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"A mis hijos no me los toca nadie"

“Si el colegio se pasa a privado, no voy a poder pagarlo, nos vamos a tener que ir. Pero yo no quiero poner a mi hijo en un colegio público, me da lo mismo si es gratis, no quiero eso para mi hijo”.

En palabras simples, esta es, aparentemente,  la cruel encrucijada que propone la Reforma Educacional para los padres que educan a sus hijos en colegios subvencionados: o pagas más o te condeno a un sistema desastroso. No hay más alternativas.

Para variar, el resultado de la funesta ingeniería social es exactamente inverso al declarado inicialmente: perjudica a quienes se buscaba beneficiar.

“El colegio es excelente, lo hemos ido mejorando entre todos”. “Si pasa a ser estatal tenemos claro lo que va a pasar: se va a puro faltar a clases, nadie va a cuidar nada, se van a ir los profesores buenos y van a empezar los arreglines”.

Más claro echarle agua. La fuente de estos comentarios no son los descontextualizados papers de la OCDE ni los modelos de Finlandia o Singapur. No son palabras de los twitteros ilustrados que buscan tribuna y pega de asesores. Tampoco provienen de los que protestan y tiran piedras sin haber trabajado ni de empaquetadores en un supermercado en las vacaciones.

Se trata del dilema que enfrenta un hombre bueno que se esfuerza por darle lo mejor a su hijo. Un hombre de verdad, que representa a los padres de 1.300.000 alumnos de los 3.500 colegios subvencionados de este país, cuyo fin parece estar a la vuelta de la esquina en nombre de tres o cuatro slóganes.

Los colegios subvencionados ganan por paliza en todas las métricas. Los prefieren los únicos que importan: las familias. 70% los elige sobre la alternativa municipal, que concentra sólo 24% de las preferencias. Consultados sobre 18 atributos  (calidad de los profesores, posibilidades de acceder a la educación superior, etc,),  los subvencionados arrasan a los municipales en todos y cada uno de ellos, con 80% de las preferencias en promedio.

“La gente está nerviosa, nadie entiende por qué nos quieren hacer esto. Nos estamos juntando con otros colegios, no nos vamos a quedar con los brazos cruzados mientras nos pasan por arriba. Hay que dar la pelea”. Y la van a dar.

Si la educación de calidad es un derecho, quitársela a quienes sí la están teniendo no es sólo un descriterio mayor. Es también una idea cruel, que violenta por su soberbia inaceptable. No se puede condenar a un par de generaciones a la mediocridad mientras el sistema “se arregla”.

Me cuesta mucho pensar que una idea como ésta fructifique. Porque se va a enfrentar una resistencia feroz, a una guerrilla casa por casa. Porque como dicen las mamás, “a mis hijos no me los toca nadie”.

*El autor es panelista de Información Privilegiada, de radio Duna.

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