Apuntes desde la nube rosada

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En Japón, la primavera es sinónimo de sakura. La flor del cerezo, que representa la fragilidad de la vida por su carácter efímero, también es símbolo de los comienzos. A principios de abril, que es la época en que florecen, se inicia el ciclo lectivo. Todas las fotos de los niños que empiezan la escuela, con sus mochilas rojas y uniforme de marinero, se sacan delante de un sakura.

Los japoneses tienen una palabra para nombrar cada cosa y hay al menos tres relacionadas con el sakura. La primera es hanami, y significa observar las flores; yozakura es el hanami, pero de noche. Y sakura fukubi son los pétalos de sakura que caen como copos de nieve.

La temporada de hanami es, sin dudas, la más turística en Japón. La ciudad de Kioto se llena de parejas que buscan la selfie perfecta, de viejitos aficionados que con sus cámaras con lente de telescopio quieren captar de cerca y de lejos la belleza de las flores. Instagram explota de destellos rosados y si bien todas las fotos parecen la misma, ninguna es igual. ¿Es la luz, el ángulo, el momento del día? No lo sé. Estos árboles son bellos desde la pantalla del celular. Pero cuando los ves en vivo, esa belleza se multiplica hasta la emoción.

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Ya desde marzo el hanami se palpita en Kioto. Por varios motivos.

El primero, es que el 3 de marzo es el día de la niña, y el sakura y su color se asocian a esta celebración. El 21 empieza la primavera, y para esta época, las ramas de sakura ya empiezan a cobrar vida después del crudo invierno, y de manera imperceptible pero concreta ya muestran en sus puntas un brote verde del que luego saldrá la flor.

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Las japonesas visten atuendos tradicionales, como el kimono, para fotografiarse frente a los cerezos en flor. Fotografía: Reuters[/caption]

En segundo lugar está la parte comercial del asunto. Todas las vidrieras se tiñen de rosado: las estampas de los papeles de carta, las tarjetas de felicitaciones, las prendas de ropa, las chucherías que venden en los negocios de todo por 100 yens (un dólar). Todo, absolutamente todo, va en esa gama de tonos rosados pasteles y la flor del sakura. Coca-Cola lanza su edición limitada sabor sakura y Starbucks hace lo propio con su frapuccino. Y aunque el sakura no florece hasta fines de marzo o principios de abril, las calles se llenan de flores mucho antes de que los árboles florezcan.

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Cada cual busca su lugar de hanami en Kioto. Yo tengo dos favoritos. El primero es el Camino del Filósofo, un canal de dos kilómetros que va desde Ginkakuji (Templo de Plata) hasta otro templo, el Eikan-do. Dicen que en este paseo en la zona de Higashiyama, al este de Kioto, el pintor Kansetsu Hashimoto plantó a principios del siglo XX unos 300 árboles, y que los cuidó como si fueran hijos. Su legado persiste aún en este rincón de la ciudad, que es una zona residencial y que por eso disfruto tanto. Si bien se volvió un espacio turístico, hay que aprovechar las primeras horas del día para caminar esos senderos meditativos. Allí, la mañana del 27 de marzo, hace tan sólo unos días, los sakura empezaron a brotar. Y ahora están mostrando todo su esplendor.

En los alrededores del canal, los vecinos barren las veredas o quitan las malezas en la entrada de sus casas; un dibujante con boina y un kit de grafitos y lápices negros hace sus bocetos. Sobre un escritorio improvisado hay un muestrario de su trabajo a mano alzada. Por 500 yens (unos 5 dólares) puedes llevarte una copia de esos originales en formato postal.

La caminata te va llevando por un paisaje de ensueño en el que sólo hay que concentrarse en el aquí y el ahora. Los cerezos no tienen perfume, no hay viento que mueva la copa de los árboles, pero en el silencio se escucha algún ruiseñor y luego el graznido de los cuervos que lo tapan todo. Cada tanto pasa uno volando, y el negro brillante de sus plumas contrasta con el copo de nieve rosado que son las flores del sakura.

Además de los pájaros, es lindo ver cómo la corriente va llevando algunas flores. Van flotando solitarias y esa presencia es también parte del espectáculo. Cuando sople el viento los pétalos caerán y cubrirán todo, como la nieve.

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Mi segundo lugar preferido para el hanami es el río Kamo. En sus dos orillas, los sakura crecen en una loma. Sus ramas casi llegan a tocar el suelo. Recostarse en el pasto con ese colchón de sakura sobre la cabeza es como estar flotando en una nube. Mirando las ramas desde abajo y hacia el cielo, me viene la imagen de un cuadro de Van Gogh. Cualquiera de estos árboles podría ser ese árbol. Él lo pintó cuando nació su sobrino.

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El paseo conocido como el Camino del Filósofo es uno de los más atractivos de Kioto.[/caption]

En el río los sakura se van entremezclando con la gente que llega con sus lonas de plástico o esterilla para hacer un picnic y beber sake. Mi parte preferida de esa comida son los dulces y por supuesto hay varios relacionados con este acontecimiento. El sakura mochi, que es de color rosado y envuelto en una hoja de sakura, cuyo gusto salado contrasta con el dulce de porotos de relleno. O el hanami dango, que son tres bolitas de mochi color blanco, rosa y verde, unidas por un palillo y que simbolizan el pimpollo, la flor y la hoja del sakura.

En estos días de primavera hay un momento del atardecer, alrededor de las 6 de la tarde, en el que el cielo y los sakura tienen el mismo color. Las montañas a lo lejos recortan ese tono uniforme rosado, dividiendo el paisaje en dos. De este lado de la montaña, los sakura perecederos. Del otro lado, el cielo infinito.

Hace exactamente un año llegué a Kioto para estudiar Chado (el camino del té). En ese momento, los sakura florecieron a principios de abril, y el primer té que hicimos al aire libre fue entre cerezos, con esa energía y ese clima primaveral de lo que está por venir. Ahora todo se adelantó para fines de marzo. El clima cambiante -la floración depende de la latitud y condiciones climáticas- me da entonces una segunda oportunidad de recorrer las calles de Kioto, despidiéndome de todo, y en especial, de sus bellas flores.

*Malena Higashi es argentina, licenciada en Letras y periodista. Lleva un año en Kioto, donde estudia Chado, la ceremonia del té japonesa. Regresa en estos días a Buenos Aires.

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