Locales obreros
Los artesanos tienen como eje de vida su oficio. El objeto labrado es un espejo del cuerpo y el alma, es el sentimiento de cada uno de ellos. "La manufactura superior denuncia la justeza del ojo, la barbarie o la docilidad de la palma, la vieja intrepidez de los dedos; cuenta, por la insistencia de tal o cual color, el temperamento de su amo; en la sequedad o la dicha del dibujo, dice sus humores…", como bien dijo la poetisa Gabriela Mistral.

Juanita Muñoz es oriunda de La Lajuela, sector de Santa Cruz donde se produce la teatina, un tipo de paja con la que se elaboran, desde hace más de 200 años, las típicas chupallas de huaso. Ella es la quinta generación en la tradición de la teatina, la que aprendió de su madre y esta, a su vez, la recibió de su abuela.
El proceso es minucioso; parte con una selección de la paja donde se separa según grosor para luego comenzar a trenzar y posteriormente tejer. “Hay que considerar que para elaborar un sombrero se necesitan 90 metros de trenzado, trabajo que se demora 80 horas, aproximadamente”, cuenta Juanita. Por lo mismo, el valor de una chupalla siempre bordeará los $120.000, ya que el tiempo invertido y el detalle de su elaboración hacen que sea un objeto de valor en sí.
Hoy en día esta artesanía ha ido conquistando nuevas áreas como la orfebrería, donde se mezcla la teatina con la plata, también se elaboran carteras, paneras, individuales para la mesa y otros objetos como pesebres.

Un clásico de la Sexta Región. Esta cortaplumas nació en la localidad de Población, comuna de Peralillo, en la provincia de Colchagua de la Región de O'Higgins. Aquí vivió quien dio vida a este tipo de chuchillo, don Gonzalo Castro, autodenominado el 'Huaso Parronino'. Hoy la tradición quedó en su familia, y su yerno, Manuel Molina Rodríguez, no escapó de la herencia del oficio y trabaja fielmente en lo que inició su suegro. "Esta cortaplumas está compuesta por la hoja de acero, dos partes de lata que son las tapas, un resorte que va en el centro y las dos tapas de cacho de vacuno", cuenta Manuel Molina, que desde hace diez años se dedica de lleno a esto.
Hoy se han hecho variaciones de este trabajo para reutilizar los desechos de cacho que se desprendían en la producción. La creatividad de Manuel lo ha llevado ha elaborar distintos portes de machetes para cortar quesos hasta hacer diseños que se aplican en joyas.
La parronina es un producto de calidad, que refleja la dedicación y el compromiso de una familia entera por la tradición.
Textiles personalizados
María Angélica Rojas trabaja hace años en la elaboración de tejidos, tapices y telares bordados a mano sobre arpilleras. A su casa llegan visitantes que participan en talleres impartidos por ella donde cada uno hace su dibujo y María Angélica les enseña una técnica de puntada larga para que los resultados se obtengan de una manera más rápida. "Lanas de mucho color se bordan con puntadas largas para que la persona muy pronto pueda ver el resultado, ya que la perseverancia no es lo más abundante en estos tiempos", describe. El bordado es de paciencia, explica, es una técnica a la que hay que dedicarle tiempo y para ella debe ser casi una biografía, "donde los fondos de cada tapiz cuenten la vida de la persona. Así como todos aspiramos a dejar un libro con nuestra historia, aquí alguien verá tu trabajo y sabrá cómo eras tú", cuenta la artesana.
Lleva más de 50 años tejiendo y en su casa se pueden encontrar todos sus trabajos y al mismo tiempo compartir en un entorno consciente con el medioambiente, donde todo es reutilizado y reciclado.
De fondo se encuentra su criadero de gallinas araucanas con cuatro razas autóctonas, como las kolloncas -típicas de la Zona Central, de cola roma-, las trintres de plumas crespas, las cogote pelado y las quetro, que tienen aretes de plumas en las orejas.
Greda de Lihueimo
Haydée Paredes comenzó a sus 9 años a jugar con greda. Veía a su madre desde chica hacer platos y sus manos se adaptaron a esta forma de vida. "Mi mamá partió haciendo pesebres en un centro de madres de la zona donde se rescató esta artesanía, luego hicieron figuras de animales que se llevaban como ofrenda el día del nacimiento del niño Dios, tradición que se sigue hasta el día de hoy", cuenta Haydée.
Años después fue llamada a participar en la Feria de Artesanía de la Universidad Católica y su trabajo recibió el reconocimiento nacional.
Escenas típicas, costumbristas y religiosas se convierten en piezas únicas. Estas deben seguir el proceso de moldeado, para luego introducir las figuras en hornos rústicos con bosta y carbón con los que se queman para luego pintarlos con pigmentos naturales que mezcla con huevo y cola fría, para cerrar con una laca sellante.
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