Nuevos Aires
En Buenos Aires. Así es, tradicionales pero renovados, dos polos creativos que por estos días llaman la atención en la capital transandina. Los artistas que reviven Palermo y los lugares que hay que visitar en el antiguo barrio de Chacarita.
El espíritu barrial permanece a pesar de estar cerca de todo y del tránsito que se intensifica en las avenidas linderas (Córdoba, Corrientes, Jorge Newbery y Dorrego). Las casas bajas, las calles adoquinadas y las veredas irregulares son las características más evidentes, y ya más cerca del cementerio o detrás de las vías, las pequeñas industrias hablan de un pasado fabril que, en cierta forma, sobrevive.
A pesar del paisaje, que además del cementerio municipal y la impronta industrial incluye enormes terminales de subtes y trenes, Chacarita es el epicentro de una tendencia que crece a paso firme. De la mano de los vecinos barrios de Paternal y Colegiales (el primero vinculado a la manufactura y los repuestos automotrices; y el segundo más residencial y coqueto) completa un triángulo imperdible, favorito de artistas y diseñadores que otrora poblaban las calles de Palermo y sus alrededores.
El éxodo está ligado a la saturación palermitana y sus precios inasequibles, pero también a las facilidades crediticias y exenciones impositivas otorgadas por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires a las industrias audiovisuales que se instalaran en la zona. Desde hace algunos años son muchas las productoras y estudios televisivos que conviven entre estos tres barrios, pero también los estudios, talleres y viviendas de gente ligada al arte y el diseño que prefiere una vida más sosegada.
Por su parte, pequeños bares, restaurantes, galerías de arte y locales de diseño surgieron para acompañar este espíritu, componiendo un imperdible recorrido que vale la pena transitar en una visita a la capital porteña.
En Chacarita no hay un núcleo concreto. Si bien el histórico barrio Los Andes aparece como un precursor de la movida creativa, su impenetrabilidad es un hecho y su célebre arquitectura solo se puede admirar desde afuera. En los 157 departamentos que conforman este antiguo complejo de viviendas sociales construido en la década del 20, hoy habitan diseñadores, arquitectos, músicos y actores, pero también sociólogos y filósofos, además de algunos descendientes de antiguos habitantes obreros. “Es gente muy particular la que elige vivir en el complejo Los Andes”, explica Nicolás Dino Ferme, del Área de Estudios Urbanos del Instituto de investigación Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. “Ellos se autodenominan como un gran grupo de intelectuales”, agrega, y explica que actualmente la revalorización de este complejo tiene que ver con una reflexión arquitectónica más que con su pasado social. “La prueba está en que los precios del barrio Los Andes alcanzan cifras inauditas comparadas con las propiedades de la zona, pero para el que compra, estar acá es un privilegio”, concluye Ferme.
Lo cierto es que, más allá de precios y esnobismos, el barrio Los Andes integra una propuesta de diseño con valor histórico, cuyos habitantes custodian con fervor. Y conseguir un departamento en venta o alquiler allí dentro es casi un milagro.
Martín Huberman es uno de sus inquilinos ilustres y uno de los precursores de la re-significación de Chacarita. “Yo no fui el primero en instalar mi estudio acá”, explica, pero su estudio-galería sirvió para difundir otra mirada de la arquitectura y para imponer el barrio Los Andes ya no solo como lugar de culto, sino como sede de una modalidad transdisciplinaria en la que lo estético y lo reflexivo conviven en igual medida. “El estudio se llama Normal y la galería, Monoambiente. El espacio se transforma de uno a otra alternativamente”, cuenta este joven arquitecto egresado de la UBA que ideó la instancia galerística como espacio de intercambio: “Monoambiente fue pensada para mostrar el otro lado de la arquitectura: ya no el resultado exhibido en fotos, planos y maquetas, sino el acto creativo en sí, pero también para generar un espacio transdisciplinario en donde la arquitectura empieza a lidiar con el arte y el diseño”. De esta forma, distintos expositores dialogan bajo el mandato de un curador de turno en muestras que se renuevan cada dos meses.
Por su parte, Ignacio Fleurquin, un joven paisajista que integra las filas del estudio Bulla, en otro de los locales del barrio Los Andes, confirma que hay una tendencia al trabajo multidisciplinario en pos de generar una visión del diseño más cercana al arte. “En Bulla organizamos charlas abiertas en las que jóvenes artistas y creativos muestran su producción en torno al paisaje”, explica, y confirma que el intercambio de ideas y el trabajo en equipo está muy ligado a lo barrial: “Compartir pensamientos en la vereda es la modalidad barrial por excelencia”, concluye, como si la reflexión profesional y multidisciplinaria se moviera bajo la misma lógica de la vereda.
