Gonzalo Contreras, escritor chileno: “Soy de los que cree que con la democracia la alegría sí llegó”
Por estos días llega a las librerías chilenas una nueva edición de La ciudad anterior, la novela debut del aplaudido escritor nacional. En sus páginas retrató un país algo gris y pesimista, pero logró tal reconocimiento que fue el punto de partida de la nueva narrativa chilena. En charla con Culto, Contreras recuerda esos años: “Los años 90 deben ser los más animados que ha visto este país en su historia”.
Fue una decisión arrojada. Al todo o nada. Hacia 1991, Gonzalo Contreras Fuentes era un promisorio escritor que había publicado un volumen de cuentos (La danza ejecutada, 1986), pero que aún no despegaba. En esos días recibió una oferta laboral que auguraba darle la estabilidad económica que se le arrancaba de las manos.
“Hasta mis treinta años, yo era un marginal escritor en ciernes que se debatía entre el hambre y la desesperación -cuenta a Culto-. Recuerdo que un compañero de colegio que tenía una automotora me ofreció, por buena voluntad, al tanto de mi situación, un trabajo como vendedor. Y le pregunté que si me podía ir bien. Su respuesta fue que sí. Me imaginé como un exitoso vendedor de autos y un frustrado escritor”. ¿Qué hizo Contreras? “Decliné. Seguí adelante. Siempre he entendido que el trabajo del escritor implica un gran excedente de tiempo libre, con todo el riesgo que significa”.
La apuesta terminó pagando. Ese año publicó su primera novela, La ciudad anterior, que fue un éxito de crítica. Relata la historia de un vendedor de armas por catálogo que llega a una ciudad perdida, con habitantes que viven entre la frustración y la abulia. Pronto, el vendedor se ve envuelto -por accidente- en una intriga policial. En el Chile donde se prometía la alegría, Contreras dibujaba una ciudad gris.
La ciudad anterior recibió el Premio Revista de Libros de El Mercurio 1991 y el Premio Municipal de Literatura de Santiago 1992. Pero aún más importante, a decir del crítico de La Tercera, Héctor Soto, “fue la campanada inicial de lo que más tarde sería la llamada ‘nueva narrativa chilena’”. Es decir, el grupo de escritores que en la década de los 90 llamó la atención de la industria y los medios amén de buenas novelas. Estaba Contreras, pero también Carlos Franz, Marco Antonio de la Parra, Arturo Fontaine, Ana María del Río, Alberto Fuguet, Jaime Collyer y Carlos Cerda. La gran mayoría de ellos había pasado por el taller de José Donoso.
Hoy, La ciudad anterior vuelve a las librerías nacionales con una nueva edición vía Ediciones UDP, en momentos en que su autor es un escritor consagrado y que incluso ha liderado un taller de narrativa por el que han pasado nombres como Pablo Simonetti, Carla Guelfenbein y Amanda Teillery. Por eso, Contreras echa la vista atrás y recuerda a Culto cómo fue que surgió esta novela.
“Ese es un misterio, un misterio de toda novela, al menos para mi método creativo. Surgen de un cúmulo de impresiones, emociones, que se ordenan en el escenario de la novela. La novela las convoca, las reúne. Creo que en este caso esas impresiones provienen de mi experiencia como extranjero, de la extrañeza de la extranjeridad que me tocó vivir como forastero en mi viaje a Europa cuando tenía veinte años. Soledad, ciudades desconocidas, la enajenación y el pasmo del recién llegado, del otro, del sentirse un otro. ‘Yo sé cómo arrojo una bocanada de soledad cuando entro por la noche a un bar’. La ciudad anterior proviene de ahí”.
¿Qué recuerda del proceso de escritura?
