Todas las muertes de José
El año 2003, a José Alarcón se lo tragó la tierra. Su familia recién se enteró de su muerte siete años después: el cuerpo había sido donado a una universidad por el Servicio Médico Legal. Al regresar, volvió a perderse. Esta es la historia de una hija buscando los restos de su padre y de un funeral realizado 12 años tarde.

Los ojos azules de José Alarcón eran una rareza en el paradero nueve de la Av. Santa Rosa. Según Eliana Acuña, varias pretendientes lo perseguían, pero fue ella quien los hizo suyos. Eliana trabajaba en un casino; cerca del trabajo de él, y compartían miradas a diario en la micro. El coqueteo se transformó en matrimonio y del matrimonio nació Eliana Alarcón Acuña.
La única hija de la pareja creció en la población San Gregorio, a media cuadra de la actual Estación de Metro La Granja y de la Autopista Vespucio Sur. Hace 44 años, sin embargo, nada de eso existía, los terrenos eran tomas y espacios semiurbanizados. Su padre cruzaba la calle para comprar leche de vaca para ella y la llevaba a ver los partidos de los clubes del barrio. Allí le puso el sobrenombre Chichita.
Pese al consumo problemático de alcohol de José, su esposa y su hija lo recuerdan como un hombre de esfuerzo, preocupado por su familia. Trabajó durante años como portero en un colegio y más tarde en la construcción. En la adolescencia de Eliana, la relación entre ambos se estrechó. Él solía llegar del trabajo con una palta para él y otra para ella, comerla juntos, solos los dos, era casi un ritual.
Con el paso de los años, Eliana Alarcón fue madre de mellizas, el padre de las niñas las abandonó y José cumplió un rol paterno para sus nietas. Por lo duro del trabajo en la construcción, José, ya de avanzada edad, decidió probar suerte como temporero en la Sexta Región. Allá se quedaba en la semana y volvía los viernes con duraznos, uvas y unos pesos.
La última vez que sus familiares lo vieron fue el 25 de junio del año 2003: José se despidió con un beso de su hija, de su esposa y dijo que volvería pronto con dinero. Ese día, los ojos azules de José cruzaron la puerta de su casa por última vez.
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José Alarcón no volvió a casa en la fecha prevista. Pasaron 15, 20, 30 días desde que inició el viaje. Nunca se había demorado tanto. Eliana y su madre lo buscaron sin éxito donde familiares de él, con quienes nunca tuvieron una relación cercana. Sin novedades, presentaron una denuncia por presunta desgracia en Carabineros.
Eliana Alarcón no cejó. Alternaba su trabajo como asesora del hogar con viajes a Rancagua, al Servicio Médico Legal, a cementerios y pequeños pueblos donde su padre había trabajado. Nadie sabía de él. Durante esos años, Carabineros se acercaba periódicamente a su casa preguntando "por novedades del caballero". Eliana y su madre aseguran que continuaron buscando sin encontrar pistas sobre su paradero y llegaron a pensar que José se había ido con otra mujer.

Eliana también comenzó a soñar con su padre; que venía a despedirse. Creía verlo en la calle, incluso un par de veces llegó a perseguir a hombres en la vía pública pensando que era él.
Mientras Eliana buscaba a su padre, en el Servicio Médico Legal el cuerpo de José ya estaba identificado, pero fue ingresado como NN. Había fallecido el 27 de junio de 2003, apenas dos días después de irse de su casa: lo atropelló un tren cerca de las siete de la mañana. Era una amanecida fría, José Alarcón estaba vestido con varias capas de ropa: chaqueta ploma, polerón, suéter, camisa y polera. Sobre los calzoncillos usaba panties de lana, un pantalón plomo, también llevaba una bufanda y un gorro de lana. No había tomado desayuno y el examen toxicológico negaba la presencia de sustancias en su cuerpo. Murió solo, a causa de un politraumatismo.
El mismo día de la muerte de José, funcionarios de la Policía de Investigaciones lograron acreditar su identidad, pero notificaron la muerte en un domicilio en San Bernardo, una casa que ni su esposa, hija o algún cercano a la familia conocía. Por ese error, el cuerpo no fue reclamado.
