Meridiano de Sangre: Forma y esencia del mal
Thomas Harris nos da sus impresiones acerca de esta novela de Cormac McCarthy. "Esta es tal vez la más violenta y extraña obra del autor, que constituye a la vez un intento de dar forma literaria al mal y asomarse a su esencia, a través de la historia de un grupo de hombres errantes, dispersos y rotos."
La carretera, la última y desoladora novela de Cormac McCarthy se podría definir como lo hace el director austriaco Michael Haneke con su magnífico filme Temps de Loups: "el Apocalipsis sin ciencia ficción". Y efectivamente, esta novela fragmentaria en la cual un padre y su hijo recorren una desierta y amenazante carretera con un carrito de supermercado a la rastra, lleno de desperdicios –metonimia de la sociedad post-industrial-, en busca del mar, que termina siendo una gris e inservible utopía, puede leerse también como un colofón a la obra de McCarthy, pero cuyo punto de inflexión lo hallamos en Meridiano de sangre, tal vez la más violenta y extraña obra del autor y de la novela norteamericana del presente siglo, y que constituye a la vez un intento de dar forma literaria al mal y asomarse a su esencia, en una ficción situada entre la frontera de México y Estados Unidos, a través de la historia de un grupo de hombres errantes, una suerte de "The Wild Bunch", dispersos y rotos, contratados para exterminar a las tribus indígenas que diezman la región. La trama de Meridiano… también es fragmentaria y dispersa, y si está narrada desde la perspectiva aparente del protagonista a quién se le denomina sólo como "el chico", sus grandes protagonistas son el paisaje inmenso y primitivo de la frontera y el juez Holden, en quién el Mal –o su mirada- asumen su forma y su esencia.
A Cormac McCarthy se le ha situado como un discípulo aventajado de Faulkner y Hemingway, pero creo que habría que buscar a sus precursores, como Borges lo hace con Kafka en su famoso y breve ensayo aparecido en Otras inquisiciones, en otra parte para ir más allá de dos antecedentes que el mismo autor cita y que si bien son pertinentes, a fuerza de reiteración se tornan en un dato inoficioso o en un topos, un lugar común. Tanto el paisaje, los personajes –en primer lugar el juez Holden- la textura, el discurso y los sentidos explícitos y subyacentes de Meridiano… podríamos buscarlos y reconocer sus voces y su hábitos, como dice Borges, en textos de diferentes literaturas y de diferentes épocas.
En primer lugar, en el discurso y prácticas textuales de la crueldad del Marqués de Sade y su concepción del hombre soberano, tal como lo cita Baudelaire en uno de sus Diarios íntimos: "Si queremos explicar el mal, siempre debemos volver al Marqués de Sade, es decir al hombre en estado natural". En el caso del mundo de McCarthy es el desierto y en él queda fijado el destino de los hombres que no comprenden su soberanía y su esencia. El hombre es el yo y el Otro, el sí mismo y su opuesto: la crueldad y la violencia constituye este abrazo, la aceptación a la manera surrealista bretoniana –que también acoge a Sade como un referente ineludible- de la fusión de los opuestos, pero en el caso de McCarthy como una forma del destino, su visión trágica de la vida: "Aunque uno pudiera descubrir su destino –le dije el juez Holden al Chico hacia el final de la novela- y elegir en consecuencia el rumbo opuesto sólo llegaría fatalmente al mismo resultado y en el momento previsto pues el destino de cada uno es tan grande como el mundo que habita y contiene en sí mismo todos sus opuestos. Este desierto en el que tantos hombres han perecido es inmenso y exige de cualquiera un corazón grande pero a la postre también está vacío. Es duro y estéril. Su naturaleza es la piedra". El discurso y las prácticas de Sade no buscan engendrar nada: el libertino y la soberanía de la crueldad son estériles por naturaleza o como la naturaleza a la que emulan: el desierto y la piedra.
Otro precursor que me parece indiscutible en McCarthy es Joseph Conrad, sobre todo en el Corazón de las tinieblas. El paralelismo del juez Holden y el de Kurtz son casi gemelos: ambos se rigen en un mundo salvaje y primitivo, como anterior a los tiempos, en el que imponen sus propias leyes que se han pervertido desde ser una "avanzada del progreso", a una manifestación de la verdadera cara de este supuesto progreso: el regreso a la fiesta sangrienta del sacrificio y la cacería previas al interdicto como lo entiende G. Bataille, donde la mise en scene son cabezas desolladas, cuerpos decapitados, niños y mujeres violados y desmembrados, cuerpos pintados ritualmente y sacrificados en orgías preternaturales. También Kurtz de El corazón de las tinieblas ejerce su soberanía a través de la violencia del cuerpo y de la retórica desmesurada de una "sinrazón" implacable. Aunque el juez Holden, desde una perspectiva icónica, se acerca más al Kurtz de Francis Ford Coppola en Apocalipsis Now, interpretado por Marlon Brando: calvo, corpulento, sombrío, insondable, que al magro y cadavérico personaje de Conrad, cuyo gran poder reside en la voz, que, recordemos, termina su monólogo con la frase "El horror… el horror…" No pongo en duda la "interpretación" de Kurtz de Coppola, incluso me parece más cercana a la descripción del juez que da McCarthy: "Era calvo como un huevo y no tenía rastro de barba ni tampoco de cejas ni sus ojos pestañas. Medía casi dos metros de estatura…"
Finalmente, Nietzshe: no sólo en la "voluntad de poder" y la figura del "superhombre" que trasunta el juez Holden, y el nihilismo de Meridiano…, sino, además, sobre todo por su articulación fragmentaria y en momentos intensamente poética del mundo narrado: "Fragmentos, azar, enigma", como dice Maurice Blanchot del discurso de Zaratustra que "primero resiente una especie de dolor, errante entre los hombres, al verlos sólo en forma de restos, siempre despedazados, rotos, dispersos, así como en el campo de una matanza o en un matadero; por eso se propone, mediante el esfuerzo del acto poético, llevar juntos e incluso conducir a la unidad –la unidad del porvenir- esos desechos, pedazos y azares del hombre…" Y el porvenir de Meridiano de sangre puede ser La carretera, un porvenir en germen que no podía tener otro destino sino el de la trágica ruta que conduce a un mar gris y estéril, en el tiempo después de los tiempos, donde se asoma en la empatía de la paternidad –la misma que le niega el juez Holden al Chico- una desfalleciente lumbre de esperanza o redención.
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