Era mi primera novela, avancé muy a tientas. Me tomó mucho tiempo, unos tres años, porque creo que la comencé a escribir casi junto con el triunfo del plebiscito. En ese momento, inseguro de mi prosa, mi lenguaje era más cerrado, más ceñido, avanzaba más lento. Sí recuerdo que, en el verano del 91, a orillas de lago Vichuquén, me surgió de la nada, una inspiración poética, el personaje de “el idiota”, que casi por arte de magia, me ordenó toda la estructura de la novela, que hasta ahí estaba trabada. Ahí supe que la tenía. Quien leyó por primera vez el manuscrito fue Carlos Cerda, un gran amigo, un gran escritor, aprovecho este momento para recodarlo y para traer a la memoria su magnífica Morir en Berlín, otra novela fundamental de la transición. A Carlos le gustó mucho.
La ciudad que relata es bastante ambigua, en el prólogo Héctor Soto la describe “entre los callejones de Kafka y las callejuelas de González Vera”, ¿buscó de manera premeditada esa ambigüedad?
Ese es un juicio de Héctor Soto, respetable por cierto, Héctor es un excelente crítico, pero no tengo como verificarlo porque he leído a Kafka pero no a González Vera, pero sin haberlo leído, la mía es una ciudad de provincia, sí, chilena, también, pero esta es asfixiante, claustrofóbica, un universo cerrado, compacto, denso, con una respiración contenida como ante la inminencia de algo, una catástrofe, es el Chile de la dictadura. Las influencias propiamente literarias no sabría definirlas, no sé de qué tradición literaria proviene La ciudad anterior. Creo sí que mi prosa tiene más color que la de Kafka.
El vendedor de armas tiene una forma inherente de pesimismo, nada le entusiasma mucho. La ciudad también es algo gris. ¿Tiene que ver con la forma en que veía Chile en esos tiempos?
El vendedor de armas se adentra en una ciudad desconocida, pero para él, una ciudad más, al fin y al cabo, como muchas que le toca ver en su profesión, en que los asuntos de sus habitantes no le incumben. Él tiene sus propios problemas. Hasta ahí todo es rutina. Pero deja de serlo cuando comienza a involucrarse con los personajes que le salen al camino, los hermanos, el inválido, Araujo, a su modo el idiota, Teresa. Ese proceso cognitivo, creciente, esos descubrimientos, ese develamiento, es la atmósfera de la novela. Más allá de eso, el Chile de la dictadura es sin duda gris, la diversión se daba en los espacios íntimos. Soy de los que cree que con la democracia la alegría sí llegó. Los años 90 deben ser los más animados que ha visto este país en su historia. La ciudad se llenó de restaurantes, de pubs, discos, etc. El clima de libertad obviamente cambió la faz de la ciudad. Todo eso no existía en los 80. La diversión se hacía en los espacios de intimidad y si había ánimo festivo era porque a mediados de la década comenzaba a sentirse que el régimen podía caer.
¿Cómo ha sido reencontrarse con su novela debut después de tanto tiempo?
La respuesta tiene muchas dimensiones. La ciudad anterior nunca ha dejado de editarse desde su publicación en 1991. Se ha publicado ininterrumpidamente. Para mí el premio de novela de El Mercurio y luego la publicación en Planeta en la Biblioteca del Sur fue algo así como el gran golpe de suerte. Mi relación con esa novela es, diría yo, entrañable. Su publicación en la estupenda colección Recta Provincia de Ediciones UDP, me trajo a la memoria todos esos momentos difíciles pre Ciudad Anterior, y hoy me sonrío, con una cierta gratitud, y asombro. Pero la vida de la novela no ha sido fácil tampoco. Un ejemplo. Grínor Rojo, académico de Letras de la Chile, lanzó un libro Novelas de la dictadura y posdictadura, donde La ciudad anterior no es mencionada, ni una sola vez, cuando hay consenso de que es la novela que abrió ese fenómeno que se llamó la Nueva Narrativa. Una novela puede tener enemigos, y en este caso de la misma academia. Este señor deberá dar explicaciones, y el departamento en que trabaja también.
¿Qué ha cambiado en usted como escritor y como lector desde la publicación de esta novela?
