
Entre esclavos, azúcar y deudas: Bernardo O’Higgins y sus duros últimos años en el Perú
El prócer de la independencia de Chile vivió sus últimos años exiliado en el Perú, donde administró una hacienda. Allí se dedicó a la explotación del azúcar, que requería mano de obra esclava. En el aniversario de su natalicio, revisamos algunas claves de los años peruanos de O'Higgins.

La tarde del 28 de enero de 1823, Bernardo O’Higgins dejó de ser el Director Supremo de la nación. Presionado por un grupo de vecinos notables de Santiago, entre otros factores, abdicó en una dramática ceremonia que incluyó la famosa escena en que se abrió la casaca como un gesto hacia sus acusadores; “¡Acá está mi pecho!”, señaló.
Tiempo después, el 17 de julio de 1823, O’Higgins partió al exilio. Lo acompañaron su madre Isabel Riquelme, su media hermana Rosita, su hijo Pedro Demetrio, de poco más de 4 años, y dos mujeres mapuches que trabajaban para él, una de ellas, una hija natural llamada Petronila.
O’Higgins embarcó en Valparaíso rumbo al Perú. No fue su primera idea, de hecho, evaluó viajar a Inglaterra. Pero el prócer ya conocía tierra peruana; en su juventud fue enviado por su padre a estudiar a Lima. Además, había contribuido a la lucha por la independencia de la nación hermana con la expedición Libertadora, al mando del argentino José de San Martín.

“Efectivamente la intención original de O’Higgins era viajar a Europa para radicarse allí -explica Patricio Ibarra, investigador del Centro de Estudios Históricos de la Universidad Bernardo O´Higgins-. A partir de la lectura de sus cartas, no se observa una razón en particular respecto de su decisión de permanecer en el Perú“.
Como un guiño del destino, O’Higgins llegó al puerto del Callao el 28 de julio, a exactos dos años desde que José de San Martín proclamase la independencia del Perú, en un tabladillo instalado en la plaza mayor de Lima. El flamante gobierno peruano le entregó al chileno las haciendas de Montalbán y Cuiva en la localidad de San Vicente de Cañete (en el actual departamento de Lima), en agradecimiento a sus esfuerzos por impulsar la expedición libertadora.
“De esas mismas misivas se desprende que el desarrollo de su vida privada con su madre, hermana, hijos, que le acompañaron en su ostracismo, y las amistades de Lima, además de su vinculación profunda con las actividades agrícolas de sus haciendas de Cañete y Montalbán, que según sus propias palabras eran de su total agrado pues le evocaba su juventud en Chillán, le llevaron a que esa estadía temporal terminara por ser definitiva”, acota Ibarra.
Al momento de su arribo, el Perú vivía uno de sus tantos momentos de tensión; la guerra de independencia todavía estaba en juego, con fuerzas del Virrey todavía actuando en la sierra. Mientras, se agudizaban las divisiones internas entre los patriotas peruanos. El momento era crítico, pero O’Higgins prefirió mantenerse al margen.

“No tuvo participación directa en la política peruana de la época -agrega Patricio Ibarra-. Se reunió constantemente con personajes de importancia tales como Bernardo de Torre Tagle, Simón Bolívar, entre otros, con los cuales departió y con seguridad discutió de las temáticas contemporáneas tanto peruanas como Latinoamericanas, aunque sin influir ni intervenir en la contingencia del país que lo recibió. Las últimas acciones de la guerra de la Independencia lo sorprendieron en Perú”.
Esclavos en la hacienda
Recién en junio de 1825, concluidas las campañas militares de la independencia, pudo O’Higgins tomar el control de la hacienda de Montalbán. Pero la situación era deplorable; las levas forzosas, los saqueos de las tropas, la fuga de los esclavos atraídos por la oferta de manumisión a cambio de servir en el ejército patriota, y los años de abandono, la habían arruinado.
“Como he encontrado esta hacienda tan derrotada, he tenido que ocupar todos mis fondos en su reposición y mi asistencia es necesarísima”, le escribió a un amigo colombiano en una carta citada por el historiador Luis Valencia Avaria, en el estudio Don Bernardo O’Higgins y sus esclavos en el Perú.

