Opinión

Bob Dylan superó la ceguera

Vivimos momentos de profunda transformación. En 1964, Bob Dylan le puso voz a una generación que exigía cambios con su canción The Times They Are A-Changin’, apelando a espacios de libertad y autonomía. Hoy la ruptura es más significativa, esta vez empujada por la inteligencia artificial (IA). Pero, a diferencia de entonces, parece que aún no interpretamos bien este cambio. La tecnología avanza a una velocidad que desborda nuestra capacidad de comprensión, más aún nuestras prácticas cotidianas. En definitiva, somos un poco ciegos.

No es una exageración. Mientras nos maravillamos —o nos paralizamos— frente al potencial de la IA, en muchos directorios y organizaciones reina el desconcierto: ¿Cómo incorporarla?, ¿Qué riesgos trae?, ¿Cómo nos preparamos? La paradoja es gigante: tenemos más datos, más conectividad y más herramientas que nunca, pero seguimos mirando la realidad con categorías del siglo XX. El Digital 2025 Global Overview Reportmuestra que pasamos más de seis horas al día conectados a internet y que dos tercios de la población mundial usa redes sociales. En paralelo, nuestra formación humanista —la que permite comprender a las personas, los contextos y las tensiones culturales— sigue débil. Y eso se nota.

La ceguera de la que hablamos no es tecnológica, es cultural. Nos falta humanidades, lo que se evidencia en que la mitad de los adultos chilenos (53 %) está en los niveles más bajos de comprensión lectora, frente al promedio del 26 % de la OCDE (PIACC, 2023). También el nivel de lectura es bajo —solo una de cada tres personas declara leer un libro la semana anterior (Ipsos, 2024)—, lo que se traduce en una enorme dificultad para abrirse a comprender la complejidad del otro, a desarrollar pensamiento crítico y conciencia de humanidad, y a anticipar dilemas éticos o comprender el verdadero impacto de los sistemas que diseñamos. Cuando en muchas empresas se discute sobre inteligencia artificial, el foco suele estar en las herramientas —modelos, prompts, agentes—, pero no en las preguntas que de verdad importan: ¿Qué decisiones son primero? ¿Dónde hay más impacto en la creación de valor? ¿Qué datos usamos?, ¿cuáles son los sesgos?, ¿Para qué fines?, y ¿con qué modelo de gobernanza?

Así como Dylan, a los 23 años, supo leer el cambio de su tiempo, necesitamos comprender los desafíos de fondo. No se trata de seguir la moda tecnológica, sino que de comprender el negocio y a los que forman parte de él. Que sepan traducir esta disrupción en propósito, dirección y sentido que movilice a los que son parte de la empresa, y que no la perciban como una amenaza. La tecnología sin un sentido de humanidad no es progreso.

No es necesario ser ingeniero o filósofo para estar a la altura de los desafíos que enfrentamos. Se requiere abrir los ojos y tomar consciencia de las capacidades que nos permiten aprender en forma sostenida y ejecutar con excelencia, cuidando el uso y privacidad de los datos, además de los límites éticos. La inteligencia artificial puede llegar a duplicar la productividad, pero ese salto solo es posible si sabemos qué queremos lograr con ella, con el fin de impulsar más y mejores posibilidades para la empresa que la adopta.

En los años 60 del siglo pasado, el desafío fue superar la ceguera de una generación que no entendía los nuevos valores. Hoy, el desafío es no ceder ante la fascinación tecnológica sin hacernos las preguntas difíciles. Por eso necesitamos un Dylan en cada empresa, que vea y verbalice con claridad lo que a la mayoría le cuesta ver.

*El autor de la columna es profesor adjunto de la Facultad de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile y managing partner en CIS Consultores

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