La vida del asesor de un candidato presidencial no es fácil. De él se espera que no sólo sea capaz de potenciar los atributos y disimular las debilidades del postulante, sino también que pueda adelantarse a cualquier imprevisto y contemplar todos los escenarios, de forma que la campaña del aspirante a Presidente siempre cumpla la regla de oro en período electoral: dominar la agenda.

De lo cual se desprende que en los cuatro comandos que hoy compiten por colocar a su hombre en La Moneda el 13 de diciembre, debe haber asesores muy nerviosos en este momento. ¿La cercanía de la elección? Sí, pero más que eso: la absoluta certeza de que en la última semana -y sólo quedan tres antes de los comicios- ninguno de ellos controló la agenda. Quien sí lo hizo fue un señor en Lima, cuyas declaraciones fueron lo único que importó en estos días, y quien sepultó la visibilidad de nuestros cuatro presidenciables con algunas expresiones bien escogidas para causar impacto de este lado de la frontera, como "republiqueta", "acto repulsivo", "envidiosos", etc.

¿Qué hace un pobre asesor presidencial cuando un impasse diplomático con ribetes de escándalo le roba a su candidato toda esperanza de presencia en los medios y de generar noticia? Pues debiéramos estar a punto de enterarnos, porque a menos que los mentados asesores y sus equipos de expertos comunicacionales hagan algo, y pronto, en esta campaña va a pasar lo impensable: que en la recta final, todos hablen de otra cosa. (MOJ)