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Día mundial del refugiado: Los dramáticos testimonios de desplazados

La organización Médicos Sin Fronteras (MSF) reporta una serie de testimonios obtenidos por sus voluntarios en el Día Mundial del Refugiado.

El campo de refugiados rohingya en una manifestación por la conmemoración del Día Mundial del Refugiado en en Cox's Bazar, Bangladesh.

El reporte Tendencias Globales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) fue demoledor: en la actualidad hay 70,8 millones de personas en el mundo que se han visto obligadas a abandonar sus hogares. En los últimos 10 años la población global de personas que han sido desplazadas de manera forzada ha crecido considerablemente, ya que en 2009 alcanzaban los 43,3 millones.

Gran parte de esta alza ocurrió entre 2012 y 2015 y fue impulsada por la guerra en Siria. El informe también señala que otros conflictos contribuyeron a este aumento, como es el caso de la situación en Irak, Yemen, y partes del África Subsahariana, como en la República Democrática del Congo y Sudán del Sur.  Además, del flujo de refugiados rohingyas en Bangladesh, a fines de 2017. Al mismo tiempo, el año pasado estuvo marcado por el aumento del número de personas desplazadas internamente en Etiopía y nuevas solicitudes de asilo de venezolanos que huyen de la crisis.

La organización Médicos Sin Fronteras (MSF) brinda atención médica a refugiados y desplazados en que huyen de bombardeos, violencia de pandillas y otras amenazas. Sus equipos trabajan en zonas de conflicto donde millones de personas han sido desarraigadas, como Siria, Irak, Afganistán, Sudán del Sur y la República Democrática del Congo. En Europa y en América, brinda atención en algunas de las rutas migratorias más peligrosas y mortales del mundo.

En el Día Mundial de los Refugiados, cuando algunos países más ricos del mundo han abandonado sus compromisos para proteger a los refugiados y solicitantes de asilo, MSF presenta una serie de testimonios recolectados por sus voluntarios en todo el mundo.

Abu Ahmad, 52 años, Myanmar:

"Antes del conflicto teníamos vacas, cabras, tierra, todas esas cosas. Nuestro sustento y medios de vida nos los ganábamos nosotros mismos. Pero enfrentamos muchas amenazas y torturas por parte del gobierno de Myanmar. Si alguien quería acceder a la educación superior, tenía que huir del país porque lo arrestaban si el gobierno se enteraba. Nuestros movimientos eran muy restringidos, no se nos permitía ir más allá de los puntos de control. Solo podíamos movernos dentro de nuestra área".

"Entonces el conflicto comenzó. Peleas, apuñalamientos y quema de casas. No mucho antes de eso, mi hija Rukia se había quedado paralizada. Se quejó de dolor y luego dejó de sentir cualquier cosa debajo de la cintura. Una noche llamé a mis ocho hijos (cuatro niñas y cuatro niños)  para discutir qué hacer. No teníamos muchas esperanzas: podríamos ser arrestados o asesinados sin importar lo que hiciéramos".

"Huimos de casa (con mi esposa y Rukia), pero no pudimos salir fácilmente de nuestra aldea porque en todas partes vimos a la gente del gobierno con armas. Finalmente llegamos a la costa frente a Bangladesh a altas horas de la noche. Cuando apareció un barco, había entre 20 y 30 personas más en la orilla con nosotros. El capitán nos llevó a todos de manera segura a Bangladesh. Cuando llegamos, la policía fronteriza de Bangladesh estaba esperando. Nos ayudaron mucho, nos dieron la bienvenida y nos ofrecieron comida, agua y galletas".

"Después de llegar a Kutupalong, no tuve noticias de mis siete hijos que quedaron en Myanmar. Otras personas nos dijeron que nuestra casa había sido incendiada y que nuestros niños habían huido. No teníamos teléfono ni ninguna otra forma de contactar a nuestros hijos, estábamos muy preocupados. Después de un tiempo, escuchamos que habían llegado a Bangladesh y que nos estaban buscando. Cuando finalmente me reuní con mis hijos después de dos meses, comencé a sentirme tranquilo de nuevo. Estaba muy feliz de tener a mis hijos de regreso, sentí que había recuperado mi mundo".

"El hospital ha realizado muchas pruebas y tratamientos, pero aún no sabemos por qué Rukia quedó paralizada. Siempre le estoy pidiendo a Dios que la ayude a caminar. A veces me pide que la lleve al extranjero, para que pueda recibir tratamiento y estudiar. Cuando ella dice esas cosas, me pongo más triste. Me preocupo y me siento estresado. Perdí mi fuerza, mi capacidad de trabajo. Siempre tengo preocupaciones sobre el futuro. Pienso en la comida, la ropa, la paz y nuestro sufrimiento. Si tengo que permanecer en este lugar durante 10 años, cinco años, cuatro años o incluso un mes, tendré que sufrir este dolor".

"No somos apátridas, todavía somos de Myanmar. Volveremos si el país se vuelve pacífico, pero con condiciones: si recuperamos nuestra libertad, si devuelven nuestra casa, nuestra tierra, nuestro ganado y nuestras cabras. Estamos listos para regresar, pero ¿cómo podemos regresar mientras aún haya conflicto allí?".

