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Nora Preperski, viuda de Skármeta: “Me consuela haberlo visto siempre joven de espíritu, curioso, juguetón y con humor hasta el final”

Nacido el 7 de noviembre de 1940, el autor de El cartero de Neruda habría cumplido 85 años. A un año de su muerte, su viuda habla por primera vez de su vida y su obra, así como del cáncer y el alzhéimer que nublaron los últimos días del escritor, director de cine y conductor de El show de los libros, figura protagónica de nuestra cultura.

Esteban Antonio Skarmeta Vranicic, escritor chileno, premio nacional de historia 2014 Foto: Reinaldo Ubilla Reinaldo Ubilla

Con expresión de alegría, Antonio Skármeta se acercó a la pantalla. “Qué constelación más maravillosa de gente”, dijo. En noviembre de 2020, el escritor cumplió 80 años y recibió un homenaje de la Universidad de Chile, su alma mater. Fue una ceremonia telemática, debido a la pandemia, donde recibió la Medalla Rectoral y también el cariño y el reconocimiento de un muy diverso grupo de artistas, académicos y escritores de distintas latitudes. Por la pantalla de Zoom aparecieron la escritora Isabel Allende; los novelistas Ariel Dorfman y Carlos Franz; el crítico Grinor Rojo, amigo desde sus años de estudiante en el Instituto Nacional; el editor argentino Daniel Divinsky, y el músico brasileño Toquinho, entre otros. En un recuadrito de la pantalla se veía a Skármeta feliz, acompañado de su esposa, Nora Preperski.

—Si esta fuera una partida de póquer y me hubieran entregado recién las cartas, yo diría que cuento con más ases de los que necesito. Podría hacer cualquier bluff desde este momento. Me siento maravillosamente acompañado -dijo sonriente.

Aquella fue la última aparición pública del escritor, fallecido en 2024 producto de las complicaciones derivadas de un cáncer.

—La Medalla Rectoral de la Universidad de Chile fue como un broche de oro: emocionante ver a tantas personas reconociendo su trayectoria con respeto y cariño -dice hoy su viuda.

Nacido el 7 de noviembre de 1940, en Antofagasta, descendiente de inmigrantes croatas, el viernes Antonio Skármeta habría cumplido 85 años. Escritor, dramaturgo, director de cine, conductor de El show de los libros, gran difusor de la literatura chilena, lector atento y generoso de las nuevas generaciones, el autor de El cartero de Neruda era una figura ineludible y protagónica de nuestra cultura.

Compañero de generación de Carlos Cerda y Manuel Silva Acevedo, lector de Salinger y Fitzgerald, de Nicanor Parra y Pablo Neruda, aficionado al póquer y a las carreras del hipódromo, Skármeta era un escritor con alma pop. Sus primeros libros de cuentos, El entusiasmo y Desnudo en el tejado, cargados de efervescencia y energía juvenil, introdujeron una voz que transmitía frescura y espontaneidad.

Más tarde, los golpes de nuestra historia pueden leerse en sus libros No pasó nada, Soñé que la nieve y Ardiente paciencia. Ya en el 2000 y convertido en un autor de alcance internacional, acumuló galardones con una saga narrativa donde se cruzaban sus orígenes croatas con la historia del siglo XX (La boda del poeta, La chica del trombón).

Martes 2 de Mayo del 2017 Entrevista a Esteban Antonio Skarmeta Vranicic, escritor chileno, premio nacional de historia 2014 y quien este lunes será nombrado miembro de la Academia Chilena de la Lengua Foto: Reinaldo Ubilla Reinaldo Ubilla

Premio Nacional de Literatura en 2014, un año después Skármeta se sometió a una cirugía para tratar un cáncer gástrico. Fue el segundo cáncer que enfrentaba: del primero fue diagnosticado a mediados de los 90, pero no lo hizo público. Debido a la operación, en los últimos años perdió mucho peso, de modo que la figura ancha y robusta del escritor dio paso a una silueta delgada, pero donde destacaba inconfundible el bigote que comenzó a cultivar en los 70, y la sonrisa gatuna que le venía de mucho antes.

Ya en pandemia se hicieron evidentes los síntomas de otro mal que lo afectó, el alzhéimer. Fueron días ingratos y tristes para el novelista que estudió Filosofía en la Universidad de Chile y Literatura en Estados Unidos, y que mantenía una activa vida intelectual. Y aunque la memoria se le resistía, el humor no lo abandonaba, dice su viuda.

