Mi marido, después de la pandemia, se quiere tomar un año sabático… ¿qué hago? (2ª parte)

La felicidad consiste en tomar con alegría lo que la vida nos da y en soltar con la misma alegría lo que la vida nos quita (San Agustín).


Esta semana -para sorpresa de pocos- ganó el Apruebo en las urnas y mientras los más conservadores respecto a los cambios siguen procesando la información, los más pragmáticos hacen cálculos y los innovadores sueñan con un nuevo Chile.

En consulta, esta metáfora se traduce en distintas actitudes frente a los resultados del Plebiscito. Unos siguen perplejos frente a la realidad. Otras se sienten bendecidas de haber participado con su voto en la Gran Historia de Chile. Y entre ellas y ellos están los que basados en la nueva realidad hacen sus ajustes para ganar o, al menos, no perder.

En este contexto retomo la sesión de la semana pasada con María Eugenia, una doctora intensivista que no sabe cómo abordar una crisis matrimonial tan aguda… que su marido le anunció que, superada la pandemia, se toma un año sabático.

La semana pasada estaba en shock y te juro que pensé que no iba a poder salir de esta. ¿Dejaré que Ismael se vaya? ¿Me compro todo ese cuento de que hay que dejar partir a las personas que amas y esperar que vuelvan? Mira, no sabía qué hacer, así que me puse a trabajar más para no pensar y en el hospital, con todo este cuento del Apruebo, se me cruzaron los cables.

¿Qué te pasó?

Mira, desde el estallido social la cosa se puso bien desagradable en el hospital. Pese a que comparto las demandas, en varias oportunidades estuve a punto de renunciar porque el clima estaba inaguantable. Y ojo que podría haberme quedado solo en la clínica y hasta habría ganado más plata. Pero no, yo soy porfiada, creo en la salud pública y no quise que me la ganaran. Las discusiones subían de tono y ya no podía opinar tanto, pues aunque no vivo ni en Vitacura, ni en Las Condes o Lo Barnechea, todos saben que vivo en una linda casa en Peñalolén que jamás podría tener en las comunas donde ganó el Rechazo. Como te decía, los ánimos ya andaban mal, pero estaba semana, después de aguantar harta mala onda en el hospital, me cabreó llegar a mi casa y me encontrarme a Ismael y a los niños en la misma parada.

¿Cuál parada?

Ayyyy, esta onda revolucionaria, rebelde, esta cosa de que están cambiando el mundo y que todo está mal. Y me aguanté en mi propia casa para no ser una vez más minoría, siendo que voté Apruebo y Convención Constituyente. Pero siendo súper sincera, es cierto que yo no estaba tan eufórica como ellos con el resultado y sigo teniendo mis dudas, aunque no sé cuánto influyó la opinión de mi mamá.

¿Qué opinaba?

Mira, mi mamá cachando como se venía la mano en el país y en mi casa, me recordaba todo el rato que su matrimonio no se recuperó después del Sí y el No. Mi mamá votó por el No y aunque supuestamente a mi papá no le importaba, ése hito los marcó. Según mi mamá, aunque mi papá nunca se lo dijo explícitamente, que ella votara distinto -y más encima le ganara- fue como una traición. Mi mamá era la única del mundo de mi papá que votó por el No; todos sus amigos, su familia y colegas votaron Sí. Y ella, pese a ganar, fue la gran perdedora.

¿A qué te refieres?

El matrimonio de mis papas se terminó desgastando en gran parte por este asunto y mi mamá se fue callando y aislando. Mi papá, tras separarse, se quedó con trabajo, con familia y amigos y mi mamá insiste en que, si pudiera volver atrás, se comería los sapos, las momias y las culebras y votaría igual que mi papá. Mi mamá lo sigue amando. Nunca se recuperó, pero mi papá sí la superó a ella. Y es triste verlo tan bien en su actual matrimonio y a ella tan sola.

¿Y esto pesó en tu decisión?

Yo creo que sí, pues en vez de sentir felicidad después de votar, sentí rabia. Entiéndeme, estoy de acuerdo con redactar una nueva constitución, pero no con engañar a la gente con tanta promesa. Llevo demasiados años trabajando en hospitales como para creer que una ley o una constitución van a solucionar los problemas de salud. Me da rabia tanto la mentira como el abuso, el aprovechamiento y la desigualdad. Me carga la injusticia, pero también sentí mucha rabia contra Ismael y contra mis hijos. Rabia contra mi papá. Y sabía que estaba mal, pero igual no podía evitar sentir amargura mientras ellos celebraban eufóricos. ¿Cómo es posible que no tengan ninguna contradicción? ¿Que no tengan dudas? ¿Que no piensen que tal vez los del otro lado no son todos malos? Y ahí me empezó la rabia contra mí, pues fui yo la que les permití todo esto.

¿Qué les permitiste?