El cadáver pasó meses en una cámara del SML antes que su muerte fuese certificada en el Registro Civil, lo que ocurrió recién en 2004. El 19 de octubre, los restos de José fueron entregado a la U. Católica del Maule, en Talca, para fines docentes. Allá se le aplicó formol para su conservación. El cuerpo se utilizó como herramienta docente hasta el año 2011.
Con el paso del tiempo, los ojos azules de José desaparecieron y en su lugar solo quedaron dos cavidades vacías.
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Eliana, la viuda que no sabía que lo era, le pidió en 2010 a su hija que llevara la libreta de matrimonio al Registro Civil y preguntara por su padre. Un funcionario le informó que su padre murió en 2003. "Yo ya había hecho ese trámite y no había arrojado nada, no hallaba qué hacer. Habían pasado siete años, pero en mi cabeza lo mejor era que mi papá estuviera con otra vieja y teniendo la esperanza de que en algún momento iba a volver", dice Eliana en el living de la misma casa en La Granja que comparte con su abuela de más de 90 años, su madre y sus dos hijas adolescentes.
Eliana partió al SML en busca de respuestas. Allá le confirmaron que la muerte ocurrió en una localidad cercana a Buin. Fue, entonces, al juzgado de la zona y consiguió la documentación del caso: había fotografías del cadáver y detalles de la errónea notificación en San Bernardo.
Tras algunas visitas al SML, asegura, le informaron que su padre estaba enterrado en el Cementerio General. "Yo fui al cementerio, pedí los libros, vi los registros y no estaba sepultado ahí; fui cuatro veces y siempre era lo mismo. Se pasaban la pelota entre el SML y el cementerio".
En su última diligencia en el cementerio dice que un funcionario le entregó una pista. "Me dijo que no creyera lo que me decían en el SML, que ellos perdían los cuerpos. Así que volví a ir. Yo creo que le gané por cansancio a la niña que atendía. Ahí me dijo que en los registros salía que el cuerpo había sido donado a una universidad en Talca".
Con la información del SML, Eliana solicitó el retorno del cuerpo de José y se contactó por correo electrónico con el rector de la universidad. "Él fue gentil, me respondió todos los correos, me derivó a la parte legal, incluso tuvieron la deferencia de trasladarlo en una carroza fúnebre, me mandó todos los papeles que acreditaban el traslado".
El traslado se realizó el 16 de mayo del 2011, a través de la Funeraria Flores. Eliana madre e hija gestionaron una sepultura en La Florida y comenzaron con los preparativos para el funeral de José. Pero antes de hacerlo, solicitaron un examen de ADN para corroborar su identidad, lo que no fue posible: por los procedimientos a los que fue sometido en la universidad, su ADN quedó destruido. "Yo tenía que estar segura de que era él. Ellos no sabían lo que venía en el cajón. Me dijeron que me preparara, porque podía llegar un trozo o huesos".
Eliana se mantuvo en contacto con el servicio, pero la entrega del cuerpo se fue dilatando. "Me comunique todo el 2011, me decían que no podían, siempre hubo excusas". El 2014, dice, le reconocieron que estaba inubicable.
El cuerpo de José Alarcón se había perdido nuevamente.
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El sumario administrativo abierto por el SML recogió diversos testimonios sobre la desaparición de José Alarcón.
La doctora María Viviana San Martín, jefa del Departamento de Tanatología del SML, declaró: "No tengo registro del ingreso del cuerpo, a pesar de que supe por oídas que el cuerpo había ingresado (...). Marisol Latorre me informó que la familia no quería retirar el cadáver porque no tenían la seguridad de que perteneciera al occiso".
Marisol Latorre, administrativo grado 11: "Cuando llegó la camioneta de la Universidad del Maule, recepcionó el cuerpo Javier Pacheco (...). La universidad me dijo que estaba esqueletizado, osamentas completas".
Javier Pacheco, jefe de la sala de entrega: "Yo no he recibido el cuerpo del señor José desde la universidad, de hecho, me indicó la Dra. San Martín que no sería un cuerpo, sino restos óseos (...). No tengo certeza de que este cuerpo o restos haya reingresado al SML el 2011".