En treinta años todo ha cambiado, y yo he cambiado. Muchas veces me han preguntado por qué no escribí otra novela “como” La ciudad anterior. Después de su publicación tuve la sensación, la certeza más bien, que yo debía abrir mi lenguaje, de otro modo limitaba la capacidad de desplazamiento de mi narrativa. Es decir, debía abandonar la idea de la “novela preciosa”, la novela de lenguaje muy ceñido, muy controlado, o contenido, como esta. Sentía que debía abrir mi lenguaje, ensayar una prosa más suelta, más libre, lo que significa escribir más rápido, más al vuelo de la pluma, jugarse más al acto mismo de la escritura y lo que ocurre en ese acto. Una prosa no tan exacta tal vez, pero con más respiración, más orgánica. Esto implica jugarse más al inconsciente, a lo inesperado, con baja corrección del texto. Hay páginas en Mañana, novela de 2015 que entre la página publicada y el borrador casi no hay cambios. Esa mutación comienza con El nadador, y continúa hasta El verano y toda su ira, mi última novela, donde llevo ese método hasta su plenitud. La idea es que el primer sorprendido con el resultado sea el propio autor.
¿Siente que esta novela contiene el germen de sus trabajos futuros?
Tal vez habría que remontarse a los cuentos de La danza ejecutada, de 1986, inicialmente autoeditada, ahí está el germen. Esos cuentos tuvieron una crítica abrumadoramente buena de Ignacio Valente. Eran un ejercicio tentativo, pero ya incursionaba en el método de la escritura como ejercicio más de averiguación que de exposición. He dicho en otras partes que cuando escribí las primeras líneas de La ciudad, la primera escena, en que el hombre se baja del bus con la maleta, yo no sabía a qué iba, qué iba a encontrar ese individuo. Yo fui entrando con él a la ciudad, con el mismo estupor, con la misma extrañeza. Cuando ese conocer se va haciendo junto con el lector, el efecto es muy rico. Ese método ha sido el de mi trabajo, hasta la actualidad. Esa novela fue desde luego un salto, enorme. Me hizo ver que no estaba tan equivocado cuando por ahí a los 17 años decidí que sería escritor.
Mirando en retrospectiva, ¿qué le diría a ese Gonzalo Contreras que comenzaba a escribir La ciudad anterior? ¿Qué consejo le daría a un escritor que está empezando a armar su primera novela?
Tengo tan poca fe en el futuro de la novela, de la literatura en general, que no sé qué le diría a ese joven. La IA será una verdadera catástrofe. El hábito de leer textos, de escribir un texto, se irá perdiendo progresivamente. Si no tengo que leer porque alguien lo hace por mí, y si no tengo que escribir porque un programa lo hace por mí, esos dos hábitos esenciales para la inteligencia humana, habremos llegado al fin del camino. No puedo sino ser pesimista.
Comparando la escena y la industria del libro en 1991 y hoy, ¿qué cosas cree que han mejorado y cuáles no?
El panorama es complejo. Hoy, una novela tan literaria, como La ciudad anterior no tendría 40 mil lectores en su primer año. Eso no volverá a ocurrir más. Por razones múltiples que no voy a desarrollar acá pero que todo el mundo conoce, el tamaño de mundo del mundo lector y la lectura avanzada han retrocedido ante textos más simples, me refiero a textos muy simples. Hoy día sin un sujeto llegara a una editorial con el Ulises bajo el brazo, no se lo publicarían, eso es seguro. El riesgo editorial ha bajado a sus mínimos. Los editores están muy quisquillosos con aquello que puede vender o no. Si en los 70 la tendencia era el “léeme si puedes”, hoy es “por favor léeme, si te resulta muy difícil te la hago fácil”. Los lectores, ya sabemos, han emigrado a otras formas de entretención, esa es la palabra, entretención. Consideremos que el bolsón de lectores asiduos en este país no es más que el 0,1 por ciento de la población, es decir unas veinte mil personas, y estoy siendo generoso.
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