Una inspección en profundidad al estadio Sausalito
La Tercera viaja a Viña del Mar para visitar, a pie de obra, las tareas de remodelación del reducto. Esta es la historia de un viaje al corazón del estadio que sueña con mantener su condición de sede de la Copa América.
Son las 9 de la mañana de un miércoles de verano en la Ciudad Jardín. Brilla el sol en Viña del Mar y el tránsito es lento en las principales avenidas. El taxi se abre paso como puede entre las horas de turistas y avanza en dirección norte. Transcurridos diez minutos, se detiene frente a la entrada del Estadio Sausalito. "Aquí lo tienes: nuestro estadio Copa América", murmura Eddy, el taxista, con un punto de sarcasmo. Todo el perímetro de acceso se encuentra restringido. Las obras de reconstrucción siguen su curso.
En el aparcamiento principal hay estacionados algunos autos, furgonetas y camiones. En el interior, los obreros llevan ya una hora trabajando. El ruido de las máquinas así lo corrobora, y también el encargado de seguridad del recinto, más bien parco en palabras a la hora de evaluar el avance del proyecto: "Se está trabajando mucho más, de ocho a ocho", revela, antes de agregar, señalando el sector de la cancha más próximo al aparcamiento: "Sólo nos falta esta parte. Llegaremos a tiempo". La media sonrisa con la que pronuncia su último veredicto resulta sospechosa.La serenidad que domina su discurso es un poco más convincente. Tratamos de ingresar para comprobarlo con nuestros propios ojos, pero la prensa-nos advierten- tiene prohibido el acceso.
A las 10 de la mañana, el edificio de la Municipalidad de Viña está prácticamente vacío. "No está permitido visitar las obras del estadio", nos reiteran desde el ente municipal, aduciendo motivos de seguridad. Los últimos comunicados emitidos en relación al progreso de las obras invitan al optimismo. Según la alcaldesa de la ciudad, Virginia Reginato, el césped ha comenzado a brotar en la futura cancha de Sausalito. Una semana después de su siembra, las leyes de la naturaleza parecen dar la razón a la dirigente viñamarina. "La cancha contará con un césped de nivel internacional con estándar FIFA", aseguran desde la Municipalidad.
La instalación de la pantalla LED para el marcador, resultado de la inversión de 130 millones de pesos, también está en marcha. No se ve, pero eso dicen. Tendrá -garantizan- una superficie de 70 metros cuadrados, lo que lo convertirá en uno de los más grandes del país. En la sede del gobierno municipal reina también la convicción de que el proyecto estará listo en tiempo y forma. Pero ¿puede la fe cumplir los plazos?
A vista de pájaro
Desde un recodo del cerro bajo el que descansa el estadio se puede avistar la obra. Adentrándose por una pista de tierra hasta una explanada desprovista de vegetación, la panorámica de Sausalito es inmejorable. La reconstrucción del sector situado justo a la entrada es, a vista de pájaro, la principal falencia del proyecto, lo que dota a todo el conjunto de ese aire de construcción inacabada que todavía posee. El vaso, se mire como se mire, está a medias. Determinar si medio lleno o medio vacío corresponde únicamente a los evaluadores expertos de la Conmebol.
Dos niños, tomados de la mano por su abuelo, han descubierto también el sendero de tierra que conduce al balcón natural desde el que puede contemplarse el estadio. Se detienen a observar a los obreros. El abuelo culpabiliza a la empresa Besalco del retraso en los plazos de entrega, recordando que en la vecina Valparaíso el proceso de reconstrucción comenzó al mismo tiempo, con diferente suerte y resultado. El sol cada vez está más alto.
