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De parejas homoparentales a matriarcado: los rostros de quienes acogen a los casi 10 mil niños al cuidado del Estado

Las familias de acogida son un reflejo de la diversidad social en Chile y la decisión de recibir temporalmente a un menor es una muestra de que la vocación de ayudar no tiene límites y no se trata solo de abrir un hogar, sino de romper ciclos de vulnerabilidad y ofrecer un entorno de amor.

En un giro positivo para el sistema de protección infantil, las familias de acogida se han comenzado a consolidar como la mejor alternativa para los niños, niñas y adolescentes que, por orden de un tribunal, son separados temporalmente de sus hogares.

Alejándose del modelo tradicional de residencias que hoy ha traído tensiones en el mismo servicio, este sistema busca ofrecer un entorno familiar que mitigue el trauma y facilite la reinserción social de los menores vulnerados en el país.

El Servicio de Protección Especializada, más conocido como Mejor Niñez, revela un panorama esperanzador: a la fecha 9.933 niños se encuentran en familias de acogida, lo que representa un 66,9% del total de menores bajo protección estatal.

Ellos, a su vez, están a cargo de alguna de las 5.364 familias de acogida que hay en el país, cuyo panorama revela un cambio significativo en el perfil de quienes deciden sumarse a esta labor. Contrario al estigma de que solo un tipo de familia puede acoger, los datos del Servicio de Protección muestran una notable diversidad.

Y es que la composición familiar también es variada, lo que derriba la noción de un único modelo: sólo el 35% de los acogedores son personas casadas, mientras que un 27% son solteros, y un 19%, cohabitantes.

El promedio de edad de las personas que acogen es de 50 años, con una concentración importante en los grupos de 45 a 59 años (38%), seguidos por quienes tienen entre 60 y 69 años (23%) y 30 a 44 años (21%).

“Hacer algo por la sociedad”

Cristián Carvacho (49) y Rodrigo Pérez (47) son un ejemplo de esta nueva realidad. Juntos han acogido a dos menores en distintas ocasiones, demostrando que la estabilidad no depende de la configuración familiar. El primero de esos menores, un niño de sólo nueve meses, llegó a su hogar en febrero de 2023.

“Al haber sido un bebé es más simple el acercamiento”, comenta Rodrigo, señalando que el niño “no se movía, había tenido muy poca estimulación motora”. Con su ayuda, el pequeño aprendió a sentarse, gatear, caminar y comer.

Su segunda experiencia, la de Víctor, un niño de tres años, fue diferente. Él venía de una situación de violencia y negligencia. “Para él lo normal era ver todos los días que el papá le pegaba a la mamá, que el papá le pegaba a las hermanas, y que también a él le llegaba”, explica Cristián.

La transformación fue asombrosa: un diagnóstico inicial de autismo, que según ellos era resultado de la negligencia, fue descartado. Rodrigo cuenta que Víctor “aprendió a la semana a comer. Al principio él gritaba, veía a alguien y se asustaba, tenía diagnóstico de TEA grado 3 y la verdad es que eso no le ha traído dificultades, es un niño supersociable”.

“Nuestra motivación siempre fue hacer algo por la sociedad. Nos aburrimos de escuchar gente que se queja y se queja”, dice Rodrigo, añadiendo que su objetivo es “romper ese círculo” de vulnerabilidad.

Un desafío a los 23

El caso de Valentina (23) muestra que la juventud no es una barrera para acoger. Como Técnica en Enfermería de Nivel Superior (TENS), decidió dar un paso al frente y acoger a León, un niño de dos años.

Ella cuenta que se adentró en el mundo de las familias de acogida impulsada por un simple comercial de televisión. “Nunca fue algo que planeamos”, confiesa, en referencia a su familia.

Ella vive con sus padres y, a diferencia de los modelos tradicionales, su familia compuso una suerte de equipo de apoyo para el menor: “Somos un estilo de familia distinto a lo normal”, explica. Su mamá es quien se encarga de llevar y buscar a León del jardín, mientras que ella se encarga de las preparaciones para el día siguiente. A pesar de su apretada agenda laboral, siempre está presente en los momentos importantes.

