La revolución de las vanguardias urbanas
Hay quienes creen que los pokemones no sirven para otra cosa que poncear y que los músicos que no suenan en las radios no existen. El sociólogo Manuel Tironi no es de ellos: está convencido de que las tribus urbanas –con su sexualidad ambigua y su colonización de los espacios públicos– y la escena de música experimental capitalina –que produce discos en la periferia y sin fondarts– le están cambiando definitivamente la cara a Santiago.
Si alguien siguiera los pasos del sociólogo Manuel Tironi (34 años, dos másters en Urbanismo y próximo a doctorarse, también en Urbanismo, por la Universitat Politécnica de Catalunya), lo vería a veces en su oficina en el Instituto de Sociología de la Universidad Católica –del que es profesor–, a veces en Tironi y Asociados –donde es investigador–, y otras veces entrando a bares destartalados de Bellavista, saliendo de locales anónimos en Avenida Grecia o San Diego o San Miguel, o deambulando por barrios de Cerrillos y Puente Alto, para observar a santiaguinos veinteañeros haciendo música rara a punta de artefactos deformados, sintetizadores, con los instrumentos que sus hermanos chicos llevan a las clases de música en el liceo.
Manuel Tironi no es freak ni melómano. Está estudiando las vanguardias urbanas. Quiere saber quiénes las integran, dónde se mueven, qué hacen, cómo se organizan, cómo entienden la ciudad. "Se ha descubierto que grupos urbanos que antes llamábamos marginales en términos culturales, que no son parte del mainstream, son fundamentales para que las ciudades sean vibrantes", dice.
Pero quien busque esta vanguardia en la escuela de Arte de una universidad o en los think tanks progresistas está perdido: la revolución cultural de Santiago está en manos de adolescentes pokemones que atracan en el parque con sus peinados extraterrestres y de los músicos de la escena más experimental, sobre la que Tironi está haciendo su investigación doctoral.
Ser normal
¿De dónde vienen los jóvenes de las bandas experimentales en Santiago?
Son cabros de 22 ó 23 años que crecieron con internet, sabiendo que no les interesa la onda alternativa noventera. Tienen que sacarse la cresta trabajando (hay uno que es cartero; otro trabaja en un call center) y han hecho de lo ordinario o de lo cotidiano su estética. Es una celebración del ser normal: se saben de clase media-baja y no transan ese valor, lo que también se nota en su música. Hay una contestación política al mercado de la música alternativa, que medio se prostituyó y que ahora se vende en Falabella. No están hipnotizados por un estilo de vida alternativo.
En ese sentido tienen algo de punk.
Sí, son hijos de la clase media, han estudiado con crédito y tienen cero expectativa de ganarse un fondart. Todo lo hacen a pulso. Un integrante hace los flyers, otro ayuda a grabar, hay un espíritu colaborativo. Pero lo fascinante es que una cosa es dónde se hace la música en vivo, y otra cosa es dónde se produce: dónde la gente está creando, dónde están sus salas de ensayo. Los lugares donde se toca están concentrados donde están las patentes para escuchar música en vivo: Bellavista, Providencia, Barrio Brasil. Pero cuando miras dónde se produce esta creatividad, la geografía se dispara: en La Florida, en San Miguel, en Cerrillos. Lo más interesante es que eso rompe el patrón de quién hace cultura de vanguardia. Porque aquí en Chile hemos estado acostumbrados a que la vanguardia la hacen los universitarios, los que tienen recursos.
Eso habla del fortalecimiento de una clase media.
Hace tiempo que venimos hablando de la clase media pero asociada al consumo. Ahora se asocia a la producción, y eso es una característica de un país más desarrollado, algo que pasa en Europa e incluso en Buenos Aires. La prensa internacional ha comparado esta escena experimental con la movida experimental sueca. Estamos ante una industria muy chiquitita y muy underground, que no produce nada de plata, pero que es muy simbólica a nivel de imagen de Chile. Podría decir que está el salmón, está el cobre y está esto.
¿Y todo eso qué genera en Santiago?
A pesar de lo que puede creer mi mamá, las escenas experimentales generan un montón de valor para la ciudad. Yo prefiero tener un tremendo movimiento underground que tener call centers. Porque eso genera harta actividad para el capital humano avanzado: un arquitecto, un diseñador o un académico prefiere vivir en un lugar denso en cultura genuina. Berlín, por ejemplo, entendió que su capital estaba en su cultura. Ahora es la meca del arte, con barrios y lugares chicos a los que el gobierno les da espacio. En Santiago tendría que pasar algo similar: en términos de la economía creativa, que es la que está moviendo el mundo, estos grupos marginales y disruptivos, que se apropian de espacios públicos de manera no convencional, le hacen súper bien a la ciudad. En eso la escena experimental se parece a los pokemones. Ambos rompen patrones y hablan de un nuevo estatus social: ya no tienes que tener acceso a los medios para producir cultura ni tienes que ser de la elite para gozar.
Pokemones al poder
Cuando llegó a Santiago desde Barcelona hace un año, una de las cosas que sorprendieron a Manuel Tironi fue la virulencia con que la clase alta le hablaba del fenómeno pokémon. "A estos cabros lo único que les interesa es pasarlo bien, cero contenido, qué pasó con la política y los ideales" era los comentarios que escuchaba. "Yo me pregunto por qué tanta roncha en las elites con los pokemones, por qué son tan rechazados", dice Tironi.
Hace 10 ó 20 años también había grupos urbanos transgresores: góticos, punks, hippies. ¿Qué hace que los pokemones sobresalgan tanto?
