
La visita de la Reina Isabel II a Chile

Por Milton Cortés, historiador, Universidad San Sebastián
El 11 de noviembre de 1968 arribaron a Chile la Reina Isabel II y su esposo el príncipe Felipe. Su llegada causó una verdadera sensación entre los chilenos. Estos esperaban pompa y circunstancia y no fueron decepcionados. Durante su paso por Valparaíso, Carabineros tuvo dificultades y debió formar una cadena humana para contener a una enfervorizada masa deseosa de ver a la pareja real, mientras que en Santiago, una multitud de cerca de 25 mil personas hizo vigilia día y noche fuera del Hotel Carrera, donde se alojaban los ilustres visitantes. Por donde pasaban, salían multitudes a recibirlos. Era una recepción más digna de los Beatles que a un jefe de Estado.
Parte de este entusiasmo corresponde a la obra de la diplomacia británica, que no quiso dejar nada al azar y preparó el viaje durante meses, especialmente frente a la prensa chilena, la cual se dedicó casi exclusivamente a cubrir la visita durante los ocho días que duró. Para los británicos, esta visita era una forma de recordarle su existencia a los sudamericanos, en años de declive de su influencia en el mundo. También se daba un espaldarazo al proyecto político del Presidente Eduardo Frei Montalva, que se veía como la clase de gobierno ideal en el continente, un reformista que no caía en los extremos de la reacción ni la revolución violenta.
Pero la respuesta chilena ante la visita real tuvo mucho de espontaneo. Era en parte curiosidad, de conocer a una figura de renombre mundial que visitaba este alejado rincón del mundo. Pero también había un atractivo -un poco inconfesable-, de lo que era la tradición monárquica, en una especie de nostalgia con un pasado con el que se rompió en la Independencia, pero que nunca se ha ido del todo.
La visita de la Reina también fue un éxito ante la clase política chilena. Representantes de todos los partidos, de izquierda a derecha, hacían fila para conocerla. Entre los numerosos actos protocolares que debió realizar, que incluían desde cenas hasta asistencia a espectáculos deportivos, el más significativo fue su asistencia al Congreso, en donde la Reina dedicó palabras significativas a la tradición democrática chilena, muy atingentes a la época y que todavía tienen eco:
“Cada generación se inclina a adoptar una actitud crítica hacia la aparente debilidad y deficiencias de sus propios sistemas democráticos… Todos estos sistemas son susceptibles de perfeccionamiento…, pero es preciso ser cuidadoso para que la crítica y la insatisfacción conduzcan a un sistema mejor, y no simplemente a debilitar y socavar la confianza en el que se tiene….
No tengo la menor duda de que el fundamental buen sentido y tolerancia del pueblo chileno asegurarán que el Gobierno democrático popular continúe creciendo y prosperando por mucho tiempo”.
Uno de los regalos de la Reina al país, el Ford Galaxie 500 XL con el que se desplazó en su visita, pasaría a integrar esta tradición republicana, convirtiéndose hasta el día de hoy en uno de los signos del cambio de mando y de la institución presidencial chilena.
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