Antonio Skármeta y la escultora Nora Preperski se conocieron en Berlín Occidental en los 80, durante el exilio del escritor. Por entonces el narrador estaba muy involucrado en el cine. Había rodado Ardiente paciencia, título original de El cartero de Neruda, con Roberto Parada, Óscar Castro y Marcela Osorio. Convertido en Il Postino en 1994 por Michael Radford, el filme tuvo una exitosa recepción internacional. También llegó al teatro y a la ópera, y amplificó la audiencia del escritor.

Muchos años después, en la década del 2000, Skármeta y su segunda esposa volvieron a Berlín como embajadores del gobierno del Presidente Ricardo Lagos.

Su muerte, ocurrida en octubre del año pasado, conmovió al país. Recibió un homenaje en la Universidad de Chile y fue velado en el Teatro Nacional Chileno, donde fue despedido por sus lectores y por el amplio mundo de la cultura. Como pocos autores locales, Skármeta logró armonizar el reconocimiento de la crítica (no siempre unánime), el éxito de ventas y el aprecio popular.

En vísperas de su cumpleaños 85, su viuda recordó al escritor a través de una entrevista por email. Es primera vez que habla tras su muerte.

—Fue mi amor y cómplice durante casi 44 años; tuvimos una relación muy cercana, casi simbiótica. Me consuela haberlo visto siempre joven de espíritu, curioso, juguetón y con humor hasta el final -escribe.

Para muchos, la imagen más recordada de Antonio Skármeta era su ancha sonrisa. ¿Cómo lo recuerda usted?

Hay un Antonio antes y después del alzhéimer. Lo difícil fue para ambos el proceso de darse cuenta. Hubo momentos de desesperación, pero también de ternura. Nunca perdió su agudeza, su sentido del humor ni su don de la amistad. Su frase habitual al entrar yo a su estudio era: “Siéntate y ayúdame a pensar”. Después, cuando asumió su enfermedad, decía con una sonrisa: “Tengo problemas de memoria, pero eso no duele”.

¿Qué es lo que más extraña de él?

Su presencia en lo cotidiano. Esa complicidad silenciosa que teníamos, donde bastaba una mirada para entendernos. Extraño sus comentarios rápidos, su curiosidad, esa conexión entre nosotros.

En 2015, Antonio Skármeta ingresó a la Academia Chilena de la Lengua. Una vez recuperado del cáncer, retomó las actividades públicas. De este modo, en 2017 presentó la que sería su última publicación, una antología de cuentos, Los nombres de las cosas que allí había, preparada por su amigo, el escritor mexicano Juan Villoro.

Por entonces Antonio ya había perdido mucho peso; sin embargo, transmitía entusiasmo por la vida, como siempre. ¿Cómo lo vio usted en ese momento?

Estaba muy delgado, y yo sabía que había un desgaste grande. No quería que su estado de salud fuera nunca un tema público. Después del cáncer gástrico fue inevitable que se notara, mientras que del cáncer renal que lo afectaba en el tiempo de su éxito televisivo se operó (le extirparon el riñón afectado) y no lo contábamos ni a los mejores amigos, porque no quería aparecer en la prensa como “enfermo de cáncer”. Al final falleció porque ese único riñón, que trabajaba más de 30 años solo, falló. Hasta casi el final seguía con esa energía interior que siempre lo movía. Tenía una luz especial, incluso en su fragilidad. Su humor seguía intacto.

Después, Antonio Skármeta fue retirándose de la vida pública. Una vez llamé a su casa y usted me explicó que él no estaba en las mejores condiciones de hacer una entrevista. ¿Cómo recuerda ese proceso?

La coincidencia con la pandemia fue, dentro de todo, una suerte. Nuestro hijo volvió a casa y compartimos una convivencia muy serena. Antonio nunca perdió el reconocimiento afectivo. Cuando nuestro hijo partió a Berlín, los encuentros con los amigos más cercanos se volvieron un sostén indispensable. Aunque la memoria inmediata se le escapaba, mantenía destellos de lucidez y una agudeza inesperada: de pronto lanzaba una observación brillante, con una ironía sutil que nos hacía reír.

