Carlo Mollino (1905-1973)
Quizás un poco desconocido, Mollino en estricto rigor fue arquitecto, de hecho algunos de sus edificios, como el auditorio de la RAI en Turín, son íconos totales. Su trabajo en algunos casos se tiñe de surrealismo, otros de espíritu ingenieril, en que lo mecánico es el eje. El espíritu neobarroco marcó su trayectoria como fotógrafo, dibujante y, por supuesto, diseñador.
Diseñó poco comparado con otros arquitectos o diseñadores que parecen incansables. Y lo hizo motivado básicamente por dos razones: alhajar sus proyectos de arquitectura o bien por amor a la velocidad y la aerodinámica. Es decir, su portafolio incluye desde muebles hasta un auto de competición -creado para las 24 Horas de Le Mans- y un libro sobre esquí, con perfectas ilustraciones. Incluso hay quienes conocen a Carlo Mollino por una serie de fotografías en blanco y negro de mujeres desnudas; las plasmó con una Leica, claramente contagiado por el surrealismo de Man Ray.
Hay ciertas frases de Mollino con las cuales uno simplemente tiene que estar de acuerdo, como "ese flash de inspiración que transforma una construcción en una obra de arte, no puede enseñarse". Tal cual, gusto o genialidad, ese algo, ese halo de talento, maestría natural, inspiración, lo tenía Mollino. Arquitecto e hijo de un ingeniero, se describía asimismo como un renacentista, ocupado y preocupado de sus proyectos en plenitud, es decir, dibujaba, construía, adornaba y diseñaba cada mueble de cada uno de sus proyectos. Mesas, sillones y sillas fueron ideados para casos especiales, adecuados a su propia idea del espacio, la altura, el confort y la calidad. Sin embargo, solo diseñó muebles durante 20 años; fue mucho más fiel a la fotografía y al dibujo, lo que ha hecho que sus piezas sean verdaderas obsesiones de los coleccionistas, de hecho una de sus mesas de cristal y roble, creada para Casa Orengo a fines de los 40, fue rematada en Christie's hace un par de años en tres millones de euros.
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