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De regalar albahaca a los calendarios de Adviento: así ha mutado la Navidad en Chile en los últimos 200 años

El rito que festeja el nacimiento de Jesús ha estado marcado por distintos actos a través de la historia del país. Desde regalos del campo, misas multitudinarias y tarjetas impresas, hasta árboles adornados, compras y calendarios de Adviento, ahora viralizados en redes sociales.

La Navidad que hoy se vive en Chile, marcada por cenas familiares, regalos, árboles decorados y, más recientemente, calendarios de Adviento convertidos en objeto de deseo en redes sociales, dista mucho de las celebraciones que animaban las calles de Santiago y otras ciudades hace dos siglos. Su transformación ha sido lenta, atravesada por cambios religiosos, culturales, económicos y simbólicos que han ido desplazando una festividad pública, veraniega y comunitaria, hacia una celebración cada vez más reducida a lo privado.

Desde una perspectiva histórica y teológica, la Navidad no siempre ocupó el lugar central que hoy tiene en el calendario cristiano. “El nacimiento de Jesús era visto como una fiesta muy sagrada, pero no necesariamente la más importante. Se empieza a masificar y popularizar recién hacia el siglo III”, explica el sociólogo y teólogo Rodrigo Larraín, académico de la U. Central. La fijación del 25 de diciembre -una fecha arbitraria, cercana al solsticio de invierno del hemisferio norte- reforzó el vínculo simbólico entre el nacimiento de Cristo y la luz que vence a la oscuridad: una idea que también está presente en múltiples culturas.

Compras de Navidad. Foto: La Tercera. MARIO TELLEZ

En Chile, la celebración de la Navidad se instaló con fuerza durante la Colonia, pero lo hizo dialogando con los ciclos naturales del territorio. “En la zona central la Navidad coincidía con el inicio del verano, la época fértil y las primeras cosechas. Era una gran fiesta, casi un carnaval”, señala Amalia Castro, directora del Centro de Investigación en Artes y Humanidades de la U. Mayor. En Santiago, la Alameda se convertía en una feria festiva donde se compartían frutas, flores, dulces, helados y figuritas de greda. Los regalos no eran objetos comprados, sino ofrendas del campo: sandías, duraznos, ciruelas, ramos de flores o albahaca, cada uno con un significado simbólico.

Ese espíritu quedó retratado en la crónica de la revista Instantáneas de Luz i Sombra (1901), que describía así el ambiente después de Nochebuena: “Tras ella solo ha quedado el incitante olor de los polvos de arroz, de los claveles y las albahacas”. No era casual. La albahaca, los claveles y los canastos de fruta veraniega eran obsequios habituales, especialmente para las mujeres, mientras que frente a la iglesia de San Francisco se ofrecían “flores de Pascua” a viva voz.

La Pascua en la Alameda, 1906 Fuente: Revista Zig-Zag.

La dimensión religiosa, sin embargo, seguía siendo central. La misa del gallo a medianoche congregaba a multitudes y, tras ella, la celebración se trasladaba a fondas y ramadas instaladas en plena Alameda. “Se bailaba, se comía, se bebía. Había zamacueca, chicha, cola de mono. Era una fiesta popular muy intensa”, remarca Castro. Esa efervescencia llevó incluso a que, con el tiempo, estas celebraciones callejeras fueran restringidas por las autoridades de la época.

El cambio decisivo llegó con el siglo XX, según comentan los expertos. La industrialización, el comercio transoceánico y la instalación de casas comerciales internacionales introdujeron en Chile una Navidad importada del hemisferio norte. “Se empieza a implantar una celebración nórdica, con comidas calóricas que no se condicen con el verano, y con un personaje vestido para la nieve”, apunta Castro. Larraín coincide con este último punto: “Chile siempre ha mirado hacia afuera. Copiamos al hemisferio norte, incluso con viejos pascueros muriéndose de calor en diciembre”.

Desde la década de 1930, más o menos, la Navidad comenzó a secularizarse aceleradamente. La celebración se trasladó del espacio público al ámbito doméstico; la misa se adelantó y la comida se volvió familiar. “No es que se haya paganizado, el fondo cristiano sigue ahí, pero la práctica religiosa es cada vez menor”, sostiene Larraín. En paralelo, el consumo pasó a ocupar un lugar protagónico, desplazando a la Epifanía o Noche de Reyes, y concentrando los regalos en la noche del 24 de diciembre.

De la tarjeta al calendario de Adviento

La tarjeta de Navidad moderna nació en el siglo XIX como mezcla de costumbre antigua e innovación industrial y, al mismo tiempo, se vio como un ejemplo de cómo las tradiciones cambian con el tiempo. Estas fueron una respuesta a la nostalgia por las viejas formas de celebrar: tomaron prácticas sociales de las visitas y saludos de fin de año y las transformaron en un “gesto de papel” que se extendió con la expansión del correo barato. En 1843, Sir Henry Cole encargó a John Callcott Horsley la primera tarjeta comercial con la leyenda “A Merry Christmas and A Happy New Year to You”, conectando usos antiguos con la nueva tecnología de impresión y distribución.

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Este fenómeno también tuvo resonancia fuera del mundo anglosajón, incluido Chile. En Santiago y otras ciudades chilenas del siglo XX hubo circulación de tarjetas navideñas inspiradas en modelos europeos y norteamericanos, pero con el tiempo esta costumbre se atenuó, desplazada por mensajes digitales, redes sociales y otros formatos festivos. La forma impresa tradicional de enviar saludos navideños quedó, en gran medida, en el olvido ante la digitalización de la comunicación. Las prácticas que una vez conectaron a las familias y amistades a través del papel ahora se reconfiguran en medios electrónicos.

En ese contexto reapareció también, resignificado, el Adviento. Tradicionalmente, explica Larraín, se trata de “una preparación penitencial para la Navidad, marcada por rituales como el encendido de velas y la espera gozosa del nacimiento de Jesús”. En concreto, la corona de Adviento servía para contabilizar la espera del Nacimiento, reflejado en cuatro velas que cada una representaba una semana de espera: tres de ellas son moradas -para expresar penitencia- y una es rosada para demostrar que la espera se acerca. En algunos casos existía una quinta vela, de color blanco, para expresar el nacimiento de Jesús.

Calendario de Adviento: Imagen de referencia

Pero ese sentido espiritual se ha ido diluyendo. Los antiguos calendarios de Adviento europeos, que también mostraban imágenes religiosas y pequeñas sorpresas, dieron paso en el siglo XXI a cajas de 24 compartimentos pensadas para el mercado y el espectáculo digital.

Hoy, los calendarios de Adviento son protagonistas en TikTok e Instagram. El ritual ya no es encender una vela, sino hacer unboxing. Las hay de todo tipo, desde chocolates y personajes de películas infantiles, hasta miniaturas de perfumes y objetos de alta gama. “Se transforman en un nuevo símbolo cultural navideño, cada vez más despojado de sentido religioso y más cargado de anticipación, consumo y visibilidad”, resume Castro.

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