Estallido, revuelta, insurrección...: Y usted, ¿cómo le dice al 18 de octubre?

ILUSTRACIÓN: César Mejías

Muchos nombres se han usado para designar los acontecimientos que tuvieron lugar hace casi dos años. Todos ellos, y en especial los que más se asentaron –“estallido” y “estallido social”-, dan cuenta de ideas, prácticas y metáforas que ayudan a entender los alcances del fenómeno.


Poco después del 18-O, cuenta Óscar Contardo en Antes de que fuera octubre (2020), “un extranjero que llevaba viviendo en Chile alrededor de un año me dijo: ‘Ustedes, los chilenos, son como los volcanes; pueden estar en silencio, parecen tranquilos y apacibles, pero repentinamente hacen erupción’”.

No era el punto de Contardo detenerse en la metáfora vulcanológica, sino objetar el uso del adverbio “repentinamente”. Para todos los efectos, sin embargo, las palabras quedan, así como la efectividad de sus figuras retóricas y su capacidad de sintetizar emociones y tensiones de un momento histórico. Y una de las muchas que no quedaron a partir del 18 de octubre de 2019 -que “no prendieron”, a propósito de imágenes fallidas que sí quedarían- fue “erupción”.

No haber sido predilecta en RRSS ni en medios, en la calle ni en las paredes, no debería, sin embargo, apartarla del grupo de vocablos y expresiones (“explosión” de una “olla a presión”, “terremoto social”, “ruptura”, “fractura”, “crisis social”) que en esos días y después fueron alternativas a –o prolongaciones de- la palabra estelar: esa que prontamente se empezó a usar en gran variedad de registros y formatos; coloquialmente sobre todo, pero también en instancias de lo más formales. Esa que designó y sigue designando un mismo acontecimiento con independencia de la postura o el entendimiento que el hablante tenga de lo designado. Esa que se usa acompañada, pero que por sí sola se entiende fuerte y claro, acaso porque resume como ninguna la completa disrupción de la regularidad de la vida, así como la protesta, la rabia, la furia, el fuego, la destrucción, el alzamiento o el saqueo. Una que también subió a su carro la idea, muy 25-O, de una movilización legítima, aparte de masiva, ciudadana y popular en el más amplio sentido, llegando a acoger expresiones primaverales (“la primavera de Chile”, para comenzar) y hasta de cambio espiritual, aparte de sociopolítico.

“Estallido social chileno” fue una manera de llamarle al conjunto. Una distinta de las registradas en otros episodios de revuelta, reventón y/o protesta en la historia chilena (por ejemplo, de las épocas en que se hablaba de “motines”, “comicios” o de la “protesta popular” contra Pinochet). “Estallido social”, por su parte, usada por El Desconcierto frente a la situación guatemalteca de 2015, ya asomaba en redes locales incluso antes del 18 de octubre, a propósito de las evasiones escolares en el Metro, y llegó a ser la “denominación usada con mayor frecuencia en los diversos medios”, según constataron en 2020 Amanda Valenzuela y Ricardo Cartes en la revista Comunicación y Medios, de la U. de Chile. Pero suele bastar con “estallido”, a secas.

Esa palabra

“Estallar” viene de “astilla”, y en su sentido más antiguo se refiere al chasquido, por ejemplo, de la madera al astillarse, según informa el Diccionario de Uso del Español, que habla también de “romperse la envoltura de una cosa, saliendo al exterior el contenido violentamente y con ruido”. Pasando a la entrada “estallido”, la obra de María Moliner da cuenta del “ruido que se produce al estallar algo” y, figuradamente, del “fin brusco y desastroso de algo”.

