Alimentación sustentable y cambio climático

Por Marina Rosenberg, embajadora de Israel en Chile, y Eliel Hasson, presidente del Chile-Israel Council
“La comida es más que lo que comemos”. Con esta potente consigna, la enviada especial del Secretario General de la ONU para la Cumbre de Sistemas Alimentarios de 2021, Agnes Kalibata, nos recuerda que la comida es más que lo que nutre nuestro cuerpo y nuestro cerebro. La comida, en sus propias palabras, es agua, tierra, cultura, trabajo, tecnología, economía y políticas.
Sin embargo, hoy, el cambio climático está tensionando todas esas variables y, con ello, la producción mundial de alimentos. Los ejemplos abundan: enjambres de langostas provocadas por lluvias inusualmente fuertes están destruyendo cultivos en África Oriental y el suroeste de Asia; los incendios en el oeste de los Estados Unidos están amenazando los cultivos y el ganado; sequías severas en Francia han causado estragos en la producción agrícola, y también en Chile, particularmente en la zona central, se han visto las duras consecuencias del stress hídrico.
En este contexto, el 1 de noviembre nos abre una nueva oportunidad para reflexionar sobre los dilemas medioambientales, a partir de la conmemoración del Día del Veganismo y de la apertura de la Cop26 en Glasgow.
Según datos de la ONU, el 40% de la tierra del planeta se utiliza actualmente para el cultivo de alimentos, mientras que la industria alimentaria es responsable de aproximadamente el 30% de los gases de efecto invernadero emitidos y consume aproximadamente el 70% del agua potable. Es decir, la forma en que cultivamos alimentos causa un daño ecológico sin precedentes. Mientras tanto, la crisis climática afectará aún más nuestra capacidad para producir alimentos en el futuro.
Si bien durante los últimos 50 años nuestra capacidad para producir alimentos ha aumentado en casi un 300 por ciento, el número de personas que se acuestan con hambre cada noche ha aumentado a 820 millones en los últimos tres años. En definitiva, la seguridad alimentaria, el acceso confiable a alimentos inocuos, asequibles y nutritivos está indisolublemente vinculada a un clima predecible y ecosistemas saludables.
Según el Banco Mundial nueve de cada diez desastres naturales están relacionados con el agua. La ONU, por su parte, predice que, para el 2050, alimentar al mundo requerirá un aumento del 20% en el uso mundial de agua para la agricultura. Lo sabemos bien: el cambio climático encarece la producción de alimentos y la escasez hídrica está incrementando la vulnerabilidad de los sistemas productivos de alimentos. Reducir la dependencia del consumo hídrico y el impacto de eventos extremos en los cultivos mediante el uso de tecnologías y adaptaciones tales como la utilización del riesgo por precisión en el caso de los frutales, la producción de vegetales de corta vida en invernaderos o el uso de imágenes satelitales para riegos inteligentes, resulta una necesidad imperiosa.
De alguna manera, y tal como lo demuestra la experiencia israelí, el agricultor tradicional se ha transformado en un agente digital que controla procesos. En palabras de la Dra. Nitza Kardish, VP del Trendlines Agrifood Innovation Center “actualmente hay empresarios que vienen de familias campesinas en las que el bisabuelo registraba el clima cada día para poder pronosticar lo que sucedería en ese momento la temporada siguiente. El agricultor de hoy, en cambio, no necesita ir al viñedo para contar las hojas amarillas. Vuela un dron que transmite datos a un centro de información inteligente”.
En un reciente informe de AgFunder, la empresa de información líder en el mundo en el área de los desarrollos innovadores en agricultura y alimentos clasificó a Israel entre los cinco principales países del mundo en iniciativas de innovación y tecnología agroalimentaria. El ecosistema israelí cuenta con alrededor de 800 empresas en esta área. Aproximadamente la mitad de ellos están clasificados como innovadores en agricultura y la otra mitad se dedica a la innovación en alimentos. Los emprendimientos israelíes en esta área están captando la atención de inversionistas extranjeros, desde inversionistas ángeles, pasando por fondos de inversión agrícola, hasta fondos de capital privado.
La experiencia israelí en la materia aunada al compromiso de Chile de consolidarse como una potencia alimentaria mundial genera espacios virtuosos de cooperación bidireccional inspirados en el principio rector del Science Diplomacy. La construcción eficaz de sistemas alimentarios más resilientes y sostenibles requerirá, sin duda, un enfoque holístico colaborativo, que aborde los objetivos multidimensionales del desarrollo sostenible consignados en la Agenda 2030 de Naciones Unidas, con especial énfasis en la educación, la salud y la equidad de género.
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