Enrique Vargas, fundador del Teatro de los Sentidos: "Nosotros creemos que el alma está en la piel"
A una semana del estreno de Cuando el río suena... en Santiago a Mil, el director entrega las claves de esta obra donde el espectador recorre solo un pueblo que desafía los sentidos.

Se entra a un laberinto acogedor, oscuro, donde sábanas, camisetas, vestidos y calzoncillos blancos cuelgan como del tendedero. Una alfombra de hojas secas cruje bajo los pies, huele a jabón de lavar, a lavanda, a hojarasca húmeda. Al rato, el "espectador-viajero" tiene que descubrir cómo salir de ese bosque, encontrar entre la ropa el pasillo que conduce a la siguiente cámara. Así es la propuesta de Cuando el río suena..., obra que también es juego y experiencia.
Enrique Vargas, atropólogo teatral colombiano, creó hace 20 años el Teatro de los Sentidos. La compañía vino a Chile por primera vez en 1993 con El hilo de Ariadna, obra que cautivó al público. Ahora están instalados en el zócalo del Museo de Arte Contemporáneo, preparando el estreno de su última creación. En Cuando el río suena..., cada cuatro minutos un espectador entra solo para recorrer durante una hora un espacio habitado por seres que lo harán sentir la tierra húmeda, el olor del café recién molido, el calor de un cuerpo cercano. La obra, coproducción del Teatro de los Sentidos y el Festival Santiago a Mil, fue creada en Chile por un grupo de artistas (Vargas los llama poetas) que investigó sobre la dramaturgia de la experiencia con "la poética del café" como hilo conductor y bajo la dirección de Vargas.
¿Por qué el café como punto de partida?
La esencia de Cuando el río suena... es lo que buscas cuando le dices a un amigo: "Vamos a tomar un café". Allí hay un encuentro de silencios, de sensaciones e intuiciones que van más allá de la intelectualización. Ese acto lo necesitamos no sólo por el sabor del café, sino porque es un momento de intimidad. A raíz de eso nos preguntamos qué relación hay entre memoria y olvido, ¿dónde está lo que no sabemos que sabemos?, ¿por qué desconfiamos de nuestra intuición?
¿Intentan dar respuestas?
No, son provocaciones. Una cosa es la información y otra muy distinta la experiencia.
¿Cómo funciona esa experiencia?
Tenemos que desaparecer como actores. Cuando desaparecemos, potenciamos la imaginación del espectador, para que viva un proceso de transformación lúdica.
¿Las personas reaccionan distinto ante esta propuesta?
La gente tiene una vitrina y una trastienda. Cuando logras ir más allá de la vitrina, te das cuenta de que no hay gran diferencia entre un taxista de Hong Kong y un obrero de Santiago. Se trata de cómo entrar a la trastienda y hacer de eso un juego de exploración. ¿Cuál es la diferencia entre los sueños de un roto chileno y los de un filósofo alemán? En el espacio oinírico nos encontramos todos.
Ustedes subvierten la idea de que tenemos cinco sentidos.
Tenemos un solo sentido con ventanas. No es que por un lado escuchamos y por otro tocamos, los sentidos confluyen en los seres humanos. Cuando era niño, la maestra me decía: "Enrique, ¡diga cuáles son los cinco sentidos!", y yo me paraba y los decía de memoria.
¿Cuándo supo que no era así?
En los momentos del juego, del erotismo, cuando dejo la racionalidad a un lado.
¿Lo inspiran los juegos infantiles?
Claro, los niños tienen que ampliar los límites que se cierran sobre ellos e intentan dominarlos.
A los adultos les cuesta más jugar.
Es más difícil, y por eso nos importa tanto trabajar con las poéticas de la curiosidad. ¿Qué relación hay entre expectativa y curiosidad?, ¿qué tiene que ver la curiosidad con la seducción y con la piel? Nosotros creemos que el alma está en la piel.
¿A qué jugaba cuando niño?
Jugaba a perderme, a las escondidas. Me marcó jugar en los cafetales, en las laderas de la montaña colombiana. Si te metes bajo una mata de café, quedas como en una casita tú solo. Pero si abres las paredes te encuentras con el "cafeto" que sigue, como les decimos nosotros. Yo me abría camino entre los cafetos, para llegar a los lugares que mi hermano mayor me prohibía ir, al río, a la montaña.. Con eso conecto cuando pienso en Cuando el río suena... Me dediqué al teatro porque quería seguir jugando.
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