León llegó a su hogar con apenas un mes y 18 días y ya pasó su primer cumpleaños junto a ella. Para Valentina el proceso ha sido un “largo camino de aprendizaje”, especialmente al no tener hijos biológicos. Los cambios en León han sido su mayor recompensa.

“Cuando llegó era sperarisco a los besos, a los abrazos”, cuenta. Pero la transformación fue completa: “Al año y medio que tiene ahora, él adora los besos, adora los abrazos, anda buscando siempre para que le hagan cariño, y eso uno puede dar cuenta de que sí, los niños pueden cambiar con amor y eso es muy lindo”.

Para Valentina, la clave para afrontar el inevitable momento de la despedida es “priorizar la vida de él, el bienestar de él”. Confía plenamente en el Servicio de Protección, sabiendo que “si él se va, es porque es algo mejor”.

Para ella, el mayor premio es ver que su esfuerzo ha contribuido a que “él quizás más grande va a ser una mejor persona solo por haberlo tenido en tu casa”. Por eso Valentina se ha motivado para volver a ser familia de acogida en el futuro. “Siempre se puede ayudar, siempre se puede hacer más”, concluye, invitando a otros a que “lo intenten, siempre va a haber un niño que va a necesitar amor”.

Tres generaciones

La familia de Cecilia Martínez (56) también rompe con los estereotipos. Su hogar es un “matriarcado” de tres generaciones: ella, su hija de 29 años y su madre, de 91. Juntas han acogido a Tomás, un niño de tres años.

La decisión de Cecilia se basó en su experiencia como educadora de párvulos: “Trabajé en lugares con alta vulneración, de ahí que traigo esta idea de que se podían hacer cosas”.

Aunque conoció el sistema de acogida hace años, no fue hasta que se separó que se animó a explorar la opción. Cuando descubrió que no había un límite de edad para postular, decidió embarcarse en este camino junto a su hija.

Luego, le plantearon la idea a su madre, una persona con una mentalidad más conservadora, quien finalmente se adaptó y también participa en este acogimiento “que también la ha vitalizado”, según explica Cecilia.

El proceso de acoger no solo implicó un cambio en su hogar, sino también un profundo trabajo emocional. “Uno acoge a un menor, pero también acoge dolores, acoge traumas”, reflexiona. Para afrontar este desafío el apoyo del programa Familias de Acogida Especializada (FAE) ha sido fundamental.

“Las familias de acogida están supercontenidas por esta red, son profesionales que están constantemente colaborando en todo este proceso de adaptación de los niños”, ahonda.

La llegada de Tomás transformó por completo la dinámica familiar. “No había este tipo de movimiento en la casa”, dice. Y así, con una hija entrenadora de ciclismo que trabaja por las tardes y la ayuda de una asesora doméstica han logrado organizar una rutina estable para el menor.

“Nosotros también fuimos cediendo porque al principio queríamos muchas reglas y él también se relajó”, relata, mirando de reojo el momento de la separación: “Aquí no se trata de uno, de nosotros, aquí se trata del niño”.

Ser familia de acogida

El camino para convertirse en familia de acogida requiere de una postulación, un proceso de evaluación y capacitación por profesionales. Los requisitos son ser mayor de edad, no tener antecedentes penales, contar con ingresos estables y una red de apoyo.

Una vez cumplidos, las familias pueden acoger a niños que, según las estadísticas, en su mayoría tienen entre 0 y 1 año (10%), 2 y 3 años (11,91%) y 8 y 9 año (11,61%). Actualmente, casi el 48% de los menores acogidos son hombres, mientras que el 52% restante son mujeres.

La llegada de un niño puede ser de urgencia, como el primer acogimiento de Cristián y Rodrigo, donde un bebé de nueve meses llegó a su casa en menos de una semana. En otros casos, como el de Víctor, el proceso de vinculación es más gradual.

La clave, según ellos, es recordar la razón por la que se ingresa al programa: hacer algo por los demás.

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