Aclamación de la contralora en la Enade
La ovación de la que fue objeto Dorothy Pérez es un reconocimiento a su notable rol fiscalizador, pero es importante no caer en una suerte de endiosamiento a su figura, porque por paradojal que resulte, ello puede terminar afectando el rol de la propia Contraloría.

La ovación de pie que recibió la contralora Dorothy Pérez al término de su exposición en la última Enade -su ponencia, que se extendió por cerca de 50 minutos, fue seguida con especial atención por una audiencia que atiborró el auditorio- constituyó sin duda el momento más inesperado del encuentro empresarial, y que probablemente quedará como uno de sus hitos. Era un hecho que no estaba en los cálculos que una funcionaria pública terminara convertida en la “estrella” de la jornada -así se refirieron a ella varios de los asistentes, no faltando quienes incluso se atrevieron a proyectar el nacimiento de una futura y promisoria carrera política-, y el hecho de que en este caso coincida con que se trata de la contralora general de la República abre una serie de implicancias que convendría analizar con detención.
La contralora Pérez -qué duda cabe- ha tenido una destacada gestión en los casi 12 meses que lleva en el cargo. Gracias a los activos procesos de fiscalización que ha impulsado, quedaron a la vista graves irregularidades en materia de uso de licencias médicas por parte de miles de funcionarios públicos -incluido personal de las Fuerzas Armadas y de Orden-, antecedentes que a su vez han motivado la apertura de investigaciones en el sector privado, donde la Superintendencia de Seguridad Social detectó a más de 80 mil trabajadores que salieron del país haciendo uso de una licencia. También detalló que gracias a las fiscalizaciones pudieron detectar que funcionarios de hospitales entregaron preferencia a sus propios familiares para acceder a prestaciones médicas, o irregularidades en las quemas de drogas incautadas, entre otros tantos hallazgos.
No cabe duda de que los aplausos en la Enade han buscado reconocer en forma especial el notable trabajo llevado a cabo por la Contraloría, pero a la vez resulta inevitable admitir que hay algo anómalo cuando un funcionario público es aclamado por el solo hecho de hacer bien su trabajo. Después de todo, esto es justamente lo que se esperaría de cualquier servidor público, es decir, que cumpla rigurosamente con la misión que la ley le ha encomendado, sin esperar otra retribución que la satisfacción del deber cumplido.
Es evidente que si la labor de la contralora ha buscado ser especialmente realzada, es porque implícitamente hay un problema de fondo: el Estado tiene evidentes debilidades en su primera línea de defensa (funcionarios), en su segunda línea (jefes de servicio) y en su tercera línea (auditoría general). En ese sentido, la Contraloría, llamada a ser la última línea de defensa, termina llevándose el mayor peso en el control del correcto uso de los recursos públicos, en circunstancias que debería ser una tarea internalizada en todo el Estado. Mirado así, y por paradójico que resulte, el reconocimiento entusiasta que recibe una funcionaria a su vez es el reflejo de serios problemas que cruzan a todo el aparato estatal, donde pareciera que no abundan los funcionarios ejemplares o que actúan con igual celo, constituyendo un tema en sí mismo el cómo reforzar estas líneas de defensa.
A la luz de las consideraciones anteriores puede ser entendible la tentación de encandilarse con la labor de la contralora, como también que ella misma haya buscado sacar partido de esta vitrina que proporciona la Enade, luciendo sus habilidades comunicacionales y promocionando el rol de la Contraloría. Sin embargo, es importante tomar conciencia de que si lo que justamente se está valorando es el rol clave del ente contralor y la importancia de tener a una contralora empoderada, es fundamental cuidar que las características inherentes a esta delicada función no se tergiversen producto de lo “mediático” o de un excesivo ensalzamiento de la popularidad, porque entonces se corre el riesgo de que el rol fiscalizador de la Contraloría se pueda ver comprometido.
Así, el rol central de quien ejerce como contralor es ante todo fiscalizar el buen uso de los recursos públicos y la legalidad de los actos de las entidades del Estado que están bajo su supervisión, y no buscar agradar o congraciarse con la opinión pública. Para que el trabajo de la Contraloría sea una labor que no pueda ser cuestionada, es fundamental atender a la discreción, el sigilo y transmitir sentido de imparcialidad, de modo que no sea posible atribuir otras motivaciones que no sea el afán de hacer cumplir la ley. De allí que cuando un rol tan especial como este se empieza a mezclar con la fama, existe el riesgo de caer en la tentación de que las fiscalizaciones busquen alimentar la popularidad personal o caer en gracia ante la sociedad, afectando con ello el rol institucional.
La notable tarea de fiscalización que hasta aquí ha llevado adelante la contralora Pérez es sin duda digna de crédito -marcando una clara distancia con sus antecesores, que carecieron de iniciativa y suficiente imaginación-; por ello quienes insisten en endiosar la figura de la contralora al final involuntariamente pueden terminar perjudicándola a ella y a la propia institución, lo que sería un total contrasentido.
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