Los papás detrás del oro
Cuatro progenitores para entender a cuatro promesas. Cuatro espejos para cuatro de los deportistas chilenos con mayor proyección. Y cuatro historias de precocidad. El tenista Nicolás Jarry (22), la mediofondista Laura Acuña (16), el basquetbolista Ignacio Arroyo Varela (17) y el futbolista Nicolás Guerra (19), a través de los ojos de sus padres.

Corría sobre la pista atlética del Nacional como si estuviera haciéndolo en los bosques de Catrico Alto, rodeada de araucarias. Era viernes 6 de octubre de 2017 y en la prueba de 1.500 metros planos de los Juegos Sudamericanos de la Juventud el ritmo impuesto por la fondista Laura Acuña (16) resultaba insoportable para el resto de competidoras. La medalla de oro tenía que acabar cayendo. Y cayó. Como también dos días más tarde en los 800. "Somos una familia, si se puede decir, bien constituida. Laura vive con nosotros, sus padres, y somos una familia de deportistas. Mi esposo, Rolando Acuña, es atleta, en los años 80 fue un atleta de renombre. Y por ahí nació la inquietud de ella por el deporte", explica, de manera introductoria, Marcia Vidal (44), madre de la mediofondista chilena, tratando de buscar en el ADN de la atleta la explicación primigenia a su ilusionante presente deportivo. Porque la sangre tiene, casi siempre, mucho que decir. También el apellido.
De eso, de apellidos que hablan por sí solos, sabe mucho una de las promesas del deporte chileno más firmes de la actualidad, el flamante tenista número 64 del mundo. Un Nicolás Jarry (22) que además de Jarry es Fillol, y que si hoy es lo que es, asegura su padre Allan (49), se lo debe también, en parte, a ese segundo apellido: "Yo creo que una de las variantes más importantes que explican el rendimiento que está teniendo, tiene que ver con el ambiente en que creció Nico, la cultura deportiva familiar de la que vivió rodeado, porque yo conozco el caso de muchos tenistas con gran potencial que terminaron abandonando el circuito por falta de esa cultura deportiva. Jaime Fillol, su abuelo, fue además un gran tenista profesional que ha sabido guiarlo en su carrera, aconsejarlo, motivarlo, acompañarlo a torneos y convertirse en un gran ejemplo para él. Todo eso es muy importante porque Nico ha crecido en ese ambiente desde los nueve años", explica.
Igual de decisivo que para Acuña y Jarry a la hora de comenzar a construir su futuro pudo ser, en el caso de Ignacio Arroyo (17, base de la selección chilena campeona del último Sudamericano Sub 17) la figura de su padre, ex basquetbolista profesional. Pero el apellido no pesó tanto y el propio jugador decidió cambiarlo por el de su madre para competir una vez que su progenitor desapareció del mapa. "Nosotros hicimos una familia de tres desde 2007 en adelante, tuvimos que andar por muchos lados, lo pasamos mal, pero yo siempre les he inculcado los estudios y la disciplina a mis hijos. Yo fomenté el tema del deporte, pero en forma natural, no impositiva", asegura Nancy Varela (53), madre del jugador del Estudiantes madrileño.

De la mano de su padre Juan Carlos (47), mecánico hidráulico en la minería y sin pasado en el fútbol profesional, llegó a probarse a las series menores de Cobreloa en Maipú un jovencísimo Nico Guerra (19), a la edad de ocho años. Hoy, once después y convertido en el juvenil modélico de la U y en una de las esperanzas de recambio de la Roja, la educación familiar que día a día recibe el delantero en la casa que todavía comparte con sus padres y hermanos sigue siendo -asegura su progenitor- el pilar fundamental que sustenta su presente deportivo: "Es que el aporte familiar es importante porque los valores no se consiguen en la calle, ni en el colegio, ni en la cancha; todos esos valores vienen de la casa. Y a mí lo que me interesa es que Nicolás sea una persona correcta, respetuosa y responsable en lo que hace. Después viene el fútbol", manifiesta.

Tratar, sin embargo, de descifrar a este puñado de rutilantes deportistas mirando solamente a sus padres, podría resultar sesgado. Pero obviar el papel desempeñado por éstos en el crecimiento, formación y educación que poseen y del que hacen alarde dentro y fuera de sus respectivos recintos deportivos, sería un error aún mayor. Porque uno es lo que ha heredado. Y de lo que ha vivido rodeado.