"Lo que nos hicieron fue como si a mi papá lo mataran varias veces", protesta la hija de José. Ella y su madre sufrieron estrés postraumático y duelo patológico , según un perfil sicológico realizado años más tarde por una orden judicial. En el SML realizaron búsquedas del cuerpo durante la madrugada, ya que los funcionarios creían que el cadáver se encontraba en una bolsa o en cajas y "parcialmente desintegrado por la docencia". Las noches del 7 al 28 de mayo de 2015, la doctora San Martín participó personalmente en las pesquisas. "En horas de la madrugada tuve que descansar tendida en el suelo de mi oficina, ya que al día siguiente debía continuar en el trabajo", declaró.
El sumario terminó sancionando a Javier Pacheco, Marisol Latorre y Viviana San Martín por "no haber ingresado formalmente los restos de don José Alarcón tomando las medidas necesarias y aprobadas para su posterior ubicación y entrega a sus familiares". También se les reprochó la falta de "esmero, cortesía, dedicación y eficiencia". Los tres fueron multados con el 15% de su remuneración mensual.
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El cuerpo de José apareció finalmente el 20 de noviembre de 2015. No en bolsas, como se presumía. Sus restos estaban en las cámaras de la sala de entrega, donde se le identificó a través de sus huellas digitales. A diferencia de lo que creían los funcionarios del servicio, el cadáver estaba completo.
Las dos Elianas pudieron verlo a través de un cristal y estuvieron unos minutos con él. La hija logró luego estar con su padre a solas. "Le toqué las manos y lo tapé. Tenía unos hilos salidos en su piel, pero estaba igual: tenía su barba, sus rulos, lo único que le faltaba eran sus ojos", dice.
Al funeral de José Alarcón, realizado una semana después de la identificación, solo asistieron su hija, su esposa y uno de sus cuñados. Cuando retiraron el cadáver, el servicio se encontraba en paro. "No nos pidieron disculpas, ni siquiera una flor", reclama la hija de José.
Prosigue Eliana Alarcón: "Yo esperaba darle una buena despedida, un buen funeral, pero no fue nadie, ni amigos, ni curas, ni familiares de él. Fue muy triste todo, para bajarlo de la carroza nos tuvieron que ayudar las personas que trabajan en el cementerio. Había varias sillas, estaba preparado para recibir harta gente, pero había pasado tanto tiempo y ya no le quedaban cercanos".
Ocho meses después del funeral, madre e hija presentaron una demanda contra el Fisco de Chile. La demanda solicitaba una indemnización de $ 150 millones para cada una. El Vigésimo Cuarto Juzgado Civil de Santiago, tras establecer la responsabilidad del Estado por falta de servicio en el extravío, condenó el 22 de febrero de este año al Fisco a pagar una indemnización total de $40 millones. El Consejo de Defensa del Estado apeló a la sentencia y el caso sigue abierto. Los abogados del Fisco dicen que fue un error administrativo y no una falta de servicio, y reprochan desidia de sus familiares. "Las actoras durante más de siete años nada hicieron para saber del paradero de su deudo, e incluso, luego de tener noticias de su muerte y de que sus restos estaban a disposición para retirarlos, dejaron pasar casi cuatro años antes de pedir su entrega", escribió el CDE en su apelación.
Lo que sí cambió fue la política del SML. El organismo respondió a La Tercera que el caso derivó en un sumario con la aplicación de medidas correctivas. "Entre dichas medidas está la adopción, como política institucional, de no donar más cuerpos para fines docentes a organismos académicos, aun cuando la ley lo faculta, considerando la posibilidad cierta de que, por distintos motivos, puedan aparecer familiares buscando a su ser querido", respondió el organismo.
Las insinuaciones del CDE molestan a la hija de José Alarcón, que se defiende y retruca: "Si yo no hubiera sido hinchapelotas yo creo que no hubiese recuperado a mi padre. Hoy, mi único fin es que saquen a esas personas del SML. Ni siquiera me importa la plata".
Minutos después, Eliana Alarcón contará que las visiones con su padre se mantienen hasta hoy. Que lo sigue confundiendo con señores en la calle, esperando a que cuando los tenga cerca y se den vuelta, los ojos azules de José, su padre, estén allí.
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