Hermanos en pandemia: ¿puedo ayudarlos? (2ª parte)

Busqué mi alma y mi alma no pude ver. Busqué a mi Dios y mi Dios me eludió. Busqué a mi hermano y encontré a los tres (Elisabeth Kübler-Ross).


Se acaba febrero y mientras los veraneantes retornan en masa a sus respectivos hogares, los conflictos en la Araucanía se mantienen. El ministro de Salud, Enrique Paris, anuncia el Carnet Verde Covid, Esteban Paredes seguirá jugando fútbol en una división inferior, el pequeño Tomás no aparece, Ikea anuncia su aterrizaje en Chile y el retorno a clases parece una realidad para nuestras niñas y niños… ¿O no?

Fuera de nuestro territorio, la OMS advierte que la propagación del coronavirus en Europa sigue un ritmo muy elevado, Angela Merkel trabaja para implementar un pasaporte de vacunación europeo, Djokovic se vuelve a coronar en Australia, Perú sorprende con un inédito caso de eutanasia, Venezuela expulsa al Embajador de la Unión Europea, Brasil supera los 250.000 fallecidos y Estados Unidos lamenta más de medio millón de víctimas del coronavirus.

Apago la radio del auto, guardo mi ticket de estacionamiento, salgo a la superficie y el calor me golpea con fuerza. Apurado, camino hacia una terraza donde Lucas, mi cliente, me espera fumando. Pese al calor, lleva un impecable terno oscuro, camisa blanca y enormes anteojos de sol. Nada más acercarme me saluda con su puño izquierdo mientras apaga su cigarro con la mano derecha.

¿Qué tal? Espero bien. Yo no he parado de pensar después de nuestra primera sesión. He repasado mentalmente todo lo que te conté y en lo mucho que hablé de mis hermanos. La Andrea, mi pareja, dice que ellos ocupan demasiado espacio en mi vida. Y es cierto, aunque asumo -o me justifico- que cuando tus viejos no han estado, te aferras a lo que tienes.

¿A qué te aferras?

Ufff… mira… a la Andrea la conocí estudiando teatro. Yo me había salido de periodismo y entré a ese mundo que claramente no era el mío… pero del que rescato a Andrea. A diferencia de otras pololas, con ella podía hablar horas y horas y fue ahí cuando me hizo ver que los protagonistas de todas mis historias eran Pablo, Simón y Mateo. Al principio no entendía estos comentarios y me ponía a la defensiva, porque al cuestionarlos, sentía que me cuestionaba. Me tomaba muy a la personal sus observaciones. De ahí me salí de teatro, dejamos de vernos un tiempo y nos reencontramos cuando estudiaba publicidad. Nuevamente hice crisis con la carrera y pensé que la Andrea me iba a dar un sermón, pero en vez de eso, me dijo, Lucas, por qué no trabajas a tiempo completo con tus hermanos. Acaba con este sufrimiento.

¿Cuál sufrimiento?

Los estudios no eran lo mío, daba lo mismo la materia. Creo que estaba maleado, pues desde muy chico trabajaba con Pablo. Como buen hermano mayor, me llevaba a sus obras supuestamente para que no me quedara solo, pero siempre me endosaba cachos, me daba tareas y sin darme cuenta, ya era parte de su inventario, de su planilla, de su personal. Así es Pablo, no te pregunta. Te asume. Y pasas a ser su empleado. Suena mal, pero el weon pagaba muy bien y mientras me iba como las webas en la universidad, con Pablo ganaba lucas en la construcción. Siempre, en alguna de sus obras, yo era sus ojos. Y todos me cachaban y como era buena onda con los maestros, las cosas se daban con mucha naturalidad. Por eso, cuando Pablo se puso a armar clínicas dentales con Simón, sentí una dulce condena: iba a trabajar para siempre con mis hermanos.

Silencio… Lucas saca del bolsillo de su chaqueta una cajetilla Marlboro y enciende otro cigarro con un encendedor de aire comprimido. Es una granada de cobre.

Supongo que después de un tiempo aprendí a no hablar tanto con la Andrea de mis hermanos. Me ahorraba problemas, pues a ella no le gustaba el estilo de vida de ninguno. La Andrea es actriz y hasta vivir juntos, era la austeridad máxima. Todo lo dosificaba y sacaba sus cuentas en un cuadernito. Era como vivir con un canario. Vivía con lo justo, muy pegada al piso. Sus papás son iguales. Son profesores. Toda la vida la misma casa, la misma pega. Y aunque al principio me parecían lateros, con el tiempo me di cuenta que me ayudaban a centrarme. Mientras mis hermanos se compraban autos de lujo, construían mansiones y financiaban vacaciones inolvidables, con la Andrea paseábamos en bici por el barrio y en nuestras vacaciones visitábamos a sus viejos en una casita que se construyeron en la playa o nos arrancábamos a algún retiro espiritual. En definitiva, gracias a ella me puse a ahorrar, pues la flaca nunca quiso que compráramos una casa. A ella le gusta esta sensación de no ser dueña de nada, de no tener hijos, de ser libres y de poder irnos cuando quisiéramos. Y mientras mis hermanos se farreaban la plata, yo la escondía de la Andrea, pues si ella hubiera sabido cuanto ganaba, se muere. Y fue así como empecé a ayudar a amigos con sus emprendimientos y plataformas, iniciativas que hoy me salvan de depender de mis hermanos. Escuchándome, suena como si todo estuviera bien, pero por dentro siento que me voy a la mierda y que me tengo que hundir con mis hermanos. Me siento mal, me siento mal de estar bien o de estar mejor que ellos, no sé cómo explicarlo.

