La llegada sigilosa de la “narcopolítica”

narcotráfico


¿Conoce la historia del Chapo o Pablo Escobar? Sus relatos ilustran cómo el narcotráfico logra penetrar en el mando local para manejar su negocio, a cambio de asegurar calma y popularidad para la autoridad -un clientelismo puro y duro-. Su método, en términos sencillos, es ejercer presiones y aprovechar las necesidades de la gente, llevando a cabo una maquiavélica técnica de “responsabilidad social” para controlar el territorio, la distribución de drogas y obtener patentes municipales para lavar dinero. Esto, que suena a ficción para algunos, es una realidad que cobra cada vez más fuerza en Chile.

Se avecina un año electoral; territorio fértil para que el narcotráfico tiente a quienes quieren ser electos cueste lo que cueste. Podría parecer extremista, pero la experiencia habla por sí sola. Como ya ocurrió en San Ramón, en las comunas donde hay narcotráfico y pobreza, está el peligro de que lo político colabore con lo narco para que ambos puedan obtener sus objetivos. Esto es aún más riesgoso si sumamos el hecho de que las necesidades producto de las crisis han aumentado; problema que los narcos han sabido aprovechar para aumentar su poder.

Lo anterior fue claramente evidenciado a fines del 2019. No por nada Iván Poduje, tras realizar un exhaustivo análisis sobre los daños causados producto de la violencia que tiñó gran parte de las manifestaciones desde el 18 de octubre, concluyó que sin orden público no prima la libertad, sino el régimen de las organizaciones criminales. Investigaciones como estas permiten observar diversas fases en las que los narcotraficantes sacan provecho del caos en los barrios más críticos. Disfrazados de “Robin Hood”, hacen lo que sea para adquirir la confianza y manipular a sus vecinos para que, con la gente a su favor, puedan torcer la mano a la autoridad local.

Sumado a lo anterior, cabe destacar que cifras de Senda -al 2018-, indican que ha habido un aumento sostenido en la percepción que hay sobre lo fácil que es adquirir drogas, especialmente en zonas más vulnerables. Y si creía que las restricciones por la pandemia disminuirían estos números, no podría estar más alejado de la realidad. Según datos de la PDI, el tráfico no ha disminuido y ha habido un incremento en la incautación de marihuana y cocaína, lo que conversa con lo sostenido por organismos internacionales, quienes ya no solo nos señalan como uno de los principales puertos de salida hacia Europa, sino también como manufactureros.

El problema no tiene una solución única. Algunos dicen que ésta podría estar en trabajar en la prevención del consumo de alcohol y drogas en niños y jóvenes -como se hace en Islandia-. Otros sostienen que debiésemos organizar nuestro propio servicio especializado anti narcos. Ahora bien, el meollo del asunto está en que este tema ha pasado casi inadvertido, a pesar del riesgo latente que hay respecto de que el narcotráfico tome cada vez más terreno. Ojalá que los fuegos artificiales que usemos para dar la bienvenida a los próximos años, no sean los que lancen en el funeral de nuestra democracia, sociedad y una que otra víctima.

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