Opinión

¿Para qué ir a la universidad?

Foto: Patricio Fuentes Y./ La Tercera Patricio Fuentes Y.

John Henry Newman (1801-1890), quien fue declarado santo el 2019, ha sido nombrado el doctor número 38 de la Iglesia Católica por el Papa León XIV. Este título se otorga a santos que hayan hecho una contribución importante a la teología o a la doctrina cristiana. Varios entre ellos hicieron vida universitaria, produciendo sus ideas como académicos, desde la universidad. Pero Newman tiene la característica especial de haber pensado la universidad en una época en que esta institución se encontraba en una crisis de sentido.

Antes de volverse católico, Newman era un respetado académico anglicano de Oxford. Y, desde su posición en Oriel College, promovió una renovación cristiana de la vieja universidad y del anglicanismo. Junto a una serie de otros destacados intelectuales dio impulso al llamado “movimiento de Oxford”, que buscaba reconectar a la Iglesia Anglicana con las fuentes rituales y doctrinarias de los primeros tiempos, con el objetivo de anclar firmemente su autoridad en la inspiración divina, en vez de en la autoridad del Estado. Uno de los grandes legados de este esfuerzo fue traducir al inglés a los Padres de la Iglesia y ponerlos al alcance del mundo moderno.

Su giro definitivo hacia el catolicismo, ocurrido a mediados de la década del 40, lo obligó a dejar Oxford. En 1847 fue ordenado sacerdote católico y en 1879 fue nombrado cardenal por León XIII. Su vida como católico fue difícil, porque muchos lo consideraban demasiado anglicano. En 1854 se le encomendó ayudar desde el puesto de rector en el proceso de fundación y organización de la Universidad Católica de Irlanda, ubicada en Dublín (hoy University College de esa ciudad). Durante los cuatro años que trabajó en el puesto, también fundó y mantuvo operativa la Sociedad Literaria e Histórica. Finalmente, su salida vino acompañada de la aparición de un libro llamado La idea de una universidad, donde defendió una visión de la misma que combinaba la libertad académica con una fuerte formación espiritual y religiosa. Después de su periodo irlandés, siguió participando de distintos proyectos educativos.

La figura de Newman apela muy especialmente al mundo de hoy, donde el sentido de la educación en general, pero especialmente el de la universidad, nuevamente se encuentra en crisis. Y ni hablar de la pregunta por el rol de la fe en esos espacios. Las universidades seculares ya luchan con dificultad para no naufragar en su propio éxito: la sociedad moderna ha cargado sobre los hombros de las instituciones educacionales, y en particular sobre la academia, un volumen extremo de expectativas. Se les ha asignado el rol de árbitros del mérito social y profesional, ocasionando que casi todo sueño de prosperidad personal o colectiva termine luchando por un espacio en sus aulas. De ahí ha nacido un mercado infinito de títulos y posgrados, cuyo valor es fluctuante y a veces derechamente dudoso. Al mismo tiempo, la vida académica se ha visto sometida a una estandarización industrial que distingue poco entre un filósofo, un historiador, un químico o un ingeniero. La competencia por publicar y figurar se ha vuelto abrumadora, y el sentido de hacerlo, especialmente en las humanidades y las ciencias sociales, cada vez menos claro.

Pero para las universidades católicas el desafío es todavía mayor, ya que a toda esta sobrecarga de expectativas debe añadirse la misión de otorgar una formación cristiana que vaya más allá de meras pinceladas impartidas en ramos electivos de escasa exigencia y última prioridad.

En Chile, la fiebre universitaria recién está comenzando a bajar. El bajo retorno de muchos programas, la caída en la calidad de varios profesionales y la creciente cantidad de cesantes ilustrados, todo en el contexto de una economía estancada, hace que algunas personas comiencen a mirar con sospecha el aumento sideral de las matrículas empujado por el CAE y la gratuidad. Y la nueva propuesta gubernamental para financiar la educación superior, el FES, parece no hacerse cargo de los problemas de la masificación acelerada. Hoy más que nunca, entonces, parece importante preguntarnos qué es razonable esperar de la universidad y cuál es el sentido de su existencia.

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