Marilyn Díaz, venezolana:

"Mi nombre es Marilyn Díaz, llegué a Tibú (Colombia) hace año y medio, conocí a Médicos Sin Fronteras (MSF) porque había una jornada de atención a venezolanos, me acerqué porque tenía malestares físicos y porque el niño casi no comía. Él estaba mal de peso, le dieron cremitas y lo pusieron en control, primero cada semana y luego cada quince días. Cuando vinimos por primera vez a MSF yo estaba embarazada, me hicieron la prueba y me dieron medicamentos y vitaminas. También me dijeron que tenía que venir a control. Hace tres días di a luz y el parto lo atendieron acá en el hospital".

"Vengo del Estado Zulia, decidimos venir porque la situación estaba fuerte, mi esposo es barbero y no resultaba, el trabajo no daba para nada. Yo también trabajaba vendiendo desayunos en la calle, pero no me daba la base. Él se vino antes que yo, luego fue a buscarme y me vine con él y con el niño. Desde entonces no he vuelto a Venezuela, tengo ganas de regresar pero no se puede porque la situación está cada vez peor".

"Por eso también le dije a mi papá que se viniera para acá. Él allá trabajaba transportando pasajeros, pero llegó el momento en el que no se conseguían cauchos (llantas), baterías ni repuestos. Ahora él trabaja acá vendiendo tintos. A pesar de eso, le ha dado paludismo tres veces en cuatro meses. Acá estamos sobreviviendo, pero no vemos la hora de regresar a nuestro país".

Shabbir Ahmed y su hijo Mohammed Haroon, Bangladesh:

"Soy campesino. Cuando era niño, recuerdo correr hacia los bosques para escondernos de los oficiales y los locales en el estado de Rakhine. Ellos nos quitaban el dinero y la producción de los campos. Nos golpeaban. Es la tercera vez en mi vida que estoy dejando Myanmar. Debo haber tenido 10 u 11 años la primera vez que escapamos de nuestra casa en los 70'. El gobierno solía arrestar a los hombres y muchas veces no teníamos nada para comer. Escapamos a Bangladesh por segunda vez en 1992".

"He sido llevado muchas veces por el ejército de Myanmar en mi casa o en el mercado. Nos llevaban a las junglas y nos hacían llevar cargas pesadas por 7 u 8 días. Si se me caía la carga, me golpeaban. La vida fue de mal en peor durante más de dos años. El gobierno decía que todos nosotros éramos extremistas armados y cerraron la mezquita y la madraza. Nos impidieron sembrar y limitaron el cultivo. No podíamos ganar dinero, arrestaban a la gente, la mataban y violaban en grupo a nuestras mujeres. En la mañana de Eid Al Azha (festividad musulmana) mataron a mi hijo mayor, Salim. Tenía quince años".

"Dejamos nuestra casa y corrimos aquí (campo de refugiados en Cox's Bazar, Bangladesh) por seguridad. Caminamos durante 14 días antes de llegar al campo. Estoy feliz aquí, al menos puedo dormir tranquilo. Mis hijos pueden estudiar. No nos permiten salir fuera del campo ni buscar trabajo, dinero o ropa nueva. Quiero regresar a Myanmar con ciudadanía plena y el derecho a moverme libremente".

P.O, 27 años, Nigeria:

"Me mantuvieron en un centro de detención en Libia. Los hombres y las mujeres estaban todos juntos en la misma sala. A veces venían y se llevaban a una de las niñas. Rogábamos a Dios para que las trajeran de vuelta".

"Donde resido ahora hay personas que cuidan de mí. Me acompañan al hospital para mis revisiones. Es mi primer embarazo. Estoy esperando una niña. Espero que pueda vivir en un lugar más tranquilo que este. Mi beba se llamará Testimony".

En 2016, MSF introdujo un programa para facilitar el acceso a la salud de los residentes de uno de los asentamientos informales más grandes de Italia, el antiguo mercado mayorista de frutas de Turín. Al menos, mil hombres, mujeres y niños, en su mayoría procedentes de África subsahariana y el Cuerno de África vivían hacinados, sin calefacción y frecuentes interrupciones en el suministro de agua y electricidad.

Nunahar y su esposo Abdul Zoleel:

"Somos campesinos y hoy somos una familia de seis. Hace dos años, en Rakhine, el ejército comenzó a arrestar a todos los hombres. Mi hijo Irshadullah tenía veinte años en ese momento. Todos nos estábamos escondiendo en nuestras casas, no podíamos ir a ningún lado, ni siquiera a conseguir comida. Un día el ejército vino a nuestra casa y comenzaron a llevarse a mi hija de 16 años. Mi hijo salió de su refugio para intervenir y lo mataron de un disparo. Tuvimos que huir".

"En los campos es seguro. Aquí podemos ayunar y rezar. Al menos el ejército de Myanmar no puede venir en la noche y arrestarnos. Pero Myanmar es mi lugar natal, allí es donde están enterrados todos nuestros ancestros. Todos ustedes pueden ir a casa, pero yo no, nosotros tenemos que quedarnos en una pequeña tienda en un campo. Sueño con mi casa cuando duermo. Un día volveremos a Myanmar o tal vez a algún otro país donde haya paz".

"Desde que tengo diabetes, comencé a perder peso. Mi condición empeoró en los últimos tres años. Mi esposo y yo somos viejos, no podemos trabajar. Sería lindo cocinar un pescado grande pero no es posible, no tenemos dinero extra. Hoy siento dolor. Me siento mareada y mi corazón late fuerte. Tengo una pierna afectada".

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