La estética de comenzar

“Creo en una literatura personal y testimoniante, donde el narrador meta la pata cuando le dé la real gana”, decía Skármeta en los 60. “Que vaya de la palabra al gesto. Que aspire a la genialidad con todas las fuerzas. Esta es una empresa en la que he fracasado sistemáticamente. Pero por aspiraciones no me quedo. Se trata, sobre todo, de evitar el cuento artístico y perfecto, que casi siempre resulta canjeable. Llamo cuento canjeable a ese triste destino del relato que leído anónimamente puede ser adjudicado a cualquiera entre 20 o 200 autores. Esto no reviste gravedad, con una exceрción: que a literatura canjeable, vocación canjeable. Autores que bien podrían ser propagandistas, médicos o fabricantes de pastillas de anís. Hay que arriesgar el fracaso, el ridículo, la locura, pero testimoniar”.

En lo esencial, a lo largo de 60 años de trayectoria, Skármeta se mantuvo fiel a ese credo. Si bien su obra ganó mayor dimensión social e histórica, no perdió el fervor creativo.

—En Chile, Antonio fue muchas veces reducido a El show de los libros o al éxito de El cartero de Neruda, pero él era fundamentalmente multifacético -dice Nora Preperski.

La escultora recuerda sus inicios, cuando dirigió teatro en la universidad y luego su primer programa literario en televisión, a comienzos de los 70. Durante la UP fundó la revista La Quinta Rueda, en Editorial Quimantú. “En el exilio fundó el Centro Cultural Chileno-Alemán, que apoyaba mucho la abandonada cultura chilena. Dio lecturas de sus libros por toda Alemania Federal (en alemán), enseñó guion en la Academia de Cine y Televisión en Berlín Occidental. A su regreso a Chile impulsó talleres literarios para jóvenes talentos —financiados desde Alemania para apoyar la recuperación cultural posdictadura— e inventó El show de los libros, una idea que ya tenía antes de volver al país, para acercar la literatura a todo el mundo”, enumera.

También recuerda su vínculo con el cine, como jurado en festivales europeos: Berlín, Biarritz, Venecia y San Sebastián, entre otros. “Varias de sus obras fueron filmadas y está traducido a más de 30 idiomas. Todo eso motivó también al Presidente Lagos a pedirle que fuera embajador en Alemania, donde aún pesaba la sombra de la dictadura en las relaciones con Chile”.

En 1999, después de una década de silencio literario, Skármeta publicó La boda del poeta, una inmersión en sus orígenes a través de una historia de amor protagonizada por inmigrantes croatas. La novela recibió numerosos premios, entre ellos el Premio Altazor en Chile, el Médicis y el Grinzane Cavour al libro del año en Italia. A su estantería de reconocimientos se sumaron también el Premio Planeta por El baile de la victoria y el Casa de América por Los días del arcoíris.

De todos los premios que recibió, ¿cuál era el que más apreciaba?

El Premio Médici por La boda del poeta, que tuvo un valor especial: ese año competía también una novela de Coetzee, quien no ganó, pero al año siguiente recibiría el Premio Nobel. Sin embargo, el Premio Nacional fue el que más lo conmovió; lo sintió como el reconocimiento de su país y de una vida dedicada a acercar la literatura a todos.

¿Recuerda qué lo entristecía?

En lo personal, mucho la muerte de su padre, en 2003, que era su ‘fan número uno’. Apoyaba la escritura de su hijo desde chico: pasaba sus cuentos manuscritos a máquina y los llevaba por iniciativa propia a concursos. Un hombre muy empático, de una humanidad ejemplar.

Como observador le dolía ver cómo la televisión y parte de la cultura se volvían superficiales, perdiendo el ingenio y la inteligencia que tanto valoraba. Pero lo que más lo apenaba era notar cómo el país iba dejando atrás la solidaridad y el sentido de comunidad que recordaba de otros tiempos.

¿Dejó algún proyecto inconcluso? ¿Usted ha tomado alguna decisión respecto del destino de la biblioteca de Skármeta?

Aún no he tenido la calma necesaria para revisar todo lo que dejó. No siento urgencia; confío en que, al hacerlo, irán apareciendo hallazgos valiosos. Ya tengo pensado con quién continuar esa tarea. Es un trabajo abundante y, a la vez, quiero seguir haciendo escultura en cerámica. La biblioteca de Antonio será donada a la Universidad de Chile, su alma mater.

¿Cuál cree que fue su mayor legado?

Creo que, en parte, lo he ido respondiendo a lo largo de esta conversación. Para cerrar, prefiero hacerlo con palabras de Juan Villoro, gran conocedor de su obra: “Skármeta entendió que no hay nada tan importante como empezar, y convirtió ese impulso en una estética. Comenzaba un lenguaje, comenzaba un país, comenzaba un mundo: la vida estaba por empezar.”

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