Hace casi dos años, la palabra penetró veloz y transversalmente, siendo Twitter una de las vías. Ya en la mañana del miércoles 16 de octubre, la cuenta del actor y hoy constituyente Ignacio Achurra denunciaba que se estaban “incubando las condiciones para un estallido social”. Al caer la tarde del día siguiente, el dirigente PPD Waldo Carrasco se despachaba un hilo en el que parte afirmando que “no hay que soslayar el transporte público como lugar preferente para el estallido social”. Y si es por tuiteos anticipatorios, el de @rimasebu tuvo lo suyo: a las 18 horas del martes 15, arrobando a los exconcertacionistas Jorge Schaulsohn y Mariana Aywin, publicó: “Se viene el estallido, junten miedo”, acompañado de tres emojis, de esos que lloran de la risa.

Para la tarde-noche del 18, “estallido” y “estallido social” se asentaban en las redes. En los días siguientes, el conductor noticioso de TVN Iván Núñez hablaría de un “momento de convulsión social”, mientras en el mismo canal Gonzalo Ramírez se refirió a un “remezón ético”. Otros medios recurrirían a “graves disturbios” y a “graves acontecimientos”, así como a un siembra de “caos y destrucción” (como en la portada de El Mercurio del sábado 19). Y en La Tercera, el descriptor “Días de crisis” reemplazó el 28 de octubre a “Estado de Emergencia” en la cobertura diaria. Pero “estallido” no cejaba. Ya en la tarde del 19, la web de radio Cooperativa anunciaba una reunión parlamentaria de emergencia por un “estallido social”, sin definir el término ni identificar a sus posibles acuñadores.

Para el domingo 20, en tanto, más de 16 mil menciones de “estallido” se contaban en Twitter. Y el hecho de que los hashtags instalados esos días como TT fueran otros (#chiledesperto, #EstoPasaEnChile, #ChileSeCanso, etc.) tiene una explicación: “Los trending topics expresan la concentración de un tema en un lapso corto”, comenta un experto en medios digitales, mientras la aparición de “estallido” se fue manteniendo en el tiempo.

“‘Estallido’ tiene propiedades semánticas especiales”, explica el sociolingüista Abelardo San Martín, “sobre todo sus connotaciones metafóricas, que evocan imágenes relacionadas con una explosión o detonación, que ocurre de modo repentino y que puede ser muy destructiva o provocar muchos daños”. Eso sí, añade, “ese carácter repentino no es contradictorio con la incidencia de señales previas a este periodo de crisis”, de los movimientos estudiantiles de 2011 a la ola feminista, en tanto “índices de un malestar social profundo”.

Académico de la U. de Chile y miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, plantea San Martín que “estallido social” evoca “un globo que se llena de aire o de agua y, en definitiva, revienta: el resultado final, lógico, de una acumulación de injusticias sociales y maltrato a la población. El problema con la semántica del estallido es que no es planificado, y una vez que ocurre, podría ser sólo eso y nada más”. Tal vez por ello, “algunos prefieren expresiones como ‘revuelta popular de octubre’, que manifiesta la idea de un proceso que no ha finalizado todavía. Acá es importante reconocer que se trató de una manifestación popular sin una dirección central, sin líderes identificables, sin discursos ni comunicados oficiales y, por lo mismo, ‘incontrolable’, lo que entronca de modo coherente con la idea de algo que estalla”.

Dime cómo lo llamas…

A propósito de lo planteado por el lingüista, “estallido” parece despuntar como un término multiuso que hace difícil jugar con él al juego del “dime cómo lo llamas y te diré quién eres (o qué representas)”, básicamente porque mucha gente le ha venido echando mano en todo tipo de circunstancias y registros. Pero hay varios otros que se espetan desde una posición bien determinada.

En este punto asoma una familia de palabras y expresiones tomadas de la imaginación y la cultura revolucionarias. “Revuelta”, “levantamiento”, “rebelión”, “revolución”, “sublevación” y “alzamiento” fueron parte de la ecuación, expresándose repetidamente en rayados, esténciles, volantes, panfletos y otros. Y es especialmente útil detenerse en “insurrección”, que incorpora algunos de los anteriores (la RAE lo define, de hecho, como “levantamiento, sublevación o rebelión de un pueblo, de una nación”) y que en el caso chileno tendió a aparecer en la derecha, más que en otros lados.