“Aquí hay un aire barrial por donde lo mires”, confirma Gonzalo Arbutti, un artista que trabaja magistralmente la madera y que eligió un local en la calle Otero, a pocos pasos del barrio Los Andes, para instalar su taller. Allí da clases de morfología y carpintería, exhibe sus esculturas en madera y papel y produce, junto con el arquitecto Luis Leoni, un proyecto llamado Laboratori, en el que tramas y aplicaciones de madera geométrica se aplican a la decoración. “Una herencia de la arquitectura japonesa”, explica Arbutti.
Entre los muchos otros estudios de diseñadores, arquitectos y artistas que eligieron esta zona está La Feliz. Un galpón en Paternal que reúne a Patricio Lix Klett y Celeste Bernardini, dos diseñadores industriales que generan objetos con plástico entretejido al estilo del mimbre, sogas o cuero y escribieron un manifiesto para coronar su propuesta: “La Feliz es un mundo en donde el infinito amor por el material hace que lo imposible se vuelva real. Los objetos son los mismos de siempre, pero obedecen a nuevas reglas. La madera se dobla como una soga y las sogas se vuelven tan firmes como el tronco de un árbol. Los hilos que cercan los campos se trasforman en sillas y las redes que protegen las frutas se convierten en pantallas. Hay que tocarlo para creerlo, porque con la vista no alcanza. Es como si nuestra percepción se hubiese alterado. En realidad, es que el mundo fue apropiado…”, explican.
También Jessica Trosman, la celebre diseñadora de indumentaria, eligió La Paternal para relanzar su carrera solista en un Concept Store bautizado JT y ubicado en la calle Humboldt al 200. Allí también están su laboratorio textil y la posibilidad de almorzar en Yeite, la exclusiva propuesta gastronómica de la chef Pamela Villar que decidió seguir a JT en su nuevo emprendimiento.
Volviendo a Chacarita, y ya del otro lado de la Avenida Corrientes, aparece la galería de arte Sly Zmud (Bompland 721), precursora de una movida artística que recientemente se extendió hacia Villa Crespo y que engloba las mejores galerías de arte de Buenos Aires: Ruth Benzacar, Nora Fisch y la Ira de Dios, entre otras. Todas ellas, los primeros sábados de cada mes, fundaron el llamado circuito Gallery Day, en el que, con mapa en mano, los paseantes pueden visitar las inauguraciones recientes y conocer lo mejor del arte actual argentino.
Una cuadra más allá, en Bompland 883, Las Katz proponen piezas antiguas recuperadas y ensambladas en nuevas propuestas de joyas asequibles y coloridas; y al 900 de la misma calle, Floresta propone ropa femenina contemporánea. El café Le Blé, en la esquina de Dorrego al 900, es un clásico obligado para almorzar un sándwich o tomar el té con pâtisserie casera.
Ya en la Avenida Jorge Newbery, Rodrigo González Garillo, actor y escenógrafo, mudó sus petates a Chacarita para abrir una pequeña tienda-café bautizada Ramón Generales: “Acá hay un popurrí de cosas que me gustan; desde manteles y utensilios de cocina hasta objetos decorativos que se pueden comprar mientras se toma una taza de té o café con algo rico”, explica, e indica que tienen horarios acotados ya que “en Chacarita nadie madruga…”.
Sobre la misma avenida, la librería La Nube invita a los más pequeños del barrio a conocer propuestas culturales cada fin de semana, y la galería de arte Central Newbery se incorpora al circuito con obras de reconocidos artistas locales.
Un poco más allá, sobre la calle Rosetti, la artista plástica Carolina Antoniadis, inauguró su taller en un galpón completamente remodelado. Allí se puede conocer su original colección de vajilla de porcelana intervenida con pequeñas obras de su autoría (que vende al público en su tienda Nube o en ferias que organiza bimensualmente: facebook.com/carolina.antoniadis).
Siguiendo hacia el norte, en la Avenida Federico Lacroze está el mercado de productos orgánicos que abre los miércoles y los sábados. Fundador de la distribución de alimentos exentos de productos químicos, el galpón, ubicado detrás de las vías del tren, es un clásico de los jóvenes que habitan la zona.
Para entonces la Avenida Córdoba desaparece y, en cambio, el limite lo define la Avenida Álvarez Thomas, en donde una sucursal de Le Blé define los almuerzos cotidianos.
Del otro lado de Álvarez Thomas, el barrio de Colegiales se diferencia sobre todo en materia de precios inmobiliarios, y exhibe una versión menos industrial, aunque igual de barrial y apaciguada. En sus calles aparecen locales como Kom o Cou Cou, que proponen textiles artesanales para decoración, ropa para chicos estampada a schablon y vajilla en cerámica pintada a mano; Herbario, cuyas pequeñas macetas y miniplantas también se pueden adquirir online (http://tienda.herbario.com.ar/) o Laboratorio de Objetos, en donde muebles rescatados de las pulgas y otros tantos remates se restauran a nuevo. Por su parte, el ya clásico mercado de pulgas funciona como límite del circuito en la esquina de Dorrego y Álvarez Thomas.