El chillanejo tenía experiencia en la administración agrícola. Antes de involucrarse en el proceso de independencia de Chile, estaba a cargo de la hacienda de Las Canteras, una propiedad de 26 mil hectáreas que heredó de su padre, Ambrosio, la que años después fue saqueada por tropas realistas. La práctica que logró en ese período la empleó en habilitar la hacienda de Montalbán, en especial, su ingenio de producción azucarera. Una industria floreciente, pero que se sostenía en la mano de obra esclavizada.
“El azúcar era el principal producto de la costa peruana y la mayoría se exportaba a Chile y todas esas haciendas se manejaban con esclavos, así que sin duda O’Higgins los tuvo en su hacienda, pero no se conocen muchos detalles”, explica Natalia Sobrevilla Perea, historiadora peruana y catedrática de Historia Latinoamericana de la Universidad de Kent.
Por su lado, Patricio Ibarra detalla los intereses de O’Higgins en el azúcar. “Se sabe que su actividad se fue incrementando con los años y logró algunas buenas cosechas, la cual era comercializada en su casa en el centro de Lima, a un par de cuadras de la Plaza de Armas. Se mostró muy orgulloso de la productividad que alcanzó con lo cual alivió en parte su situación económica, la cual nunca fue buena del todo, pues gran parte de los ingresos que generó fueron para cubrir las deudas generadas por la implementación de lo necesario para echar a andar sus haciendas, el tratamiento médico de su madre enferma y también sus propios achaques”.

Por las cartas de O’Higgins y los documentos de archivo levantados por las historiadoras e historiadores, se ha comprobado que los esclavos de la hacienda vivían en un añoso galpón construido de adobe. Pero, se estima que no hubo más allá de un centenar y que incluso, la dotación se redujo con los años.
“El norte de Perú dependía de la mano de obra esclava para la industria del azúcar. Ese es el contexto en que se movía O’Higgins que además de las haciendas, recibió medio centenar de esclavos”, explica Gonzalo Serrano del Pozo, académico y Director del Centro de Estudios Americanos UAI.
Según Valencia Avaria en 1846, cuatro años después de la muerte de O’Higgins, un inventario de la hacienda detalla 32 esclavos hombres activos, 10 inválidos o ancianos y 25 jóvenes; mientras que en el caso de las mujeres, había 45 esclavas hábiles, 8 inválidas y 18 jóvenes. Además, entre 1826 y 1839, vendió a cuatro y le concedió la manumisión graciosa a tres mujeres.
¿Cómo se vinculó el prócer con sus esclavos? “De sus cartas no es posible extraer mucha información respecto de su relación con los esclavos -añade Patricio Ibarra-. En general, cuando se refiere a ellos lo hace en el contexto de las tareas agrícolas de sus tierras. Con todo, tempranamente en el Perú se implementó la libertad de vientres, al igual que en Chile donde fue decretada cuando él ejercía el mando de país, es decir, que todas aquellas personas nacidas de esclavos serían libres”.
En sus último años, O’Higgins vivió en su casa de Lima, emplazada en calle Espaderos. Las dolencias y los problemas de salud le habían limitado sus habituales paseos por la hacienda, y allí falleció el 24 de octubre de 1842. “Siempre estuvo atento a la situación política -explica Patricio Ibarra-. Y en la medida que pasaron los años, la posibilidad de volver al país fue transformándose en una aspiración con mayores posibilidades de concretarse, especialmente con la llegada al poder del general Manuel Bulnes en 1840, aunque, como se sabe, la muerte lo sorprendió en el Perú cuando se aprontaba a regresar”.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
3.
4.
Contenido exclusivo y análisis: suscríbete al periodismo que te ayuda a tomar mejores decisiones
Oferta Plan Digital$990/mes por 3 meses SUSCRÍBETE