La vie en rose
Basta con entrar a este lugar para que los suspiros anden a la orden de sus detalles. De partida, el color rosado y la luz natural reciben como un halo cálido y amable que invita a vivirla; de segundas, cada uno de sus objetos actúa como un pequeño imán que no deja escapar la mirada. Una remodelación a punta de gusto propio, con el desenfado de una personalidad única que se traspasa a las paredes y sensaciones de esta cocina.
Humor y genialidad, así es la personalidad de la dueña de esta cocina que desde que compró su departamento supo que tendría que remodelar completamente ese espacio para poder cocinar tranquilamente en ella, cosa que le encanta. Antes, según cuenta, todo era bien ochentero, oscuro, lleno de clósets y tonos cafés, deprimente para su espíritu; así que se puso manos a la obra, se inspiró en lo que a ella le gustaba, botó muros, hizo espacios en el muro de contención y remodeló, contratando a un maestro para que pusiera muebles e hiciera lo que ella se había imaginado.
Y empezaron los colores. El tono rosado o palo de rosa le vino de la noche a la mañana porque en el fondo se preguntó: ¿por qué no una cocina de color, salir de lo típico e ir a lo atípico? Y lo hizo. Se atrevió con los muebles rosados, azulejos blancos para las paredes y piso de baldosas Súper de color celeste, haciendo una combinación vintage. El otro decorado importante de dos muros es un papel mural floreado comprado en China y que va con los tonos de los muebles, jugando con unos más fuertes y algunos toques dorados. Lo lindo es que está presente en los dos extremos de la cocina, haciendo una continuidad armónica y acorde con todo el espacio.
La cocina, a grandes rasgos, es un gran rectángulo dividido en tres partes irregulares recorrido por un pasillo. El primero, pegado al muro y una puerta que da al comedor principal, es el que tiene el papel floreado y que forma un espacio originalmente destinado a un comedor de diario, pero que en este caso quedará reservado para una gran vitrina de los años cincuenta color turquesa para guardar copas y jarros, todos parte de bellos juegos que su dueña va recolectando de viajes por el mundo y ferias de antigüedades, una de sus grandes pasiones. Ahora, en ese lugar hay un altar con una escultura de San Antonio rodeado de velas que enfrenta a un cuadro de Cecilia Avendaño. Todo el pasillo de la cocina es donde están los muebles rosa, un juego que hace sentir casi en un salón de muñecas, donde todo parece estar puesto en un acorde precioso y perfecto, vidrios que dejan ver lindos juegos de platos, vasos y copas, traídos principalmente de San Francisco, Estados Unidos, donde esta dedicada mujer pasa la mitad del año viviendo y coleccionando maravillas.
El centro del rectángulo lo ocupa la cocina en una suerte de isla o cocina americana apoyada por pisos; aquí es donde se relaja cocinando, donde invita a que la acompañen en la labor, donde ríe junto a sus invitados: “La idea es divertirse aquí dentro, estar juntos y sin que nada moleste. Hay pisos para sentarse, otras bancas baúl pegadas a las ventanas que también funcionan perfecto, y debajo de la cocina repisas para guardar desde los libros de cocina hasta más tazas y platos que tengo”. d

Desde los coladores bordados de Valeria Faúndez que cuelgan de una pared hasta el equeco,que sagradamente da todos los martes de fumar, tienen un sagrado lugar. Hay una colección de tazas de China suspirable en una repisa, debajo de otra tazas y jarrones enlozados de Siete Rayos. Sobre el refrigerador, un gran conjunto de gallinitas que comenzó en San Francisco y que ha ido aumentando en varios lugares y con regalos de diferentes y queridas personas. Claro que su fetiche está sobre la campana de cocina y son nada menos que los personajes de cerámica Roya Doulton, de los que tiene al propio Churchill como regalón y otros varios que van desde tazas a jarrones. El resto de las bellezas son de varias tiendas, entre las favoritas está Anthropologie en Estados Unidos y varias ferias de antigüedades, desde el Parque de los Reyes hasta la que hacen una vez al mes todos los anticuarios de la Bahía de San Francisco.
Un deleite de lugar donde, claro está, dan hasta ganas de jugar a las muñecas.
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