La elección de Chile a la distancia
<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif" size="3"><span style="font-size: 12px;">La enseñanza para A. Latina de la elección chilena -la persistencia institucional- se apreciará más con el tiempo. Chile ha sido un ejemplo de adecuadas dosis de continuidad y cambio, y sirve para entender que siempre hay cosas que conservar para poder cambiar otras.</span></font>

Vista desde fuera, la victoria de Sebastián Piñera es un hito en la vida política chilena, sin dejar de ser un hecho lógico en una democracia tranquila. Esta tranquilidad parece haber alcanzado rasgos de fatiga y un poco más de la mitad de los chilenos buscó una renovación importante, aunque no dramática. Elección admirable, en la que Piñera, Eduardo Frei y la Presidenta Bachelet han tenido la actitud esperable de los demócratas, salvo por "las trompadas estatutarias" que toda competencia suscita.
La democracia chilena alcanzó velocidad de crucero con los gobiernos de la Concertación y la estabilidad lograda le ha permitido confrontarse internamente y hasta dividirse, así como abrirle el paso, sin trauma, a la centroderecha modernizante. Algunas políticas cambiarán, pero los fundamentos construidos a lo largo de 20 años se mantendrán en el marco de un sistema que tiene abundantes héroes civiles y ningún redentor predestinado. En fin, una democracia madura en la que la experiencia de una terrible dictadura ha privilegiado los acuerdos sobre las disidencias catastróficas.
Más allá de Chile, esta elección tiene un impacto muy relevante. La "ola rosada" en la región, matizada con los tonos radicales de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, ya no es el tsunami que se predecía hace un lustro. Incluso, la idea de la existencia de dos izquierdas, una colérica y otra moderada, pero ambas en el proceso de gobernar indefinidamente la región, tampoco ha resultado válida. Existen muchas izquierdas, casi tan diversas como países hay, con la excepción monocorde del club "jacobino" ya mencionado.
Pasar de la "izquierda" a la "derecha" no constituye ahora un hecho dramático, sino democrático. Lo de Chile es una vitrina para mostrarlo. Esta suave transición con connotaciones ideológicas, contra la corriente que ha dominado en la primera década del siglo, es un ejemplo de sanidad institucional.
Sin embargo, en algún sentido hay elementos más espectaculares en América Latina como consecuencia de esta elección. Existen sectores y partidos democráticos (incluidos algunos de izquierda) que celebran la derrota de la izquierda chilena, porque ha habido dentro de la Concertación quienes han volteado hacia otro lado ante esos gobiernos radicales que han violentado los derechos democráticos, muy especialmente los que encabezan Raúl Castro, Chávez y Ortega. Partidos y personalidades de Chile que estaban obligados, política y éticamente, a desmarcarse de esos regímenes, han evitado hacerlo por conveniencias de Estado.
Hay expatriados políticos que no tuvieron la mano que un gobierno como el de Chile se esperaba les prestaría. En el plano internacional, so pretexto de buscar relaciones más o menos institucionales, ha habido en el gobierno chileno -especialmente en el de Bachelet- una imposibilidad de diálogo con quienes han visto violados sus derechos en la región, en contraste con el peruano Alan García, quien les ha abierto las puertas a muchos exiliados.
Hay una enseñanza fundamental para América Latina que se apreciará más con el tiempo. Se trata de la persistencia institucional. Chile ha sido un ejemplo de adecuadas dosis de continuidad y cambio. La noción según la cual "la democracia es una larga paciencia", tiene un nuevo ejemplo, que posiblemente sirva para entender que siempre hay cosas que conservar para poder cambiar otras.
Mientras, tal vez la izquierda chilena deba una explicación autocrítica por haber admitido en el club de la izquierda latinoamericana a unos impresentables redentores.
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