Antes, las modas estaban asociadas a ciertas elites que tienen la capacidad para capturarlas y comprarlas. No había hippies en las poblaciones. Hoy la magnitud del fenómeno es mucho mayor: ser pokémon, visual, emo y otaku –fanáticos del manga– se vende en Patronato. La moda se ha expandido socialmente entre la juventud. Entonces el nombre de tribus urbanas es medio ridículo, porque no son grupúsculos. Y, además, estos cabros son muchísimo más disruptivos.
¿Disruptivos en términos de libertades personales, de tirar piedras?
Siento que nosotros tenemos ciertos parámetros de que es ser joven y rebelde, que están cambiando. Lo que pasa en la remodelación San Borja, que es el nuevo epicentro de estos grupos urbanos, es chocante incluso para mí, que no me siento tan viejo: libertad sexual total, con hombres o con mujeres. Eso de verdad está removiendo los parámetros del establishment, está quebrando los patrones, porque es decir "me importa un diablo la política: me importa la moda y atracar y ser joven".
¿Los grupos urbanos del barrio alto, como peloláis, también son disruptivos?
Ahí yo veo más bien una elite que recrea los patrones típicos pero con más sal y pimienta: sales de la universidad y te vas a vivir al Parque Forestal, pero tienes guagua y te vuelves a Vitacura. El cambio está en los pokemones, visuals, emos, que han colonizado espacios públicos. Son personas que viven en barrios densos, peligrosos, con escasísimos espacios públicos de calidad, que tienen ansias muy fuertes de salir a la calle, de ser urbanos. Son cabros que vienen al barrio alto porque viven en Lo Prado o Cerrillos y allá los flaites les pegan, entonces tienen que moverse por toda la ciudad para juntarse en el Portal Lyon, porque ahí encuentran un espacio más tolerante, más seguro. Es una actitud nueva para el santiaguino.
¿La de tomarse la ciudad para vivirla?
El santiaguino es súper poco urbano. Si en Barcelona hay un bar cada 10 personas, en Santiago hay uno cada 500. Somos una ciudad de casitas con patio y ojalá parrón para poner una parrilla y no salir de la casa. El ímpetu urbano está muy apagado en Santiago, estos cabros lo están relanzando. Quieren salir a la ciudad, estar en estos lugares que son de todos y de nadie. Y es muy interesante esta recolonización de la periferia hacia el centro, porque en esa efervescencia un poco marginal aparece la creatividad. Es un caldo de cultivo para que surjan ideas, negocios, espacios, artistas, para que la ciudad tenga más textura. En Chile necesitábamos este quiebre. Estos cabros tienen un ímpetu de individualización muy fuerte –un poco el síndrome del reality show– y al mismo tiempo tienen una cosa comunitaria muy fuerte. La relación entre hombres y mujeres está mucho más equiparada, es mucho más horizontal. Y eso también genera mucho choque.
¿En qué sentido?
De partida, la sexualidad: en un país como Chile, súper convencional, es heavy ver cabros de 14 años a los que les da lo mismo con quién atracan. No lo encuentro bueno ni malo, pero tiene que ser muy fuerte para un papá obrero que su hijo sea pokémon y se vaya de la mano con un amigo a una fiesta, ambos vestidos como de mujer. Es un cambio de proporciones, y no es una moda pasajera. Va a haber cada vez más diversidad de jóvenes, con gustos cada vez más raros, con tendencias más de nicho. Y esta suerte de juventud 2.0, que es mucho más individualista pero a la vez más comunitaria, más horizontal en sus relaciones, llegó para quedarse.
A nivel más político, ¿crees que los pokemones pongan ciertos temas sobre la mesa?
Probablemente no van a tener un interés político, como nunca lo han tenido los jóvenes de ninguna parte del mundo. El cambio potentísimo se verá cuando voten: qué va a demandar, qué va a exigir. Tengo la sensación de que el tema género va a potenciarse muchísimo con los pokemones y se va a instalar como algo indiscutible. Eso también tiene que ver con la tolerancia, con el respeto a las opciones de vida, que en Chile todavía no está instalado. Vamos a tener un electorado con la democracia mucho más interiorizada en su ADN.
Además de cambiar el mapa electoral y cultural, ¿crees que se van a dar cambios en la periferia de Santiago? ¿Se va a volver un lugar más grato?
La antigua geografía de las oportunidades va a empezar a cambiar. Ya están naciendo subcentros como Huechuraba o Puente Alto, que están atrayendo actividades y servicios; se están abriendo nuevos centros de arte como la Galería Metropolitana en Pedro Aguirre Cerda. Segundo: la movilidad va a crecer mucho más. Ya es más fácil y barato moverse por la ciudad, las personas están dejando de anclarse al lugar donde viven. Por mucho tiempo supusimos que nacer en La Pintana era una maldición, y aunque efectivamente tienes muchas menos oportunidades de educación y de trabajo, al ver a estos pokemones y la escena musical experimental te das cuenta que los circuitos se están multiplicando y distribuyendo por la ciudad.
¿Cuáles son algunos de esos circuitos?
Paz Froimovich los ha descubierto: las zonas de Macul, Franklin, Llano Subercaseaux, San Miguel, San Joaquín. Son barrios céntricos, interesantes para la creatividad. En San Joaquín, por ejemplo, hay grandes bodegas que piden a gritos convertirse en hangares para la producción audiovisual o lofts u oficinas de arquitectos. Chilevisión, por ejemplo, se cambia para allá. Falta que nosotros nos atrevamos a romper la barrera de Plaza Italia. En el minuto en que estemos dispuestos a ir a una tocata en San Joaquín va a haber un cambio súper fuerte.
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