Rammstein en Rockout II: Grandes bolas de fuego
La banda tocó ante 25 mil enardecidos asistentes del festival en el estadio Santa Laura el sábado por la noche.

Los seis miembros de Rammstein apoyan en una rodilla en el escenario y, alineados, dan humildemente las gracias a los 25 mil enardecidos asistentes del festival Rockout en el estadio Santa Laura, el sábado por la noche. Atrás han quedado 90 minutos de uno de los más brillantes conciertos de rock y metal brindados en Chile en este siglo, un espectáculo completo con las características del mejor musical posible. La banda alemana que por más de 20 años practica un rock industrial y operático que recuerda los mejores momentos de Marilyn Manson y Nine inch nails, y que ha lidiado con críticas que los tildan de fascistas, montó un espectáculo donde el fuego, las explosiones y los recursos de un número de variedades entretuvieron sin descanso a la audiencia, esa masa que saltó y coreó en alemán todas sus canciones.
Con una escenografía que recreaba la ambientación de una usina, Rammstein lanzó poderosas llamaradas desde todos los ángulos, detonó explosiones constantemente junto con descargas de humo y hielo seco, enalteciendo y mejorando la tradición pirotécnica de Kiss. El cantante Til Lindemann estuvo perfecto en su rol de maestro de ceremonias de un número que junto al impacto visual, no descuida los detalles musicales. Después de más de 20 años de discos y giras, Rammstein acumula un cancionero de éxitos vitoreado por una masa que supo devolver la energía desplegada.
Antes, los californianos The Offspring fueron el mejor aperitivo posible. El cuarteto de punk y pop liderado por Dexter Holland tiene la cualidad de desplegar su masiva batería de sencillos grabados en la memoria, con absoluta fidelidad hacia los registros originales. El tiempo parece no tener relevancia alguna en el cuarteto. Aunque sus miembros cruzaron la cincuentena aún poseen la energía de un chico que domina la ciudad en patineta. Ante su número el público reaccionó con mosh pit y coros.
Distinta fue la actitud con los suecos de Meshuggah, cuyo sonido aplastante junto a su sentido del ritmo denso y matemático gatilló una actitud contemplativa, como si la asistencia necesitara decodificar y reflexionar sobre qué estaba sucediendo. Bajo la voz gutural de Jens Kidman y la endemoniada batería de Tomas Haake, el quinteto logró que piezas como la brutal Bleed, que carece de todo atisbo melódico, fueran coreadas, o crear suspenso en torno a Lethargica, cuyo interludio fue extendido hasta reventar en un riff gigantesco que alcanzó con sus decibeles hasta en la última esquina del estadio Santa Laura, y todo a su alrededor.
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