Tras preguntarse en una columna por los eventos que marcarán la interpretación historiográfica de la crisis, la historiadora Lucía Santa Cruz dijo resistirse a llamarla “estallido social” y preferir “insurrección”, pues, entre otras cosas, hubo movimientos radicalizados que no perseguían meras reivindicaciones sociales, sino “la destitución del Presidente de la República”. Por su lado, la Fundación Jaime Guzmán compiló en abril de 2020 una serie de textos bajo el título La insurrección chilena (libro en el que puede encontrarse la inhabitual expresión “estallido antisocial”).

“Los eventos de octubre son característicos de una insurrección”, escribió por su parte el sociólogo César Guzmán Concha, pocas semanas más tarde, en el sitio de la Fundación Heinrich Böll: “Constituyen una sublevación social de gran escala, de carácter multiclasista pero con amplio arraigo en las clases bajas, de carácter espontáneo y motivada por demandas socioeconómicas”. No es una revolución, prosigue, “porque no ha resultado en un cambio de régimen ni se han constituido poderes duales. Pero tampoco se trata de un movimiento social, pues si bien se le parece en ciertos rasgos (como el recurso a marchas), no hay organizaciones que hubieran planificado el evento, ni las demandas son reducibles a un solo sector. Sin embargo, como las revoluciones, las insurrecciones son episodios cargados de historicidad, que marcan un quiebre de tendencias o dan luz a nuevos periodos históricos”.

Menos “carga” y más penetración cultural tuvo aquello de que “Chile despertó”. La idea ya había asomado tras las protestas estudiantiles de 2011 en la gráfica humorística de Guillo y su libro Estamos indignados, cuya portada dibuja una marcha multitudinaria entre cuyas pancartas hay una que reza: “Dormíamos, despertamos”. Pocos días después del 18-O, en tanto, la revista Palabra Pública (U. de Chile) publicó un especial web titulado “El despertar de Chile”.

La metáfora de un país que abandona un largo sueño para hacerse cargo de su destino es vinculable, asimismo, con otras que remiten a procesos sanatorios, o bien de tintes místicos y cualidades inverificables. Un peak en esta línea se dio en la rutina cómica de Kramer en Viña 2020: en la ocasión, el popular imitador usó la imagen del “cambio de conciencia” como explicación y motivación de cara a quienes rechazaban los acontecimientos en curso.

Otras expresiones, algunas oficiales u oficiosas, quedaron circunscritas a su propio momento. Si el domingo 27 una carta abierta de los rectores de las universidades estatales consignaba “graves acontecimientos” y “grandes movilizaciones sociales”, un instructivo del Instituto de Seguridad Laboral (ISL, del Ministerio del Trabajo) aconsejaba en noviembre cuidarse ante “una contingencia social” de naturaleza no aclarada. Porque “contingencia”, pese a decir muy poco o quizá por eso, llegó a ser muy corriente, y en los días post 18-O hubo comercios que la incluyeron en avisos a la clientela pegados en sus vitrinas (“debido a la contingencia, informamos que nuestro local sólo permanecerá abierto hasta las 13 horas”, se leía en un lavaseco de Providencia).

Hubo, finalmente, unos que pudieron “prender”, pero no. Como el “Santiagazo de octubre”, con el cual La Voz del Norte tituló una nota el lunes 21 de ese mes. El día anterior, “Santiagazo” fue el título de la columna de Ascanio Cavallo en La Tercera (que parte, eso sí, hablando de “estallido social”). Asimismo, están los libros que quisieron designar lo acontecido en sus títulos: entre ellos, Big bang (Alberto Mayol), Octubre chileno (Carlos Ruiz) y El desborde, que Eugenio Tironi tomó prestado del filósofo francés Bruno Latour. Ninguno aspiró, que se sepa, a reinventar la rueda. O a renombrarla. Tanto mejor.

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