Por eso, y no por otra cosa, corría Laura Acuña en el Nacional aquella tarde de octubre como si estuviera haciéndolo en su natal Catrico Alto. Con una naturalidad pasmosa. Porque fue allí, en plena Región de la Araucanía, donde la fondista se formó, se hizo, como deportista y como persona. "Nosotros somos campesinos, vivimos en el campo, con la familia de mi esposo que también tiene niños deportistas, atletas. Les hemos inculcado eso desde pequeños, desde los seis o siete años. No entrenando, sino trabajando más que nada la motricidad, el juego, la actividad física, enfocado hacia un futuro deportivo", explica Marcia Vidal. Y agrega: "Yo también en mi época universitaria fui atleta. Y hay momentos que está toda la familia trotando. Cada cual se busca su espacio para entrenar, para hacer una horita de trote. Los chicos también tienen roles dentro del campo que cumplir, pero todo enfocado en el área del deporte".
Una comunión vital entre deporte y naturaleza que da sentido a la parábola empleada por Marcia para referirse a la formación de su hija: "Siempre hemos dicho que un niño es como un arbolito y uno los va formando como quiere; que se cargue para un lado, que se cargue para otro, los va cuidando, con buenos fertilizantes, como si fuera una plantita. Y como siempre hemos sido ligados al campo, siempre hemos pensado que así debe ser. Hay chicos a los que tiran por el lado del arte, por ejemplo, y nosotros siempre los hemos tirado por el lado del deporte, porque creemos en eso del 'mente sana en cuerpo sano'".

Menos intervencionista que la familia de la corredora parece ser, de acuerdo a su testimonio, Allan Jarry. Al menos en lo que a la injerencia propia se refiere en el desarrollo tenístico de Nicolás, por otra parte seis años mayor que Acuña. "Nosotros, como padres, nunca lo forzamos con el tenis. Él lo eligió libremente. Hay papás que les hacen sentir una presión un poquito mayor a los chicos, porque el deporte, a estos niveles, es algo tremendamente duro, pero si a ti te obligan a hacer algo, si no es tu decisión, te puedes rebelar", reflexiona, antes de añadir: "Hay que actuar como papá cuando tu hijo no está haciendo las cosas bien. Si él está feliz, si está bien, hay que dejarlo ser. Pero cuando no está haciendo las cosas bien, no está siendo una buena persona, cuando está teniendo problemas o tomando un camino equivocado, hemos intervenido. Y vamos a seguir interviniendo. Pero eso es a nivel familiar. Mi intervención en lo tenístico ha sido muy pequeña".
Cabeza centrada
Trabajo y responsabilidad. Esa ha sido siempre la única consigna implantada por la familia Guerra Ruz a la hora de tratar de orientar la meteórica carrera de su hijo. Juan Carlos lo tiene claro: "Yo le digo a él que si bien ya está jugando en un equipo profesional, todavía no ha logrado nada. Todos los días tiene que ir superándose. Pero la clave del éxito está en mantener en todo momento su cabeza bien centradita. Si su cabeza funciona bien, todo va a funcionar como corresponde hacia abajo", sentencia.
Una tesis que comparte Nancy Varela, absolutamente segura de que la precoz explosión profesional de su hijo Ignacio no está relacionada solo con su talento basquetbolístico: "Ignacio es muy centrado. Y quizás eso haya sido también lo que ha llamado la atención de Estudiantes. Porque a los clubes siempre les ha interesado mucho la cabeza de Ignacio. Su educación y su mentalidad. Y como nosotros como familia hemos pasado momentos duros, él sabe que cuesta mucho todo. Sabe que si no trabaja no va a llegar a ningún lado, si no tiene disciplina, si no tiene hábito".
Alcanzar la cima del deporte no es una tarea sencilla, pero lograrlo, muchas veces, viene acompañado de una recompensa económica -en algunos casos exorbitante- capaz de nublar a cualquiera. A los jóvenes talentos. Y también a sus padres. Y es en ese punto donde comienzan los problemas. "Nosotros como familia nunca le hemos puesto presión a él; todo lo contrario, le hemos dicho que disfrute lo que ha escogido. Tiene que ser súper responsable con lo que está haciendo, pero uno no puede verlo, como lo ven algunos papás, que el hijo puede ser la salvación de la familia. Yo nunca lo he visto por ese lado", asegura Juan Carlos Guerra, con una firmeza que no ofrece lugar a dudas.
