decidirán cómo, cuándo y por qué pacificar la calle. Qué y cuánto de la agenda social. Cómo y de qué manera la nueva Constitución. Eso en lo grueso. Por lo mismo, no tiene mayor sentido discutir si el gobierno reaccionó tarde, si entregó mucho o si negoció mal. Tampoco si la oposición pudo haberlo hecho mucho mejor. Basta de hojarasca y de la contabilidad de ratas. Al final son pequeñeces. Iniciado el incendio, nada pudo ser demasiado distinto de lo que fue y en algún momento habrá que reconocerle a Piñera la cautela, la prudencia, con que manejó la crisis. No obstante seguir seguramente en deuda con las formas republicanas, lo cierto es que el Presidente se ha comportado como estadista.

Para la derecha, ciertamente, es traumático. El sector de alguna manera siempre sintió un poco la madre de esa clase media expandida durante los años de transición y que es la misma que ahora se subvirtió. Obviamente que la derecha no estaba preparada para esta emancipación. No estaba en su libreto, aunque era un trance que en algún momento tenía que ocurrir. Ahora viene un país que -mejor, peor, más o menos grato- será distinto. Y que en algún momento, de nuevo, va a necesitar dirección. Quiénes se la van a dar sigue siendo una incógnita hoy. En las últimas semanas hubo un Chile que habló fuerte y brusco. Pero hubo también otro Chile que calló, que se angustió y que en los próximos meses debería tener algo que decir.

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