Por Gonzalo BlumelEl que no salta es paco

“Por qué nos odian tanto”. Fue la pregunta que dejó colgando en el aire una joven integrante de Fuerzas Especiales, en medio de una visita que realizábamos con el Presidente Piñera a la Escuela de Suboficiales de Macul, en diciembre de 2019. Eran los tiempos del estallido.
El relato de la funcionaria policial, que apenas superaba la veintena, era estremecedor. A la furia de los encapuchados de Plaza Italia se le sumaban los insultos y el desprecio de una parte importante de la ciudadanía, odiosidad que fue irresponsablemente alentada por un sector de la izquierda chilena que siempre ha visto con hostilidad a Carabineros.
“No solo nos agreden en las calles, también insultan a nuestros hijos en los colegios y a nuestras familias en sus casas”, agregaban conmovidas sus compañeras de servicio.
Fue tal vez el momento más duro en la historia de la institución. Tuvieron más de cinco mil funcionarios lesionados, más de mil vehículos policiales destruidos y cerca de 500 cuarteles atacados. Hubo comisarías que se mantuvieron permanentemente asediadas por turbas provistas de piedras, bombas caseras, fuegos artificiales y armas de fuego.
Dos carabineras terminaron con quemaduras graves en el rostro luego de un ataque con bombas molotov en la Alameda. La iglesia institucional, lugar donde realizan sus matrimonios y velan a sus mártires, fue incendiada en dos ocasiones. Otros tres funcionarios escaparon apenas de morir calcinados luego de un ataque incendiario a su patrulla, lo cual fue celebrado por el diputado Hugo Gutiérrez, quien subió el video a sus redes sociales acompañado de la frase “Antofagasta la lleva”. El “perro matapacos” se transformó en el fetiche de moda para dirigentes del FA y el PC, que hoy avergonzados reniegan de haberlo lucido en stickers, poleras y carteles.
En las marchas del 8-M los gritos contra las carabineras que resguardaban la seguridad eran feroces (“¡puta, maraca, pero nunca paca!”, “¡la paca jalera no es mi compañera!”).
La violencia contra Carabineros simplemente se romantizó.
Por eso es tan grave lo sucedido en el cierre de campaña de Jeannette Jara. Porque revela que hay un sector de la izquierda que cambió poco en estos años. Que entiende a Carabineros no como una institución fundamental de la República, no como el garante del Estado de Derecho, sino como un órgano carente de legitimidad cuyos integrantes son ciudadanos de segunda categoría.
De paso, la actitud adoptada por la candidata del PC contrasta brutalmente con la firmeza con que Patricio Aylwin se enfrentó a la multitud en marzo de 1990, cuando un Estadio Nacional entero le reprochaba sus esfuerzos por unir al país en los primeros días de la transición. “Sí, señores, Chile es uno solo, civiles y militares”, fue su inolvidable respuesta.
Hoy, Carabineros cuenta con un 80% de apoyo en las encuestas. Aquello no es fruto del respaldo que este gobierno dice haberle brindado. Responde, en primer lugar, al esfuerzo realizado por la propia institución para superar las falencias evidenciadas en los últimos años. La Operación Huracán, el fraude del Alto Mando, el caso Catrillanca y las críticas por su cometido en el 18-O no fueron en vano. Se ajustaron los procesos, se modernizaron los protocolos y se introdujeron nuevos controles.
Pero también responde al fuerte deterioro de la seguridad pública, retroceso que se explica en buena medida por los desvaríos octubristas de la izquierda más dura. Debilitar a Carabineros, promover su refundación, deshumanizar a los funcionarios policiales no podía ser en vano. Las consecuencias están a la vista. Ello explica que los cánticos contra la institución causaran tanto rechazo. Los tiempos han cambiado. La mayor parte de nuestros compatriotas ha terminado por comprender que la diferencia entre la civilidad y la barbarie es una delgada línea verde.
Por Gonzalo Blumel, Horizontal.
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