Pero más taxativa aún, si cabe, es Nancy Varela, una ejecutiva bancaria de inversiones nacida en Copiapó que tras recorrer media geografía chilena con sus dos hijos (Osorno, Ancud, Copiapó, Puerto Varas y Concepción) no ve un eventual megacontrato deportivo firmado por Ignacio como una tabla de salvación para la familia: "Yo como madre prefiero mil veces que Ignacio se forme, haga el camino que tiene que hacer, que dé la vuelta larga, a cualquier aspecto económico. Yo no puedo estar viviendo los sueños que no tuve. No puedo traspasar las cosas a mis hijos. Él va a llegar donde tenga que llegar. Cuando pones todas las fichas en que tu hijo te va a sacar adelante, estás perdido. No puedes colocar sobre sus hombros algo tan pesado. Yo traje a mi hijo al mundo y él no tiene ninguna responsabilidad sobre mí. Y eso él lo tiene muy claro".
La variable que representan los salarios que los deportistas de élite pueden llegar a percibir a edades muy tempranas resulta insoslayable a la hora de comprender la importancia de recibir una buena educación familiar. Pero igual de decisivo es, en ocasiones, especialmente en determinadas disciplinas, la situación económica y social de la que procede el deportista en cuestión. Porque el deporte de alta competición no sólo representa una potencial fuente de ingresos para quien lo practica, sino también un cuantioso foco de gasto para quienes lo sufragan.
Allan Jarry, ingeniero comercial dedicado al sector de la propiedad intelectual y los fondos de inversión, tiene cinco hijos. Y a todos ha podido brindar -reconoce- el acceso al deporte. Una realidad que no está en la mano de cualquiera. "El deporte, en general, en este país, al menos algunos deportes, supone una inversión que requiere cierto nivel de recursos. Y es cierto que no todos los tienen a su alcance. Nosotros, por fortuna, hemos tenido esos recursos para poder ayudar a Nico, aunque tengo que decir que el Gobierno de Chile también le ha dado su apoyo desde los 17 o 18 años. Un apoyo que a lo mejor tampoco todos tienen a su alcance".
Un sueño efímero
"La vida de un futbolista es muy corta. Por eso uno siempre ha tratado de que el fútbol y los estudios fueran de la mano. Pero llega un momento en que el nivel de exigencia va aumentado. Hasta el día de hoy Nicolás nunca ha dejado de lado los estudios. En diciembre terminó un curso de inglés, aunque ahora esté centrando en su carrera futbolística", desclasifica Juan Carlos Guerra. Una línea en la que se mueven la totalidad de los progenitores encuestados, perfectamente conscientes de que el deporte profesional tiene fecha de caducidad; de que no deja de ser un sueño efímero.
"A Laura le faltan dos años para salir de la enseñanza media. Ella estudia en un liceo convencional, porque nosotros siempre hemos ido por la opción pública, y aunque quizás se va a tomar unos años para ver cómo evoluciona su carrera deportiva, todos sabemos que el deporte de alto rendimiento no son más de 30 años", diserta Marcia Vidal. Y Allan Jarry complementa: "Nico salió de un colegio normal, con compañeros normales, y ha tenido una vida social muy normal, muy saludable. Estudió hasta los 18 en un colegio así. Le fue muy bien en el colegio y aunque ahora esté centrado en el tenis, nunca es tarde para seguir estudiando".
"En el caso de Ignacio tenemos que esperar a que termine su cuarto medio y ver cuál es su techo. Tiene ganas de estudiar después. Y sin estudios en Chile no eres nada, porque el deporte aquí no es profesional.Yo soy su mamá, no soy manager, no soy agente, no percibo nada, pero llegamos a un acuerdo junto con su hermano de que él ahora lo que debe hacer es dedicarse a jugar", finaliza Nancy Varela, introduciendo la delgada línea que separa el paternalismo familiar de la supervisión deportiva.
Demasiadas variables para un solo debate y ninguna receta infalible para lograr que el joven deportista alcance un crecimiento saludable en lo humano y lo deportivo. Cuatro relatos construidos sobre cuatro historias familiares diferentes. Cuatro formas de educar, de moldear el futuro. "No sé si esa educación que nosotros podemos darle es decisiva en el éxito tenístico, porque chicos con valores distintos pueden lograr los mismos objetivos, pero lo que yo tengo muy claro es que Nico es primero persona y después deportista. Y que va a ser tenista hasta los 35 y luego persona de nuevo. Va a ser persona toda su vida y eso siempre se lo hemos tratado de dejar muy claro", culmina Allan Jarry.
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