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Columna de Ascanio Cavallo: Un país a medias

Desde el punto de vista de los pilares de su programa, el gobierno de Piñera ha terminado antes de cumplir dos años. Por supuesto, no ha terminado la administración, que fue elegida para cuatro años. Los dos que le restan tendrán que ser ineludiblemente dedicados a reconstruir la destrucción material, la desconfianza social y la catástrofe cultural. Un nuevo programa a mitad de mandato.

FOTO: AGENCIA UNO

El miércoles 30, después de 12 días de manifestaciones pacíficas y violentas, el Presidente Sebastián Piñera anunció la suspensión de la Apec y la COP25, las cumbres de mayor envergadura que haya querido albergar Chile en los últimos años. Esa decisión, que reputó dolorosa pero indispensable, puso fin al protagonismo del país en la escena internacional, que era hasta ahora la parte más robusta de la actual administración.

El programa del gobierno elegido en el 2017 contemplaba, en lo esencial, mayor crecimiento económico, mayor seguridad en las ciudades, estímulos para la clase media y correcciones a la reforma tributaria y al desequilibrio fiscal. La presencia internacional debía coronar la marcha de una sociedad en camino rampante hacia "tiempos mejores".

Al Presidente le gustaría mantener este eslogan como bandera de esperanza para los rezagados que debieron votar por él. Pero esto ahora parece tan arduo como restablecer el orden público, que ha requerido decretar el estado de emergencia, lanzar un paquete de medidas sociales, congelar alzas de tarifas y cambiar el gabinete político, sin que aún haya certeza de haber aplacado la ola de ira.

Lo cierto es que la promesa de crecimiento ha sido frustrada, a pesar de que el 2018 lograra salir del promedio de 1% anual en que lo dejó Bachelet. Es irrelevante si esta morosidad se debe al severo deterioro de las condiciones externas: la exposición de la economía es parte de sus riesgos. La expectativa de corregir la reforma tributaria se ha desplomado y, después de la avalancha de demandas, el desequilibrio fiscal solo podrá agudizarse.

La clase media no se ha sentido especialmente protegida, como dejan de manifiesto los cacerolazos y las marchas. El descontento de esta clase mayoritaria parece la parte más fácil de explicar de los sucesos de octubre: empleos precarios, salarios estancados, febles prestaciones del Estado. Pero solo parece. Una de las dimensiones abusivas, aunque inevitables, de lo que ha acompañado a la conmoción social es el esfuerzo por llevar agua al molino de las convicciones propias a través de las interpretaciones generalistas.

El descontento de la clase media ha estado históricamente compuesto de muchos deseos contradictorios, lo que explica la desconfianza, también histórica, que le ha propinado la izquierda. Que esté prevaleciendo una interpretación economicista es comprensible, pero no hay que olvidar que el marxismo soviético condenó a Freud, entre otras cosas, por escribir que las injusticias clasistas justifican solo "epidérmicamente" los grandes conflictos.

La clase media y sus hijos han vivido los últimos 14 años bajo el gobierno de dos personas, con un repertorio de ministros y funcionarios cuyas caras se repiten. Lo mismo ocurre en el Parlamento, aunque renueve alrededor de un cuarto de sus asientos en cada elección. Es posible que la sensación de estancamiento y monotonía en el bloqueo gobierno-oposición no sea una mera sensación, sobre todo después de que esos mismos dirigentes le comunicaron que el voto no importa tanto como para que sea un deber.

En cuanto a la seguridad, bueno, se han vivido las jornadas más violentas del nuevo siglo. El trabajo en las ciudades se ha reducido, por miedo o imposibilidad de trasladarse, a la mitad de la jornada. En gran parte de esa violencia no se divisa un proyecto, ni siquiera utópico, sino solamente el fuego de un pentecostés infernal que viene a purificar las frustraciones (¿sería la pirómana Ema, de Pablo Larraín, una anticipación, digamos poética, de esa epidemia?) y a satisfacer las ganas de "no ser un grupito de nada", como dijo una vez Mario Moretti, el escuchimizado líder de las Brigadas Rojas.

Desde el punto de vista de los pilares de su programa, el gobierno de Piñera ha terminado antes de cumplir dos años. Por supuesto, no ha terminado la administración, que fue elegida para cuatro años. Los dos que le restan tendrán que ser ineludiblemente dedicados a reconstruir la destrucción material, la desconfianza social y la catástrofe cultural. Un nuevo programa a mitad de mandato.

Un Chile oscuro, violento y rabioso apareció de pronto y tomó por sorpresa a un gobierno demasiado confiado, complaciente, contento. ¿Pudo haber asaltado a otro? Nunca se sabrá. Pero ese Chile estaba allí, agazapado, bajo la piel, bajo el suelo. No nació el 18 de octubre.

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