Me carga hablar así, sé que es mucho más complejo, pero la que se saca la mugre todos los días, la que pelea contra el sistema y la que día a día entrega horas al servicio público soy yo y no Ismael. Todas las horas de Ismael están destinadas a él y a los niños. Y si, me parece maravilloso y me ayuda mucho, pero también me parece cara raja que despotrique contra un sistema que nos da de comer, de vestir y nos protege. Aunque les cargue verlo, van a colegios alternativos para que el sistema no los deprima, no comen animales para que no sufran, no andan en auto para no contaminar y son súper solidarios y empáticos con las necesidades de los demás, pero no con las mías. Y claro, ellos se rebelan sin asco contra todo, critican a viva voz contra los males del mundo desde la comodidad de la cama, mientras yo me saco la chucha para pagar el colegio, los deportes y las artes de todos. No sé qué decirte, pero a veces me siento súper ridícula yendo al mercado orgánico y gastarme una millonada para que Ismael y los niños puedan tener tranquila su conciencia. ¿Y qué pasa con mi bolsillo? ¿Solidaridad? Y a veces me veo justificándome por andar en un auto que no respeta la huella de carbono, siendo que lo uso para ir a la UCI o para dejar a los niños en la casa de algún amigo. Yo aguanto todas estas contradicciones, mientras ellos hacen libremente su revolución. Y más encima creen que su papá es una víctima de esta bruja capitalista. Porque como te podrás imaginar, Ismael no cree en la medicina tradicional y mis hijos han sido criados por la Antroposofía y la sabiduría de nuestros pueblos originarios. Pero cuando sus hierbitas no funcionan, ahí va la mamá a las farmacias coludidas a comprar los medicamentos con los que negocian las farmacéuticas.

Mientras me cuentas esto… ¿cómo te sientes?

Estoy furiosa Sebastián, tengo mucha rabia…

De pronto María Eugenia se pone pálida. Pausa y llanto. Era como si hubieran abierto una llave de agua con silenciador. Corrían y corrían lágrimas por su cara, mientras sus manos aparentemente buscaban pañuelos en una cartera.

Perdona Sebastián, pero después de una semana enojada, me llegó la pena. Y me pilló desprevenida. No tengo pañuelitos.

Acto seguido María Eugenia desaparece de la pantalla y vuelve con una toalla nova.

Esto es todo lo que encontré, que vergüenza y eso que hoy me pillaste en la clínica. ¿Dónde estaba? Ayyy… son demasiadas emociones y creo que lo mejor es que Ismael se vaya un año. Voy a sufrir, que no te quepa duda, pero también creo que tengo que ordenar mi casa, pues mis hijos han tenido mucho papá y poca mamá y estoy pagando las consecuencias. Como en los Borgen, el mundo aún no está preparado para que las mujeres gobernemos ni en la casa ni el trabajo. Pero todo esto ya lo sabía. Por esto mismo me separé de Raimundo, el papá de Rai, con quien hoy somos colegas y amigos. Y él, de forma muy sutil, ya me había anticipado todo esto, pues él encontraba que nuestro hijo estaba demasiado extremo. Y aunque le encontré razón, no hice nada. ¿Para qué ganarme un mal rato con mi hijo y después con Ismael? Así es mi vida Sebastián. Le hago el quite a los problemas de la casa. Tengo demasiados en el trabajo. Además, con Ismael mis hijos tienen vida interior y exterior. Tocan instrumentos, recorren la precordillera en bicicleta, pintan, leen, son niños extraordinarios. Pero a veces me gustaría que fueran más del montón, que quisieran juegos de consola, ropa de marca e ir al mall. Cacha la tontera que te estoy diciendo, pero a veces me agota tanta consecuencia y no estaría mal que fueran un poco más realistas, porque los papás de sus amiguitos son gente que trabaja. Podrán tener gallinas, sacar agua del pozo y hacer compost en sus jardines, pero igual en su momento la mayoría tuvo trabajos convencionales, fueron a la universidad y se partieron el lomo antes de decidir vivir al margen de las convenciones. Ojalá no sea tarde para que mis hijos se den cuenta que a veces la vida es injusta e igual hay que apechugar. No siempre se puede reclamar.

Y ahora…

Es increíble, pero me siento mucho mejor y hasta me dan ganas que Ismael se vaya un buen rato para recuperar a mis hijos. El que más me preocupa es Rai, pues se ha alejado mucho de su papá, siendo que Raimundo lo adora y ha sido capaz de aguantar todos sus rechazos. ¿Qué fuerte esta palabra no? Rechazo. Es durísima, pero también la he sentido. En mi casa y en el trabajo. Por ser mamá. Por haberme separado. Por ser doctora. Por trabajar tanto.

Tras un largo silencio María Eugenia desenrolló un buen pedazo de toalla nova, se secó la cara y con una sonrisa y un gesto de mano se despidió. Acto seguido, bajé la pantalla de mi computador, me puse de pie y me lancé de espaldas al sofá. Desde esta seguridad, no está mal recordar las sabias palabras de Virginia Woolf: “La vida, aunque estuviera hecha de pequeños incidentes aislados que se vivían uno a uno, acababa por rizarse en una ola que nos arrastra y nos tira, arrojándonos violentamente sobre la playa”.

Revisa la primera parte de esta columna en este enlace.

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