A la hora de comer, las propuestas incluyen desde pequeños restaurantes de comida tradicional argentina y deli, hasta bodegones de otros tiempos e inmejorables propuestas gourmet a puertas cerradas (y con reserva obligatoria).
Entre los primeros: Don Charlone, con su estética de almacén en la esquina de Charlone 101; Las Damas y su cocina amigable está una cuadra más allá, en Charlone 202; Tag, un moderno restaurante de cocina deli, casera y de autor, se ubica en la calle en Jorge Newbery 3540; La Prometida y Masamadre, dos propuestas pioneras y emparentadas (la primera en Colegiales y la segunda en Chacarita), ofrecen reinterpretaciones de platos latinoamericanos en un ambiente simple y con vajilla recuperada del mercado de pulgas; Y Yeite, de la reconocida cheff Pamela Villar, queda en Humboldt al 200, junto al local de JT en La Paternal.
Si lo que se busca es comida tradicional y abundante, habrá que recurrir a los viejos bodegones de la Chacarita. Entre ellos, Albamonte en Corrientes 6735, o la cantina Rondinella en Álvarez Thomas 12.
En materia de restaurantes cerrados (y muy recomendables) se pueden encontrar varios en la Guía Oleo (www,guiaoleo.com.ar), para adquirir teléfonos, direcciones ocultas y modalidades de menú. Entre los más destacados se cuentan Casa Félix, Treinta Sillas o Casa Caníbal.
Para los dulces, además de Le Blé, vale la pena conocer Les Croquants en la esquina de Zabala y Delgado, en pleno Colegiales.

Como una usina creativa, este PH al fondo de una vieja casa chorizo del barrio de Palermo alberga los talleres de nueve jóvenes artistas argentinos en ascenso.
En 2011 fueron elegidos para formar parte del programa de artistas del Instituto Di tella. Todos ellos jóvenes artistas con frondosos currículum y prometedoras carreras por delante. En 2012, recién egresados del programa, decidieron reunirse en un lugar común; no como un colectivo de artistas, sino como una comunidad en donde lo compartido implica mucho más que un espacio. En San Crespin, el nombre con que bautizaron esta casa-taller ubicada en un PH al fondo en el barrio de Palermo Viejo, se comparten charlas con artistas de renombre, comidas con coleccionistas y amigos, pero también mesas de almuerzo, descansos en la terraza, cafés entre horas y mates casi todo el día.
Con el auge del arte actual, esta modalidad se repite en muchos otros rincones de la vecina Buenos Aires. Los jóvenes artistas que se animan a vivir de aquello que aman, conviven en espacios de trabajo y conciben el arte como una posibilidad de encuentro y reflexión más allá de la producción propia. Pareciera que pensar la naturaleza del arte, incluir una instancia teórica que avale su producción, es parte del silencioso contrato de convivencia que cada uno de ellos suscribe desde hace más de cuatro años.
En la Casa San Crespin el arte se respira desde el vamos. Apenas traspasada la puerta de entrada y
el largo pasillo poblado de materiales en desuso. Los talleres no hacen más que confirmar lo supuesto: que la creatividad vive allí, junto con dos de los integrantes que instalaron sus viviendas en una casa de madera prefabricada en la terraza o en un improvisado entrepiso con ventanas y escaleras rebatibles. Los demás, los otros siete, utilizan cuartos divididos en dos, vestíbulos, pasillos y cada centímetro disponible para instalar sus factorías personales.
Los estilos se reconocen en papeles a medio terminar que rematan paredes y pisos, en proyectos que descansan en escritorios y estanterías o que cuelgan del techo. También en los materiales esparcidos por doquier, en los pinceles, en las distintas herramientas. Las obras hablan por cada uno de ellos y sus espacios los definen.
Los integrantes de esta casa son: Paola Vega, con sus pinceladas pasteles que recuerdan la neblina; Mariana Sissia, con sus paisajes imaginarios de grafito; Valeria Vilar y sus metáforas que retoman historias infantiles; Donjo León y sus objetos construidos con minerales que alteran su forma y color a través del tiempo; Joaquín Boz, con sus fantásticos óleos de enormes dimensiones; Ramiro Oller y sus collages geométricos en distintos formatos; Teresa Giarcovich y sus obras que reinventan textiles y tramas; Federico Lanzi y sus acrílicos coloridos; Fernando Sucari, que utiliza materiales descartables para dar forma a esculturas e instalaciones, y Adrián Unger, con su diversificación de lenguajes en una búsqueda que linda con la ingeniería y los sistemas.
Todos ellos interesados en compartir experiencias de creación, además de generar un espacio de reflexión y producción.
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