Muchos están concentrados en saber cuándo y cómo se acabará el planeta o en cómo se extinguiría el ser humano. Pero en realidad la mayor complicación es, si no se acaba el planeta y tampoco desaparece el hombre, ¿qué pasará?

Actualmente, y con el fin de evitar nuestra desaparición y la del planeta, se ha tomado conciencia de los daños ambientales, de corregir tendencias erróneas, de llevar estrictos registros climáticos, investigar y saber sobre contaminantes, de reciclaje y recuperaciones, de plantar vegetación y sacar el máximo provecho a las energías renovables. Se cuenta con mejores normas e incentivos para ahorrar energía, se han desarrollado transportes más eficientes, ampolletas que iluminan gastando menos energía, existen diversos movimientos ecologistas, cursos, investigaciones, etc. y etc. Al parecer, va todo muy bien.

Pero sabemos además que cada vez se lee menos, que el estrés es un mal ‘masivo’, que hay más personas solas y pocos arman familias, que se puede andar con bombas en la calle, que hay drogas legalizables y un creciente anarquismo; con más asaltos, gente depresiva, más programas en vivo de televisión de escasa calidad, horribles revistas, edificios formalistas, desigualdades, gente muy complicada, etc. y etc. Al parecer, va todo muy mal.

Si proyectamos ambas visiones de la realidad en paralelo, lograríamos un mundo ecológico, pero habitado por ermitaños. Un lugar donde de nada sirve la sustentabilidad que tanto se desea. Un sitio mejor, ¿pero para quién?

Es posible también que ambos mundos coexistan. Habría países o zonas muy ‘sanos’ (todo limpio, controlado, lleno de vigilancia, todas las hojas digitalizadas) y otros realmente sumergidos en un  caos (con aplicación de la ley de la selva, pero por humanos). Más de alguno levantaría un gran muro fortificado para que no pasen los del ‘mal’; ya hay algo de esto entre países y barrios.

¿Qué mundo es mejor? ¿El de la contradicción permanente, el del todo perfecto o el del todo caótico?