¿Qué tienes que explicar?

Es raro, pero siempre me he sentido en deuda con ellos. Pablo es el mayor, el constructor, el que heredó lo que abandonó mi viejo, también constructor, pero eso da para otra sesión. Pablo era el weon que me retaba y apoyaba. Era duro y me podía sacar la chucha, pero también era el weón que me sacaba de la cana y que tapaba mis pendejadas. Simón, el dentista, es el insoportable. El que te ignora para puro webearte, el que te hace sentir que nunca le vas a llegar a los talones, pero que cuando descubre que tienes un talento o algo que le sirve, se ilumina y te ilumina. Ese weon te convence, te ayuda a creerte el cuento y te hace ganar. Y Mateo es el correcto, el hombre del deber ser. El que pudo estudiar comercial sin beca porque los papás de su polola le pagaron la carrera. Obviamente se terminó casando con esa familia y hacia allá van todos sus ingresos. Y ese weon es tan distinto a Pablo y a Simón, que te hace creer que todo es posible. Es admirable, pero también patético. Es generoso con la familia de su señora y mezquino con el resto del mundo. Pero si no hubiera sido por él, los dos mayores no habrían aceptado repartir las ganancias por partes iguales… Entonces sí… me siento en deuda y aunque soy consciente que todo me lo he ganado a pulso y que los weones me han hecho mil quinientas mariconadas, los amo y les he perdonado todo… El problema es que esto me está costando mi relación con Andrea…

Silencio… y Lucas se pone y saca un enorme anillo de plata del dedo anular… ¿Quieres un irlandés?

Sin esperar mi respuesta, Lucas pide dos irlandeses y cuando llegan a la mesa me doy cuenta que voy a tomar whisky antes del mediodía. Lucas saca otro cigarro, lo prende y se pone los anteojos de sol de vuelta.

No sé si estaré viejo, si será un anticipo de la crisis de los cuarenta o qué… pero me he puesto llorón… lloro viendo series… pero sobretodo hablando de mis hermanos. Estoy pa’ la cagada porque veo como todo se va a la chucha y la Andrea me dice que esta es mi oportunidad para liberarme. No sé si te conté en nuestra primera sesión, pero mi viejo, cuando yo era chico, se fue a la mierda con la constructora. Se arrancó del país, después lo pillaron una vez que entró a Chile, lo tomaron preso un par de años y volvió a desaparecer. Al final, rehízo su vida en el sur, con otra señora, en una vida muy alejada a la que había tenido. Corta. Terminó pobre. Se lo cagaron sus socios, los que nunca aparecieron y mi vieja, supongo que para sobrevivir, se colgaba de cualquier viejo con lucas. Y todos juramos no repetir la historia, pero ahí estamos, pedaleando para allá. Y sé que el menos cagado soy yo. Tengo menos peso y aún puedo tener la vida que quiera con la flaca. Pero no puedo. Y me he peleado con todos mis hermanos para que atinen. Nos creímos inmunes al estallido social, pero no resistimos la pandemia. Sobrevivimos gracias a las plataformas y seguimos terminando los proyectos que habíamos empezado antes de la pandemia, pero la realidad es que desde entonces no han entrado nuevos proyectos y veo difícil el milagro. Los bancos nos pelotean, no hay créditos ni nuevos clientes. Está todo congelando y si esto sigue así este 2021, hay que bajar la cortina y las vidas de mis hermanos se van a negro.

Lucas se toma al seco su irlandés y que saca un nuevo cigarro.

Cigarro, cigarrillo

Perdona que fume tanto. Hoy no tenía paciencia ni para enrolar. Es muy raro estar entre la Andrea y mis hermanos. Antes, con los viajes, todo era más fácil, pero encerrados en la pandemia, me di cuenta de cuan opuestos eran nuestros mundos. Supongo que la Andrea, que tuvo los papás más estables del mundo, sueña con la libertad, pero nosotros, que siempre tuvimos la cagada, nos quisimos asegurar ganando lucas. Ahí empezó la locura, pues no supimos armar empresa, invertir, sino que, presionados por Pablo y Simón, exprimimos los limones al máximo. Y Mateo, pese a lo ordenado que es, se acomodó a esto y se inventó una vida en la cota mil. Una vida muy correcta, muy piadosa y más cara que la chucha. Y lo sé, todos tapando hoyos, escondiendo carencias y complejos, pero estábamos juntos. Eso era lo importante para mí, estar con ellos, siempre. Y ahora que esto se acaba, siento que mi vida con la Andrea, mis emprendimientos y ahorros… no valen nada. Y es super injusto. Para la flaca… pero también para mí…

Tras pagar la cuenta, dejé mi irlandés casi sin tocar. Mi estómago… mi cuerpo… estaban apretados y recién arriba del auto sentí como me empezaba a descomprimir. Cuello. Piernas. Espalda. Tensión máxima. Me acordé de respirar y casi mecánicamente recordé unas sencillas palabras de Thich Nhat Hahn: “El tiempo no es dinero. El tiempo es vida, y el tiempo es amor”.

Continuará…

Lea la primera parte de esta columna en este enlace

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