“Yo también nací en el 53″, el eco de una generación en el Chile de 2025
En 1977, Víctor Manuel cantó Yo también nací en el 53. Su letra retrataba a una generación nacida en dictadura, que luego vivió la democracia y un mayor bienestar, pero que asumió que el futuro nunca es exactamente como se promete. Más que una queja, era la constatación de que todo avance deja también sus deudas.
Ese eco resuena en el Chile de 2025. Muchos crecimos convencidos de que lo mejor estaba por venir: estabilidad política, reformas que abrirían paso a mayor equidad, un horizonte de progreso. Sin embargo, esas expectativas se han ido desdibujando. La ciudadanía percibe que el país ya no se parece al futuro que alguna vez proyectó.
La desesperanza no surge de un solo lugar ni de una sola causa. Es un entramado de factores acumulados que hoy generan una extendida sensación de estancamiento. Proviene de instituciones que no logran responder con eficacia y de una política atrapada en la reivindicación de sus idearios, donde cada sector defiende sus banderas incluso a costa de bloquear acuerdos que podrían mejorar la vida cotidiana.
Nace también en los barrios, donde la cohesión social se ha debilitado y la confianza hacia el otro se erosiona día a día. La inseguridad, el miedo y la percepción de abandono convierten la convivencia en un terreno frágil. Al mismo tiempo, una economía que avanza con lentitud refuerza la idea de que el progreso se ha desacelerado.
A todo esto se agrega una fractura cultural y social que encuentra en las redes sociales un amplificador implacable: el malestar es real, pero se procesa en trincheras irreconciliables, en relatos de ellos contra nosotros que no ofrecen salidas sino más división.
De esa suma de factores nace una sensación compartida: que el progreso se transformó en nostalgia y que la movilidad social se percibe más como un recuerdo del pasado que como una certeza del presente. Puede que las cifras relativicen esas percepciones, pero lo que las personas sienten es legítimo. Y es sobre esa percepción —no sobre las estadísticas— que se toman decisiones, se forman opiniones y, lo más relevante en democracia, se vota.
¿Qué hacer frente a esa desesperanza? Lo primero es entender que ya no basta con diagnósticos ni con discursos sobre la esperanza. Los partidos, el Parlamento y el gobierno tienen la responsabilidad de demostrar que la política todavía sirve para resolver lo cotidiano: seguridad, empleo, salud. Si no hay respuestas concretas a esa agenda mínima, el desencanto seguirá creciendo.
El futuro nunca es exactamente como se soñó. Así lo comprendió aquella generación del 53, y así ocurre hoy en Chile. Pero que el futuro no coincida con lo imaginado no significa que esté escrito de antemano. Los candidatos pueden ofrecer largas listas de promesas, pero sin un sueño que las ordene se vuelven catálogos vacíos. Y, al mismo tiempo, ningún sueño es creíble si no se traduce en resultados que se sientan en la experiencia cotidiana. Se necesita un horizonte que convoque y, al mismo tiempo, obras de confianza que lo respalden: porque sin resultados todo horizonte se desvanece, y sin horizonte común toda obra termina siendo insuficiente.
Por Natalia Piergentili, directora de asuntos públicos de Feedback.
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