Opinión

Cien años de nombres notables

Cien años de hombres notables

Los años 20 fueron más que locos, delirantes, pero dejaron hechos en los que pudo notarse la elegancia del buen nombre.

Entre 1924 y 1932 hubo algo parecido a 17 gobiernos en Chile, algunos de semanas, días y horas, liderados por militares, periodistas o por la Corte Suprema.

Desde septiembre de 1924, y tras una nocturna discusión de dieta parlamentaria en el Congreso durante la cual jóvenes oficiales del Ejército se deslizaron en sus gradas e hicieron sonar sus sables, el presidente Arturo Alessandri Palma (1868-1950) salió de Chile, confidenciándole antes de eso a su joven secretario Arturo Olavarría Bravo que la suerte del presidente José Manuel Balmaceda hubiese sido distinta si, en vez de aferrarse a la presidencia hasta el último día, se hubiera puesto al margen. A la espera del péndulo de la historia, que, dicho sea de paso, es un cometa de órbita conocida.

Para enero de 1925 había una nueva Junta de Gobierno bajo el mando del general Pedro Pablo Dartnell Encina (1853-1926), inspector General del Ejército y primera antigüedad.

El general Dartnell dio un ejemplo extraordinario a la posteridad que sumó a su hoja impecable de méritos. Combatiente en las batallas de Concón y Placilla durante la Guerra Civil de 1891, perfeccionado en la École de Guerre de París, instauró las bases de lo que sería luego la Fuerza Aérea. En lugar de reclamar para sí las atribuciones de esa junta, Dartnell se allanó a que un civil tan respetado como Emilio Bello Codesido (1868-1963), nieto de Andrés Bello, la liderara.

El libro de actas de dicha junta que otro notable militar, Tobías Barros Ortiz (1884-1966), padre de la famosa actriz Carmen Barros (memorable Carmela de San Rosendo), redactó en su calidad de secretario de la misma, muestran al general Dartnell llamando la atención de los miembros a propósito de cuestiones referidas a su especialidad.

Y, sin duda, una de las escenas más formidables que constan en esas actas es el momento en que la junta decide en la sesión 34 realizada el día 14 de marzo cambiar el nombre de la Alameda por el de Arturo Alessandri Palma.

Porque había estado gestionando entre enero y marzo el regreso del León a Chile, cuya salida, escribió Joaquín Edwards Bello, nunca se entendió del todo.

Fue de tal envergadura el recibimiento multitudinario a Alessandri, con trenes que llegaban desde todos los rincones de Chile, tanta la algarabía, los banquetes del pueblo chileno por todas partes, que solamente tuvo comparación con la entrada en Santiago del General Manuel Baquedano González durante la Guerra del Pacífico, recibido por el Presidente Aníbal Pinto Garmendia, en tiempos en que Alessandri era un niño colgando de un palco en la Alameda.

Fue tanto, digo, que cuando Alessandri rechazó tajantemente que se diera su nombre a la principal avenida del país, acaso Chile quedó mudo, con la sensación de haber hecho un ridículo que alguien tuvo que detener, como el propio beneficiado.

Tiempos en que tiranos dejaban bautizar ciudades con sus nombres.

Por Joaquín Trujillo, investigador CEP

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