11 de la mañana. Los viejos muros que custodian el estadio están cubiertos de grafitis que expresan quejas, que denuncian la lentitud de todo el proceso. "Sausalito ahora", reza una de las pintadas bajo la que duermen, aferrados a la sombra, tres perros. El improvisado puesto de bebidas y colaciones ubicado en el aparcamiento no ha abierto sus puertas todavía. El ruido de maquinaria pesada ensordece el lugar. El aspecto ruinoso de la entrada contrasta con la pulcritud de su entorno, flanqueado por la bella laguna de Sausalito. Un padre y su hijo se acercan a preguntar si pueden visitar la obra, y uno tiene entonces la sensación de que las tareas de reconstrucción se han convertido en una especie de reclamo turístico más para vecinos y curiosos. Desde su acceso principal, el estadio tiene el aspecto de un museo arqueológico al aire libre.
La hora del almuerzo
A la una de la tarde, buena parte de los 300 trabajadores que, según fuentes del propio estadio, participan en la titánica obra, hacen un alto en su tarea para almorzar. El paseo fluvial es el escenario elegido para el receso, para el merecido descanso del guerrero. Los hombres son conscientes de que el tiempo apremia y de que a finales de mes tendrá lugar la evaluación final del proyecto. "Estamos trabajando para entregarlo listo cuando piden. Por eso estamos haciendo horas extra en esta última época", confiesa uno de los obreros, sentado a la sombra de un árbol. "Al principio trabajábamos hasta las cuatro. Ahora estamos aquí hasta las ocho", completa.
A algunos metros de distancia, siempre tomando como referencia la orilla de la laguna, nos atiende uno de sus compañeros. Su visión de la situación no es tan optimista: "No sé cuándo estará listo. Depende de lo que se consiga avanzar estas semanas, pero yo veo muy difícil que se cumplan los plazos. La planificación no fue buena y falta harto trabajo todavía", confiesa. Tal vez por eso, la jornada laboral es ahora más exigente. "La verdad es que son muchas horas. A veces uno tiene la sensación de que vive aquí, porque estás aquí hasta las ocho, te vas a tu casa, duermes, y al día siguiente en la mañana ya estás aquí otra vez", manifiesta, sin dejar de comer su sandwich.
El calor del mediodía invita al descanso, pero no todos duermen. Algunos aprovechan para conversar de manera distendida y otros se dedican a perfeccionar en la laguna sus habilidades de pesca. En la escalera que comunica el aparcamiento del estadio con el paseo fluvial, un numeroso grupo de trabajadores repone fuerzas a base de empanadas. "Son hartas horas, pero ahora somos muchos más trabajadores y hay mucha más maquinaria", comienza uno de ellos. "No aparecen muchos periodistas por aquí" -señala otro- "sólo cuando viene la alcaldesa", agrega. "El progreso es lento, pero seguro que se llega", afirma un tercero, antes de explicar los motivos que, en su opinión, convierten en viable el éxito de la empresa: "Falta un sector completo, pero esas piezas las mandan y vienen ya ensambladas. No hay que montarlas. Lo que más preocupaba era el césped y ya está creciendo", argumenta.
Diferentes opiniones, pues, acerca de un misma realidad, la del incierto futuro de Viña del Mar como sede de la inminente Copa América. Un asunto que, a lo largo de las últimas semanas, no ha dejado de sumar escépticos, pese al secretismo en el que están desarrollándose las obras y el contagioso optimismo institucional con el que las autoridades municipales están manejando el tema. A las ocho de la tarde, los trabajadores comienzan a abandonar el lugar. Se ha consumido una nueva jornada. Un día más de trabajo para ellos. Para sus jefes, un día menos.
Las obras de reconstrucción continúan sin descanso y el estadio de la discordia comienza a tomar poco a poco forma de estadio. A falta de medio mes para que regresen los funcionarios en busca de resultados reales, hay un avance que resulta innegable: las semillas plantadas hace poco más de una semana han comenzado a florecer en el más codiciado pasto de la Ciudad Jardín.
Los brotes del césped Sausalito tienen el verde de la esperanza, pero el cronómetro sigue corriendo.
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