Opinión

Columna de Ascanio Cavallo: El ensayo de la nueva generación

Domingo 11 de Diciembre 2021/ SANTIAGO. Gabriel Boric poco antes de ganar la presidencial. FOTO: JUAN FARIAS / AGENCIAUNO Juan Farias

En un pasaje del Retrato del artista adolescente, de James Joyce, el protagonista, el joven Stephen Dedalus, dice que cuando sus hermanos debatían acerca del futuro notaba “un fondo de cansancio que se escondía tras la frágil frescura de sus voces inocentes. Incluso antes de que partieran para la jornada de la vida, ya estaban cansados del viaje”. Luego agrega que lo mismo había percibido en Virgilio, “ese dolor y ese cansancio, pero al mismo tiempo, esa esperanza de cosas mejores que han sentido los hijos en todas las épocas”.

Esperanza, dolor y cansancio. Esta es la definición de un cambio generacional. Se puede sostener que en la política un sistema está estancado cuando bloquea la emergencia de esas expresiones y promueve, en cambio, una forma de conformismo. El testimonio clamoroso del estancamiento en Chile fueron los 16 años de gobierno de dos personas, conformismo in extremis, negación del recambio o, lo que quizás es peor, su reducción a dosis minúsculas.

La irrupción de una nueva generación se produjo finalmente este año, con el triunfo de Gabriel Boric como el Presidente más joven de la historia. Contra lo que pareció inicialmente, este fenómeno no nació de la construcción de una nueva mayoría generacional, sino sobre todo de la implosión de las anteriores. Cayeron, por dentro, los restos de la Concertación y los viejos caudillos en la derecha. Y con ello se abrió, por fin, la brecha para la entrada de sangre nueva a La Moneda.

La pregunta es si eso ha significado un cambio en la orientación política. La ministra Camila Vallejo ha dicho que el gobierno de Boric logró “reencauzar al país”. Es cierto que eso ha venido ocurriendo de una manera aún quebradiza. Pero sólo una parte se puede atribuir a la gestión de gobierno. Después de todo, el evento electoral más importante del año, el plebiscito del 4 de septiembre, fue una bofetada no sólo contra la Convención Constitucional, sino también contra un gobierno que, a pesar de todas las advertencias, insistió en respaldarla.

Para un dirigente político es muy duro descubrir de la noche a la mañana que el país no es el que creía que era. El vacío cognoscitivo se hace tan inmenso, que sólo se puede echar mano a las explicaciones conspirativas, a la ignorancia y a la ingratitud. La misma reacción tuvo Pinochet tras perder el plebiscito de 1988, cuando el actual Presidente tenía dos años y medio.

Lo que había prevalecido hasta septiembre era la radicalidad del recambio generacional. Sólo que, contra todo lo esperable, en seis meses no había logrado desplegar mucho más que un gran repertorio de incompetencia, voluntarismo, desconocimiento del Estado, precipitación ideológica y, más desoladoramente, ignorancia del mundo. Y en cuanto a prácticas, más o menos lo mismo de siempre: amiguismo, cuoteo, cálculo corto, arbitrariedades. El plebiscito le dio la oportunidad de despejarse del corsé generacional y echar mano de figuras más experimentadas, aunque fuesen de la coalición a la que se deseaba borrar del mapa.

Dos cosas se han revelado en estos últimos tres años: la primera es que el empate político no es parlamentario, es societario. Los contradictorios resultados de las 11 elecciones realizadas desde el 2020 revelan que no existe en Chile una hegemonía nítida, ni de izquierda ni de derecha. El país que creían ver el Presidente y sus grupos de referencia simplemente no existe. Las cosas son más complejas. No se puede confundir una victoria circunstancial con un giro histórico. Lo que hay de nuevo, por ahora, es lo que está en la esfera generacional.

La segunda es que el juicio público sobre el pasado no coincide con el que se inventó durante los días de violencia del 2019. El país no rechaza los 30 años previos del modo en que hubiese querido Apruebo Dignidad y el propio partido del Presidente. Se necesitaba, nuevamente, una idea algo más matizada, menos eslogan y más crítica fundada. Escuchar a Hanna Arendt: “El pasado no lleva hacia atrás, sino que impulsa hacia adelante y, en contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos conduce hacia el pasado”.

El expresidente Piñera solía decir que el peor año de los gobiernos chilenos es el segundo; cuando el segundo suyo ya estaba muy avanzado, le estalló encima el 18 de octubre, del que no se recuperó. Con todo, esos gobiernos pasados disfrutaron al menos de un trimestre inicial de alta aprobación. La del Presidente Boric, en cambio, se desplomó de inmediato, empujada por una corte de ministros no aptos. También es duro descubrir que a veces los amigos simplemente no sirven; una corte de compañeros de curso es lo más lejano que se puede imaginar a un equipo de gobierno. El segundo año de Boric lo encontrará un poco mejor arropado, pero con un panorama económico sombrío, lo que sugiere que, en realidad, su destino se juega entre el 2024 y el 2025.

06/09/2022 CAMBIO GABINETE PRESIDENTE GABRIEL BORIC Foto: Pool MARIO TELLEZ

En cuanto a la renovación de la izquierda, tampoco hay mucho por ahora, por lo menos hasta que aflore abiertamente el conflicto entre la socialdemocracia aggiornata y el proyecto comunista, que es el único que supera el horizonte del gobierno. La prometida renovación se ha convertido en mera resistencia al crecimiento y la globalización; un nacionalismo desarrollista, con ecos muy anticuados, y una cierta rendición ante un indigenismo que mezcla neomarxismo con depuración étnica. En ese mar de consignas, como ha advertido el ideólogo originario del Frente Amplio, Carlos Ruiz, se ha perdido de vista al pueblo.

Nueve meses después de su instalación, braceando a lado y lado, concediendo aquí y acullá, tratando de satisfacer a las dos almas que lo conforman (como ocurre siempre en una coalición), el gobierno de la nueva generación no es todavía nada realmente nuevo. El recambio era tan necesario como hace unos años lo fue la alternancia en el poder. Por sí mismas, ni una ni otra cosa bastan.

Como todo Presidente, Boric quiere dejar una marca, una muesca en el continuo infinito de la historia. Parece ser que los chilenos también desearían eso; es el lado benéfico del presidencialismo. A estas alturas el Presidente ya sabrá que el solo cambio generacional era insuficiente, que ya se produjo y quemó sus cartuchos a punta de disculpas. Ocurrió que, a solas, se terminaría pareciendo mucho a la mera torpeza. Ahora necesita otros pasos, en los que no se vuelva a equivocar; en los que no prevalezcan ni el cansancio ni el dolor, sino la esperanza. Le quedan 39 meses para intentarlo.

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